Las guerras de toda la vida
El proyecto Madrid
Por Horacio Vázquez-Rial
Al final, el programa de gobierno del Partido Popular para la próxima legislatura, pese a los prolongados –y por momentos angustiosos– silencios de Mariano Rajoy, no es ningún misterio. Y no sólo no es ningún misterio, sino que está siendo probado con éxito en Madrid desde hace casi una década. |
En el discurso de investidura de Esperanza Aguirre del pasado 14 de junio ante la Asamblea de Madrid, quedó absolutamente claro cuáles son las intenciones del Gobierno regional en todos los órdenes y qué se va a hacer en la Comunidad durante los próximos cuatro años. Pero una cosa es enunciar propósitos desde la seguridad que da una tercera mayoría absoluta y otra hacerlo desde el llano preelectoral. Y no es imposible que Rajoy considere inadecuado hablar ahora mismo de democratización o de reforma de sistema electoral, como lo ha hecho la presidenta madrileña.
Es evidente que la política del PP ha sido de espera frente al cada vez más ostensible desgaste del zapaterismo. Yo me he pasado los meses y los años reclamando programa, programa, programa. Y el pasado día 9 de agosto encontré en ABC la primera respuesta a ese reclamo, y no era una respuesta menor ni parcial: "Rajoy apuesta por el modelo de Madrid para la Educación", rezaba el titular. En el texto de la noticia, se explicaba que el dirigente popular es partidario de "un sistema dual de formación profesional en el que sea posible compatibilizar trabajo con formación" y de "impulsar unas reformas educativas que permitan a la educación española lograr más nivel y exigencia". Lo que Esperanza Aguirre definió como una "educación de la máxima calidad posible: una educación que permita que todos nuestros alumnos descubran sus aptitudes y que se preparen eficazmente para vivir desarrollando esas aptitudes", frente a la utopía niveladora de la educación socialista.
También asumía Rajoy la promoción del bachillerato de excelencia en todo el territorio nacional. Argumentando sobre la necesidad de elevar la calidad de la enseñanza, citaba Esperanza Aguirre a Hannah Arendt en su crítica a los pedagogos igualitaristas americanos: "Lo que hace tan aguda la crisis educativa americana es que lucha por igualar o borrar en la medida de lo posible las diferencias entre jóvenes y viejos, entre personas con talento y sin talento, entre niños y adultos y, en particular, entre alumnos y profesores; y es evidente que ese proceso sólo puede cumplirse de verdad sólo a costa de la autoridad del profesor y a expensas de los estudiantes más dotados."
Pero esto es nada más que un aspecto de la futura acción del Gobierno de la nación. Otros se han ido definiendo en la práctica de los nuevos gobiernos autonómicos y municipales del PP. Sin ir más lejos, en Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal ha asumido, como se había hecho antes en Madrid, la necesidad de mantener la desgravación por vivienda en el tramo autonómico de la fiscalidad: una manera de poner límites a los espantosos errores del Gobierno de Zapatero.
El programa de la Comunidad Autónoma de Madrid es en muchos sentidos ejemplar, sobre todo si se tiene en cuenta que está pensado para los próximos cuatro años, y no para los próximos ocho o doce. Austeridad, reforma del sistema laboral, medidas financieras dentro de la ortodoxia liberal, reindustrialización –subasta sin base de suelo industrial, por ejemplo–, desarrollo de los transportes y las infraestructuras viales y ferroviarias, reforma de las condiciones contractuales de las hipotecas, extensión de las prestaciones sanitarias y por dependencia gratuitas, etc., etc.
Cada convocatoria electoral posterior al cambio de ciclo de 1996, es decir, tras la liquidación del período felipista, ha dado el triunfo al PP en Madrid. Triunfo neto e indiscutible. No ha hecho falta esperar décadas, como en Extremadura. No sé si la seguridad del voto madrileño se debe a que en la corte todo parece más evidente –no existe la provinciana desconfianza y el señor alcalde es alguien a quien se puede encontrar por la calle paseando al perro–, o a que la torpeza de la Federación Socialista local es insuperable desde que José Acosta, con su cara de pocos amigos, la estructuró a su modo, o al de Alfonso Guerra. Pero es probable que algo tenga que ver con el éxito electoral la claridad programática del PP local, así como lo ostensible de sus realizaciones: ocho hospitales en dos legislaturas, una escuela por semana durante ocho años, por poner sólo dos ejemplos.
Bien hará Mariano Rajoy en apropiarse de este proyecto para Madrid, que desde su puesta en marcha tiene vocación de Estado, y lo promueve de aquí a noviembre –algo hay que hacer mientras el presidente que ya anunciado su retirada continúa empeñado en lo suyo con el Valle de los Caídos y la causa palestina: él y la Trini actúan como si no fueran a marcharse nunca–. Nadie sensato le discutirá que tiene más razón que un santo si piensa cambiar de arriba abajo los criterios de enseñanza y los programas para la educación española, y hasta es más probable que se le vote si lo dice que si no lo dice, aunque después vaya a hacerlo.
Lo digo únicamente porque pienso que sería estupendo que el PP ganara los próximos comicios con mayoría absoluta, sobre todo si aspira a una regeneración de la vida pública, lo que reclamaría una reforma del sistema electoral: eso es algo que hay que hacer con las manos libres, sin depender de los nacionalismos periféricos ni de los intereses del PSOE –más aún un PSOE derrotado, carcomido por dentro, sin rumbo claro y, por lo tanto, lleno de exquisito resentimiento hacia esa derecha a la que los dirigentes socialistas juraron hacerle la vida imposible–. A dos meses vista, creo que es hora de definir una posición ante las urnas. Distinta de la abstención. Me decía un dirigente popular hace poco que el problema que representa un partido político, tanto por lo que toca a la militancia como por lo que se refiere a la confianza electoral, es que hay que aceptar se una vez un conjunto que muy difícilmente satisfaga a todos: el de la barba entra en el mismo paquete que esa señora tan elegante y tan elocuente, y también el del bigote, que parece que se fue pero no se fue del todo y que de tanto en tanto levanta ampollas con una declaración, y también ese andaluz que se queja siempre del despilfarro: eso es un partido político, una suma heterogénea. Y lo único que lo hace elegible es su proyecto. Éste es bueno.
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