Señoras y señores:
Con la mano en la ley entregaré un país en paz para proyectarlo a los espacios que hemos soñado.
Francisco Martín Moreno*Señoras y señores: Cuando tomé posesión del cargo como Presidente de la República juré ante la nación en su conjunto, representada por el Honorable Congreso de la Unión, que guardaría y haría guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen y si no que la propia nación así me lo demandara. La situación por la que atraviesa actualmente el país hace propicia la ocasión para elevar ante la soberanía nacional las siguientes consideraciones de una gran importancia política y social, así como de una gran trascendencia histórica.
En la toma de decisiones necesarias para preservar la paz y el equilibrio social no me detiene la pérdida, transitoria o no, de un lugar en la historia de nuestro país. No aspiro a la gloria ni mi conducta como gobernante es dominada por la vanidad ni vivo poseído por un delirio de grandeza que me inmoviliza en el orden político. Sólo aspiro a tener y a heredar un México mejor a cualquier costo. No me detiene la frivolidad en la adopción de medidas. No me detienen las minorías, insignificantes o no, sobre todo si éstas están armadas y pretenden destruir un orden establecido y carísimo al que arribamos después de una sangrienta guerra entre hermanos en la que perdieron la vida más de un millón de compatriotas. En nombre de ellos que dieron su vida por un México mejor; en nombre de los 112 millones de mexicanos que poblamos nuestro país en la actualidad; en nombre de nuestros hijos y de nuestro futuro defenderé y preservaré intacta la integridad de la nación hasta el último día de mi mandato.
Que no se equivoquen los especuladores políticos al pensar que sólo se enfrentarían a medio Presidente de la República porque me restan 15 meses para concluir mi mandato constitucional: que no se equivoquen. México ha demostrado siempre la fortaleza de su musculatura y la reciedumbre de su tejido social. Nada ni nadie ha logrado destruirlo ni lo lograrán los poderosos agentes del narco. Nada ha detenido a nuestro México. Nunca dejaremos de sorprendernos de este maravilloso país, en el que un movimiento armado no duraría más allá de diez minutos. Que nadie se confunda: los mexicanos no tienen en este momento medio Presidente de la República. Estoy más consciente que nunca de mis obligaciones como titular del Poder Ejecutivo y me dispongo a ejercer hasta el último minuto de mi mandato todas las facultades que me concede nuestra Carta Magna.
No soy medio Presidente, no me mueve la gloria en la toma de decisiones, no me atemorizan los guerrilleros ni los narcotraficantes ni me atrae el dinero mal habido ni me mueve el revanchismo ni la sed ancestral de poder. He de entregar un país en paz cueste lo que cueste. Ese es mi compromiso. No heredaré focos de infección. Sé cómo extinguirlos. Entregaré la banda presidencial a quien resulte vencedor en las próximas elecciones sin alterar el volumen de las reservas monetarias actuales, a pesar de que no pude consolidar en el orden económico la recuperación de México. Mi obligación primera es dejar sentadas las bases para que la próxima administración del signo que sea pueda continuar armónicamente con los planes de crecimiento de cuya afortunada e inaplazable ejecución dependen tantos millones de mexicanos.
Con la mano en la ley entregaré un país en paz para poder proyectarlo, ahora sí, a los espacios con los que todos hemos soñado. Las bases económicas están dadas, muy a pesar de que luché en contra de un Congreso traidor a las grandes causas de la República. En las cámaras de representantes quedaron sepultadas las reformas estructurales que propuse para rescatar a México de la parálisis económica que padecemos con todas sus respectivas consecuencias sociales. Podríamos haber crecido a tasas muy superiores a las actuales pero los legisladores, ajenos a los intereses de la patria, prefirieron defender sus intereses políticos antes que ver por el bien y la prosperidad de la nación.
Aquí, en mi fuero interno, confieso la existencia de dos pesadísimas obsesiones que, de buen tiempo atrás, me han arrebatado el sueño: una, no seré yo, lo juro por los cuatro clavos de Cristo, quien regrese a Los Pinos al PRI, menos cuando un bocón, torpe e ignorante como Fox, lo sacó después de 70 años de Dictadura Perfecta, y dos, no consentiré, por ningún concepto, que López Obrador acceda al poder presidencial porque fue, es y seguirá siendo un auténtico y feroz peligro para México. Ese sujeto demoniaco ya no engaña a nadie. ¿Que yo, por mis complejos personales, sálvese el que pueda, me rodeé de enanos, en lugar de haber integrado una coalición gobernante y ahora necesito a un gigante que no veo por ningún lado? ¡Cierto: ese error se salva mediante la inclusión de un candidato externo, cuyo apellido empieza con E y acaba con brard…! ¿Qué la negociación en las filas del PAN será difícil? Bien, pues más difícil será aceptar a nivel federal lo que nos aconteció el mes pasado en el Estado de México. ¿Está claro? Antes la muerte que entregarle la banda a Peña Nieto o a MALO. La solución feliz se llama E-brard, aun cuando no hayamos salido juntos en la foto ni me haya reconocido como Jefe de la Nación y, si acaso, una sola vez nos hayamos estrechado la mano en público… Esos, al fin y al cabo, son los juegos del poder…
La política ficción es válida, ¿no…?
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