El problema y el dilema de Peña Nieto
Creo que Moreira no será el dirigente nacional del PRI a la hora de la verdad, cuando formalmente comience la campaña presidencial.
Leo ZuckermannEnrique Peña Nieto tiene un problema: se llama Humberto y se apellida Moreira. Y es que el ex gobernador de Coahuila, hoy presidente nacional del PRI, gracias al apoyo de Peña, se ha convertido en la figura perfecta para atacar al tricolor con el mensaje de que el “nuevo PRI” es en realidad el “viejo PRI” que quiere regresar a Los Pinos.
En Estados Unidos dirían que Moreira es el poster boy perfecto para este mensaje. Como gobernador de Coahuila gastó muchísimo dinero y endeudó al estado de manera desproporcionada (multiplicó en más de cien veces la deuda pública de su entidad). Lo hizo con opacidad, mintiendo sobre los montos e incluso falsificando documentos. Además es conocido por su nepotismo extremo y se habla del presunto enriquecimiento inexplicable de funcionarios de su gobierno que no tenían un quinto y se hicieron multimillonarios de la noche a la mañana. Para terminar, el líder del PRI es uno de los políticos más cercanos a Elba Esther Gordillo, símbolo máximo del viejo corporativismo priista que sobrevive con vigor.
De esta forma, Moreira es la foto perfecta del póster de la oposición priista que diga: “No se hagan bolas, este es el verdadero PRI que quiere regresar a Los Pinos: el viejo PRI”. Literal y simbólicamente, Moreira se ha convertido en un pasivo para la candidatura presidencial del PRI. Suma poco y potencialmente puede restar mucho. Porque para que Peña pueda convertirse en Presidente deberá presentarse como una figura de un PRI nuevo, moderno, diferente al del autoritarismo, que ha aprendido a gobernar en democracia; que, desde luego, no quiere cometer los mismos abusos del pasado, como sí los cometió Moreira en Coahuila.
En este sentido, el presidente del PRI se ha convertido en un lastre para la próxima campaña presidencial de Peña. Lo más prudente, desde un punto de vista electoral, sería retirarlo de la dirigencia nacional del partido. Pero aquí viene el dilema para Peña.
Los barones priistas, que gobiernan sus feudos a su antojo, van a demandarle garantías a Peña: de que los protegerá, para que puedan seguir rigiendo a placer, si se convierte en soberano. El problema es que si Peña remueve a Moreira, tanto los ex gobernadores como los actuales, que tienen peso político en sus estados, pues desconfiarán de un “jefe” que, a la hora de la verdad, cuando viene el golpeteo de la oposición, los abandona para defender sus intereses personales. Tendrán la idea de que Peña está dispuesto a hacer todo con tal de ganar, incluso sacrificar a sus aliados; aliados que necesita para amarrar la candidatura presidencial del PRI y llegar a la Presidencia.
Si Moreira es relevado, Peña minimizaría uno de los ataques más dañinos que le harán durante su campaña, el de que “chango viejo no aprende maroma nueva”, pero correría el riesgo de alienar a todos los políticos priistas que están buscando que los proteja frente a los abusos de poder que han cometido en sus estados. En cambio, si Moreira se sostiene al frente del PRI, Peña dejaría abierto un flanco muy peligroso para que lo ataquen durante la campaña presidencial, pero mantendría tranquilos a los priistas que están dispuestos a ayudarlo a cambio de que luego los resguarde desde el poder presidencial.
Por lo pronto, todo indica que Peña ha decidido apoyar a Moreira. El domingo se refirió a él como “un dirigente que encabeza el priismo nacional con valor e inteligencia”. Es un respaldo frío, pero respaldo al fin y al cabo. Todo esto puede cambiar, desde luego, cuando Peña amarre la candidatura presidencial del PRI. Ahí ya tendrá el poder formal y la autonomía para tomar las decisiones más convenientes para ganar la Presidencia. Y Peña ya demostró en el Estado de México que no se tienta el corazón cuando se trata de ganar. Por eso creo que Moreira no será el dirigente nacional del PRI a la hora de la verdad, es decir, cuando formalmente comience la campaña presidencial.
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