viernes, septiembre 02, 2011

El discurso de Bernanke

Por Manuel Hinds

El ambiente sicológico-económico mundial tuvo un choque el viernes pasado no por algo que haya pasado sino por algo que se esperaba que pasara y que no pasó. Lo que se esperaba desde fines de julio era que Ben Bernanke, Gobernador de la Reserva Federal (el Banco Central) de Estados Unidos anunciara que iba a crear más dinero para que los precios de las acciones y de los productos primarios siguieran subiendo, calmando así los miedos que la reciente caída de estos precios ha generado nacional e internacionalmente.

Mucha gente esperaba que esto pasara porque en ocasiones anteriores en los que las acciones y los productos primarios han caído, el Presidente de la Reserva Federal (Alan Greenspan primero y Bernanke después), siempre habían hecho anuncios de este tipo, y los habían cumplido. Esto pasó con la caída de los precios de las acciones de 1987, con el colapso del boom accionario de 2000, con el colapso de un segundo boom accionario y otros paralelos de vivienda y productos primarios en 2008, y con la amenaza de otra caída que no progresó en 2010. Se esperaba que el anuncio fuera el viernes pasado porque en esa fecha se celebraba la reunión anual convocada por el Banco de la Reserva Federal de Kansas City en Jackson Hole, Wyoming. Fue en esta reunión el año pasado que Bernanke anunció la continuación de un programa que le permitió crear 1.25 millones de millones de dólares en nuevo dinero en 2010.

El viernes pasado Bernanke dio su discurso y reconoció no sólo que los mercados de acciones han caído bruscamente, sino también que la situación económica mundial está muy mal. Pero no anunció que iba a imprimir más dinero. Esto sorprendió y desencantó a muchos aficionados a la economía, que en los últimos años llegaron a creer que la economía consistía en una sola regla de oro: cuando la economía está creciendo bien, hay que crear dinero para que crezca más, y cuando la economía entra en recesión, hay que crear más para que vuelva a crecer. Viendo el mundo a través de este lente, estas personas llegaron a creer que Bernanke podría ser sustituido por una máquina que tuviera dos posiciones: crear dinero, y crear más dinero. Por eso, cuando Bernanke no respondió a la nueva crisis con más creación monetaria, sino parando toda la existente, pensaron que Bernanke se había entontecido. ¿Cómo es que Bernanke no había aprendido todavía la regla de oro?

Bernanke mismo explicó por qué es que no puede crear más dinero, hablando de algo que a los economistas instantáneos que creían en la regla de oro no habían pensado: que imprimir moneda lleva a dos efectos además de subir los precios de las acciones: Primero, hace que las importaciones crezcan más que las exportaciones, abriendo un hueco cada vez más grande en las relaciones económicas internacionales, y, segundo, aumenta la tasa de inflación. Por supuesto, al incrementar las importaciones más que las exportaciones, hay que pagar la diferencia. ¿Y con qué se paga? Con deuda, por supuesto. Esto es lo que ha hecho que la deuda de Estados Unidos haya incrementado espectacularmente, creciendo 8.5 a 13.6 millones de millones de dólares de 2007 a 2010. Si Bernanke siguiera creando dinero, las importaciones seguirían siendo mucho mayores que las exportaciones y la deuda seguiría aumentando. Eso ya no se puede, no es sostenible. Tampoco es sostenible el aumento en la tasa de inflación, que ya muestra una tendencia a subir en los últimos meses. Por esas razones, Bernanke dijo que ya la Reserva Federal no puede hacer nada más que mantener las tasas de interés de corto plazo muy cerca de cero. No más programas para imprimir más dinero.

Bernanke dijo otra cosa muy importante: Que desde ahora la tarea de sacar adelante a la economía de Estados Unidos le recaía a la Secretaría del Tesoro, que es el Ministerio de Hacienda. Los que creen que la solución de todos los problemas es que el Gobierno gaste más dinero (dinero creado por el Banco Central o tomado prestado) creyeron que Bernanke iba a decir que ahora habría que aumentar más el déficit fiscal, es decir, que el Gobierno debía tomar más dinero prestado para inyectar más dinero en la economía. Estaban muy equivocados. Dijo que el Gobierno federal tendría que reducir sus gastos y su déficit, y parar el endeudamiento que está convirtiéndose en la carga que está deteniendo la recuperación.

Este no es el Bernanke que mucha gente esperaba y quería escuchar. Es un Bernanke cambiado por la experiencia. Afortunadamente ha cambiado, porque la pavorosa creación de dinero que llevaron a cabo él y su antecesor Greenspan es lo que llevó al mundo a los insostenibles booms que luego han reventado en graves crisis financieras. El creer que éstas se resolverían con mayor impresión de dinero ha hecho que no se remuevan las causas verdaderas de las crisis, la existencia de enormes cantidades de malos préstamos en los bancos en Estados Unidos y Europa. Al imprimir más dinero, los bancos reciben mayores depósitos, pero eso no mejora su solvencia, no hace que Grecia, Irlanda, Portugal, España o Italia, o que las empresas de bienes raíces de Estados Unidos puedan pagarles las enormes deudas que les deben. Eventualmente, alguien va a tener que absorber las pérdidas: los accionistas de los bancos, que es lo sano, o el Gobierno, que sería un escándalo.

Mientras más tiempo pasa, peor es el problema. Hasta Bernanke ha reconocido que no puede seguirse pretendiendo que un problema de solvencia puede resolverse creando más dinero y más deuda. Esto ha causado un choque sicológico en el mundo entero. Este choque no es agradable pero es saludable. Él se ha pasado de la economía de los sueños a la de las realidades. El mundo entero tiene que hacer lo mismo.

Murió el kirchnerismo, volvió el peronismo

Por Gonzalo Peltzer

El Universo

La descripción más cabal del peronismo me la dio un amigo peronista, pero de esos que viven del sueldo de peronista. La recuerdo siempre que hay elecciones en la Argentina y es posible que la haya mencionado alguna vez en esta columna: “El peronismo es una formidable maquinaria electoral que muta hacia los votos”.

Eso explica muchas cosas y también los resultados del ensayo general de elección que se realizó en la Argentina el pasado 14 de agosto. Ese día, Cristina Fernández consiguió algo más del 50% de los votos y le sacó 38 puntos al opositor mejor colocado. Pero déjenme que les cuente qué es esto del ensayo general...

Por primera vez en la historia política de la Argentina se realizaron unas elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias. Así lo establece desde diciembre del 2009 la “Ley de Democratización de la Representación Política, la Transparencia y la Equidad Electoral”: “Todas las agrupaciones políticas procederán en forma obligatoria a seleccionar sus candidatos a cargos públicos electivos nacionales y de parlamentarios del Mercosur mediante elecciones primarias, en forma simultánea, en todo el territorio nacional, en un solo acto electivo, con voto secreto y obligatorio, aun en aquellos casos en que se presentare una sola lista”. Solo pueden competir en las elecciones generales –las de verdad– quienes hayan ganado las primarias en cada partido. Para esto los candidatos deben registrarse y competir entre ellos en esa elección que se realiza simultáneamente en todo el país. Luego cada partido presentará al ganador de esa interna en las elecciones generales. El día de las primarias es obligación votar por uno solo de los candidatos a presidente y vice, y al resto de los cargos nacionales en cada jurisdicción. Ya se ve que la ley no preveía en vano que esa elección debía realizarse aun en el caso de que no hubiera más que una lista por partido, que es lo que ocurrió esta primera vez: cada partido llegó con un único binomio a presidente y vice, por lo que no se decidía nada: aunque se llamaran así, no fueron primarias. Fue apenas un simulacro; una elección con todas las de la ley, pero sin sus consecuencias. Una encuesta controlada por el Ministerio del Interior.

Pero, además, ese día se comprobó una vez más que había funcionado mejor que nunca la formidable maquinaria electoral del peronismo. Ese mecanismo supone que todo, absolutamente todo, debe estar orientado a los votos. Todos los funcionarios y las reparticiones públicas deben dedicarse devotamente a conseguir votos, así sean Aerolíneas Argentinas, el embajador en Atenas, la Dirección Nacional de Vialidad, el comandante de la Gendarmería, el Museo de Bellas Artes o la Secretaría de Medio Ambiente. Las leyes se promulgan para los votos. Los tiempos se calculan para los votos. El dinero se recauda con avaricia del bolsillo de los que producen y se reparte generosamente para todos, empezando por los peronistas. Se compran jueces, legisladores, actores, futbolistas y hasta obispos. Donde hay un resquicio para el fraude, se hace fraude. No importa tanto producir como repartir. La economía es un vaso colmado que derrama lo que sobra hasta que los pocos que trabajan y producen se agotan o baja el precio de la soja. Entonces la fiesta se paga con emisión más inflación, hasta que vuelva a subir la soja, descubramos petróleo o se incendie el país como en el 2001.

No importan los hechos: lo que importa es el relato, siempre a favor del poder, que debe llegar hasta el último rincón de la patria. No se admiten las críticas. La prensa independiente molesta porque los periodistas andan insistiendo con eso de la verdad en lugar de contar la historia oficial, orientada a los votos, que les entrega puntualmente la Secretaría de Medios del gobierno.

Sin quererlo ni preverlo, Cristina Fernández puso en marcha la formidable maquinaria electoral en el momento más triste de su vida, cuando murió Néstor Kirchner, su socio sentimental y político. Hasta ese día, el matrimonio venía bajando duro en las encuestas de opinión pública y el futuro se les estaba poniendo complicado. Esa caída, que parecía imparable, se debía casi exclusivamente a la furia de su marido (hasta sus más allegados se referían a él como el Furia). Néstor Kirchner era un superdotado para la política, un fuera de serie que nunca miraba para atrás, pero dejaba un tendal en el campo de batalla. Murió en su ley, incapaz de lavar su propia mala sangre. Los argentinos estaban cansados de su ira constante, de sus broncas y de sus venganzas, y se lo estaban haciendo saber. Pero eso, lo de Néstor Kirchner, no era peronismo. Era kirchnerismo. Y parece que murió con él.

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