Lujo post mórtem: la dorada paz de los narcos
Jardines de Humaya es un cementerio donde el boato y la extravagancia son la mejor losa para los más famosos delincuentes de México
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CULIACÁN, SINALOA. 7 de agosto.- El derroche que caracteriza a los capos de la droga en México llega hasta sus tumbas en un cementerio de Sinaloa, donde yacen rodeados de sus objetos más codiciados, como armas, joyas o camionetas, en mausoleos de varios pisos, con clima artificial y algunos con área de fiestas.
Caravanas de camionetas con “familiares y amigos llegan en las noches con bandas y música, tiran balazos y se quedan hasta la madrugada. Aquí, hasta grandes artistas han venido a cantar”, dice un empleado del cementerio.
El panteón Jardines de Humaya fue construido en 1966 en Culiacán, capital de Sinaloa, cuna de los principales narcotraficantes mexicanos, y es conocido porque ahí se encuentran las tumbas de capos como Arturo Beltrán Leyva, El Jefe de Jefes, e Ignacio Nacho Coronel, abatidos por militares en 2009 y 2010, respectivamente.
Beltrán y Coronel estuvieron en algún momento aliados en el cártel de Sinaloa, aunque eran enemigos al final de sus vidas.
El mediano mausoleo de dos pisos de El Jefe de Jefes es modesto comparado con otros que miden hasta 250 metros cuadrados, con salas de estar, habitaciones con baño, aire acondicionado, estacionamientos, área de juego para niños y terraza de fiestas.
En las tumbas, muchas con fotos de personas jóvenes, hay estatuas o imágenes de San Judas Tadeo, Jesús Malverde o la Santa Muerte, que conforman el santoral venerado por el crimen organizado.
Una foto de 16 centímetros, de un hombre fornido con chaleco antibalas y fusil en sus brazos se observa dentro de un mausoleo, con veladoras dispuestas cuidadosamente.
El misterio que rodea a los narcotraficantes en vida les sigue tras la muerte, pues mientras abundan los objetos de recuerdo en las tumbas, muchas permanecen sin fechas, nombres o epitafios.
Los finos materiales y las cúpulas de estos mausoleos “muestran una arquitectura que forma parte de lo que se conoce como narcocultura”, que se expresa también en la música, moda y formas de vida, dice Anajilda Moncada, académica de la Universidad de Occidente, de Culiacán.
Hieleras llenas de cervezas, estantes con vasos de tequila y botellas de licor o fotos de difuntos junto a sus avionetas, adornan las paredes.
“Hay uno que, pues de plano, lo enterraron con todo y la troca (camioneta)”, comenta Flavio, un albañil, mientras revuelve una mezcla de cemento.
Camiones con materiales de construcción circulan por las cómodas avenidas del panteón, donde se pueden observar más albañiles que sepultureros o jardineros.
“Ésta es barata, cuesta unos 80 mil pesos (casi 7 mil dólares), pero aquélla vale como unos 400 mil (34 mil dólares) y la de allá, más de un millón (85 mil dólares)”, dice Flavio con naturalidad, señalando una tumba que se asemeja a un castillo.
La pujanza de la industria de la muerte es notoria en Culiacán, tanto, que muchos la llaman la “ciudad de las cruces” por los más de 200 cenotafios (altares erigidos para recordar al muerto en el sitio donde fallece) integrados en su paisaje.
El más emblemático está en el centro de un estacionamiento de un concurrido centro comercial y recuerda el lugar donde Édgar Guzmán —hijo del prófugo capo del cártel de Sinaloa Joaquín El Chapo Guzmán— fue asesinado a balazos el 8 de mayo de 2008, unos días después de que los Beltrán Leyva declararan la guerra a su padre, considerado por la revista Forbes el más poderoso narcotraficante.
“Hubo un momento en que las autoridades trataron de quitar los cenotafios porque daban una mala imagen”, pero no pudieron, comenta la académica Moncada, que investiga las expresiones de la narcocultura.
En los Jardines de Humaya están también las tumbas, un tanto abandonadas, de la esposa y los hijos de Héctor Salazar alias El Güero Palma, un predecesor de El Chapo, ahora encarcelado en Estados Unidos y cuyo imperio se vino abajo tras su captura en los años noventa y posterior extradición.
La cara más cruel del glamour del cementerio la guardan historias trágicas como la de este hombre, cuyos enemigos le cobraron venganza asesinando a sus dos hijos pequeños y a su esposa, a quien decapitaron, enviándole la cabeza en una caja de regalo.
De tumbas y capos
Muchas de las tumbas, que llegan a alcanzar tres pisos de altura, han sido diseñadas por prestigiados arquitectos, las cuales son visitadas periódicamente por familiares y amigos que llegan en camionetas de lujo. Las visitas suelen convertirse en fiestas que terminan de madrugada y que son amenizadas por conocidos cantantes y grupos de música de banda. El panteón fue construido en 1966, en lo que hoy es la cuna de los narcos, Culiacán, Sinaloa.
El eterno descanso entre el lujo disparatado
La fama de Jardines de Humaya se inició en los años ochenta, cuando fue enterrado Lamberto Quintero, famoso traficante de mariguana y protagonista de uno de los primeros narcocorridos de la historia.
Aparte de las imágenes de santos y vírgenes, son comunes las fotografías de grandes dimensiones de personas que posan con armas y rifles de alto poder.
Uno de los mausoleos más conocidos es el de un piloto del narco, el cual está adornado con avioncitos de vidrio, en medio de columnas de cantera y pisos de mármol. Aunque hay otros que cuentan con línea telefónica, aire acondicionado, vitrales, equipos de sonido y habitaciones alfombradas.
En este cementerio, ubicado a unos kilómetros de barrios pobres de Culiacán, no sólo tienen su tumba los más famosos capos, también hay empresarios, gente común y políticos, entre ellos Manuel Clouthier, líder histórico del PAN.
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