La aventura del capitalismo
Domingo Soriano - Libertad Digital
Pensando en estas palabras, que auguran nuevos aparatos burocráticos, una legislación más farragosa o dificultades crecientes para los empresarios españoles, me acordé de una cita de Milton Friedman, quizás el mejor propagandista que haya tenido el liberalismo en el último medio siglo (aunque sus teorías monetarias sean bastante discutibles, merece el reconocimiento de los amantes de la libertad).
El Premio Nobel norteamericano aseguraba en Capitalismo y libertad que "uno de los mayores argumentos contra el mercado es que proporciona a los individuos lo que quieren y no lo que un determinado grupo piensa que deberían querer. Por debajo de la crítica de la libertad económica hay una crítica a la libertad misma". Aunque parezca mentira viendo esta cita, casi seguro que el neoyorquino no estaba pensando en Alfredo P. cuando la escribió. Friedman pone el dedo en la llaga, porque el problema de los políticos intervencionistas es que no entienden el mercado y cuando lo hacen no les gusta, porque favorece la libertad individual a cambio de quitarles poder a ellos.
Precisamente, la semana pasada estaba en casa viendo la tele y me encontré con uno de esos fantásticos documentales británicos que, a veces sin quererlo, tanto nos pueden enseñar sobre las maravillas de una sociedad libre. Era un capítulo de una serie llamada El capitalista aventurero que protagoniza un tal Conor Woodman. Este tipo parece ser que era el clásico yuppie de la City londinense que un día decidió cambiar de vida porque se aburría en su trabajo. Su idea fue vender sus posesiones para financiarse una vuelta al mundo, algo que ya han hecho muchos otros antes que él. Sin embargo, Woodman pensó en incluir un pequeño cambio realmente curioso. Como no quería volver a casa un par de años después con las manos vacías, decidió que durante su viaje iría haciendo intercambios comerciales a lo largo del planeta, lo que le serviría para ir ganándose unas perrillas. También pensó en grabarlo y editarlo como documental, lo que ahora nos permite ver cómo transcurrió su aventura.
El programa es más una guía de viajes que un sesudo tratado sobre el capitalismo. Pero quizás por eso sea incluso más útil como elemento de aprendizaje. El capítulo que me tocó en suerte es uno en el que Woodman parte de Asia con la intención de llegar a México. En China, compra unas pequeñas tablas de surf hinchables (parecen juguetes para niños o principiantes). Con ellas se dirige a Acapulco, donde encuentra unos almacenes encantados de comprarle su mercancía por bastante más de lo que él había pagado al otro lado del Pacífico.
Ver todo el proceso de compra y venta es absolutamente revelador. En China, ofrece al fabricante un precio bajo (8 libras), puesto que él soportará el riesgo de la operación y, además, convence al productor de que es una buena oportunidad de introducirse en el mercado mexicano. Luego, en el país norteamericano, también es capaz de sacar un muy buen precio (14 libras), puesto que el producto que ofrece es nuevo, hinchable y fácil de transportar, lo que puede ser muy atractivo para las familias que abarrotan las playas de este centro turístico.
En total, Woodman saca unas 4.000 libras de beneficio. Y nosotros, unas cuantas conclusiones que a nuestros políticos parece que les cuesta asimilar. En primer lugar, comprobamos que el mercado es el reino de la libertad: nadie hará una transacción en la que no se vea beneficiado. Por eso, incluso cuando una gran multinacional vende algo al más pobre de los hombres, el intercambio tiene que basarse en la premisa de que los dos ganan. Si alguno no lo hace, no cerrará el trato.
El relato de este capitalista aventurero también nos enseña que los objetos tienen muy diferente valor según el lugar, la persona y el momento. Woodman posiblemente habría tenido más problemas para colocar las tablas en México en temporada baja y habría tenido que ofrecer un descuento. Y dentro de dos años, si su uso se ha popularizado, el productor chino probablemente le podrá apretar algo más las clavijas.
Desgraciadamente, está muy extendida la idea de que el comercio es un proceso en el que alguien tiene que ganar para que otro pierda. Ya en la Edad Media, se despreciaba a los comerciantes como parásitos sociales, que se enriquecían sin aportar nada a la sociedad. Se comparaba su actividad, aparentemente improductiva, con la de ganaderos, agricultores o artesanos, que supuestamente sí añadían valor al producto.
Sin embargo, nuestro protagonista nos muestra como el comercio nunca es un juego de suma cero. Todas las partes salen beneficiadas de la transacción. El fabricante chino valora más las 8 libras que sus tablas; el vendedor mexicano cree que podrá sacar más de esas 14 libras que ha pagado por ellas. Y Woodman acaba con un buen montante de beneficios, a cambio del riesgo soportado, de la iniciativa comercial, de su buen ojo como mercader y de su capacidad para convencer a sus interlocutores. Cada día hay miles de millones de transacciones en el mundo y cualquiera de ellas se basa en los mismos principios que las dos del programa.
Leyendo la web de Woodman, sabemos que en su vuelta al mundo consiguió un beneficio de 25.000 libras, es decir, que dobló la cantidad con la que salió de casa. Se lo tiene merecido. Ha arriesgado su capital, ha ofrecido un servicio y ha logrado su recompensa. Sólo los envidiosos podrían reprocharle algo.
También los políticos como Rubalcaba, temerosos de la libertad de sus ciudadanos. Viendo partes de otros capítulos es fácil darse cuenta de que son sus colegas repartidos por todo el planeta los que más trabas ponen a la tarea de Woodman, con absurdas regulaciones, aduanas, tasas, normas o laberínticos procedimientos burocráticos. Eso sí, si les preguntamos, cada uno asegurará que restringen nuestra libertad en nombre de la "seguridad", los "consumidores" o los "productores nacionales". Además, se revisten de la autoridad de los votos para arrogarse todos esos poderes.
Frente a esta actitud sólo cabe seguir trabajando, produciendo y comerciando. También merece la pena recordar las palabras de otro enorme liberal, Ludwig Von Mises: "El mercado es una democracia donde cada centavo da derecho a votar y donde se vota todos los días". El problema es que un ciudadano libre y que vota cada día quizás sea, precisamente, la peor pesadilla que cualquier político pueda enfrentar.
Perú: La gran ambición
por Jaime de Althaus
Jaime de Althaus Guarderas es Director y Conductor del programa La Hora N, columnista del diario El Comercio (Perú) y autor de varios libros sobre el desarrollo del Perú.
El presidente del Consejo de Ministros del Perú, Salomón Lerner, ha anunciado un conjunto muy ambicioso de metas sociales, obras y servicios, cuya realización supondrá una capacidad de gestión que hoy no existe y una tasa de crecimiento de la economía probablemente superior al 6% anual que se plantea.
En relación a lo primero, es interesante que haya planteado pasar el 100% del presupuesto a la metodología del presupuesto por resultados, aunque eso mismo supondría también una elevación considerable de la capacidad tecnocrática del gobierno, que podría empezar a conseguirse con la subida del tope salarial a los altos funcionarios, lo que no fue mencionado en el mensaje. Pero la implantación de esa metodología sería, de por sí, un avance importante en la conquista de un Estado moderno y racional. También se anuncia un Estado móvil en las áreas rurales, una idea sugerente.
El ‘gravamen’ adicional de 3 mil millones de soles (US$1.092 millones) por año que se aplicará a la minería convertirá a esta en algo más cara tributariamente que la chilena, pero al parecer los mineros se habrían comprometido a seguir adelante con sus proyectos, que sumarían —dijo el primer ministro— US$30 mil millones de inversión en el quinquenio. De ser así, no será difícil superar el 6% de crecimiento anual de la economía. Pero que esa inversión se concrete dependerá, además, de cómo se reglamente la Ley de Consulta Previa, que, tal como está, podría frenar la inversión.
Le resta energías al sistema, además, que el Estado se asocie para una línea aérea de bandera o que Petro-Perú incursione en una serie de actividades productivas y en la comercialización de GLP (gas licuado de petróleo), y Electro-Perú participe en las hidroeléctricas y Enapu se relance, etc. ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene si no es el de abrir puestos de trabajo para los amigos del gobierno, con el riesgo de enorme ineficiencia y corrupción? ¿O darle más poder al gobernante para controlarlo todo? Nada de esto estaba en la hoja de ruta. Allí donde ingresan empresas del Estado se aleja la inversión privada —salvo la parasitaria—, temerosa de cambios en las reglas o de favoritismos para la empresa estatal. Fomentar la expansión estatista no es otra cosa que generar huecos negros en la economía.
De otro lado, ¿tiene sentido anunciar un plan de formalización del aparato productivo y al mismo tiempo dar una ley general del trabajo, que, como sabemos perfectamente, recoge la realidad de privilegio de las oligarquías laborales de la gran empresa y consolida la exclusión de los informales? Una ley que impediría, además, la flexibilidad necesaria para facilitar el logro de la importante meta de triplicar las exportaciones no tradicionales.
Como siempre, la ideología y los intereses creados socavando el progreso y la propia inclusión social.
Ecuador bajo Correa: confrontación y represión
La declinación autoimpuesta de EE.UU.
Por Malcolm Fraser
MELBOURNE. – Si la amplia prosperidad posterior a la Segunda Guerra Mundial que se ha sostenido ya por seis décadas llega a su fin, tanto los Estados Unidos como Europa serán los responsables. Con raras excepciones, la política se ha convertido en una profesión desacreditada a lo largo de todo el Occidente. Siempre se trata al mañana como más importante que la próxima semana, y la próxima semana prevalece sobre el próximo año, y nadie busca garantizar el futuro a largo plazo. Ahora el Occidente está pagando el precio.
En este situación, los instintos del Presidente Barack Obama pueden ser la excepción, pero él está luchando en Estados Unidos contra fuerzas poderosas que se encuentran aferradas al pasado, así como contra un populismo demagógico, que se presenta bajo la figura del Tea Party, él cual es aún más radical; y, que podría derrotarlo en el año 2012, dañando gravemente a los EE.UU. en el proceso.
Los amigos de Estados Unidos alrededor del mundo miraron con consternación la reciente trifulca sobre la elevación del techo de la deuda del gobierno federal, y observaron la incapacidad del Congreso de EE.UU. para llegar a algo que pueda ser visto como un compromiso equilibrado y con visión de futuro. Por el contrario, el resultado representa una victoria importante para los lacayos del Tea Party, cuyo propósito parece ser la reducción de las obligaciones y gastos del gobierno a un mínimo estrictamente necesario (algunos incluso objetan la existencia de un banco central), y el mantenimiento de las escandalosas concesiones y ventajas impositivas dictadas por el presidente George W. Bush a favor de los ricos.
Los actuales problemas fiscales de Estados Unidos tienen sus raíces en un largo periodo de gasto sin financiación. Las guerras de Bush en Afganistán e Irak y la manera en que se condujo la “guerra global contra el terrorismo” empeoraron mucho más las cosas, contribuyendo a una situación totalmente insostenible. De hecho, Obama heredó un legado casi imposible de administrar.
En las semanas posteriores al acuerdo sobre el techo de la deuda, se ha visto cada vez más claramente que podría ser imposible tener una buena gobernanza en EE.UU. Los meses venideros, que se centrarán en la campaña por la Presidencia de EE.UU., se destinarán a las trifulcas mezquinas sobre lo que debe recortarse. El ejemplo de las últimas semanas no nos proporciona ninguna razón para ser optimistas y pensar que los legisladores de los EE.UU. actuarán por encima de la política partidista y se preguntaran qué es lo mejor para Estados Unidos.
En las actuales circunstancias, no es de extrañar que los mercados financieros hubiesen retornado a un estado de extrema volatilidad. Los recortes de gastos dispuestos como resultado del debate sobre el techo de la deuda reducirán la actividad económica; por consiguiente, se socavará el crecimiento y la reducción de la deuda se tornará en algo aún más difícil. Proporcionar más estímulos fiscales para impulsar el crecimiento económico conlleva sus propios riesgos, debido al techo de la deuda y a otro factor que es más fatídico: Estados Unidos está ya excesivamente endeudado, y hay indicios de que los titulares más importantes de los valores del gobierno de EE.UU. ya se cansaron de recibir sus pagos en una moneda depreciada.
Lo más importante es que el llamado que hace China para la introducción de una nueva moneda de reserva emerge de su frustración por el fracaso de los gobiernos grandes –ya sea en los EE.UU. o Europa– en cuanto a gobernar sus asuntos económicos con realismo y sentido común. China reconoce que Estados Unidos está en grandes dificultades (de hecho, China reconoce esta situación con mayor claridad que el propio EE.UU.), y que, dada la venenosa atmósfera política imperante en Washington, no habrá un fácil retorno a la buena gobernanza, a la estabilidad económica y al crecimiento
El liderazgo de Estados Unidos en asuntos mundiales comenzó a debilitarse con el unilateralismo de Bush, y los actuales problemas económicos refuerzan esta tendencia. Para invertir la declinación de Estados Unidos, Obama necesita el apoyo bipartidista a sus políticas (mismas que son bastante convencionales), pero hasta ahora el Congreso de EE.UU. no ha mostrado la valentía para llevar a cabo sus tareas legislativas dentro de un enfoque basado en principios.
Si los esfuerzos poco entusiastas de Alemania para estabilizar a Europa de alguna manera llegan a tener éxito, la posición de Estados Unidos se va a erosionar aún más, y los bancos centrales del mundo comenzarán una vez más a considerar al euro como una alternativa fiable al dólar como moneda de reserva. La alternativa, tal como lo ha sugerido China, sería desarrollar una nueva moneda de reserva.
Estas realidades constituyen un cambio de poder de un tipo que no hemos experimentado en nuestras vidas. El poder económico que tiene China sobre E.E.U.U. es ahora sustancial y limitará no sólo la influencia que tiene Estados Unidos en los mercados financieros, sino también su capacidad para utilizar el poder militar.
Si esto obliga a los Estados Unidos a retornar hacia lo que el profesor Joseph Nye llama “poder blando y diplomacia multilateral”, podría ocurrir algo bueno. Sin embargo, estos enfoques son un anatema para el Partido Republicano de EE.UU., y en particular para su facción denominada Tea Party, y ellos podrían intranquilizar a muchos asiáticos que están actualmente nerviosos por el creciente poderío militar de China.
El argumento contrario –que señala que si China liquida o deja de comprar los títulos del gobierno de EE.UU. dañaría en la misma proporción a la propia China y a Estados Unidos– no es válido. A medida que pasan los años, los mercados de China se expanden en todo el mundo, y su mercado interno llega a representar un mayor porcentaje de su propio PIB. Como resultado de ello, China no necesita un dólar fuerte en el largo plazo. Los estadounidenses necesitan poner en orden sus asuntos económicos en casa antes de que China pierda su incentivo para apoyar al dólar.
En varias ocasiones en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se ha dado cuenta de manera muy dolorosa que existen límites al uso efectivo del poder militar. No se pudieron lograr los objetivos estadounidenses en Vietnam. El resultado en Irak no podrá ser determinado hasta que las últimas tropas estadounidenses se retiren. En Afganistán, donde las fechas de retirada ya se han establecido, es difícil creer que se pueda establecer un estado unificado y coherente.
A medida que se reduce la eficacia del poder militar, crece la importancia del poder económico. El reconocimiento de estas realidades fundamentales –y su abordaje bipartidista– es de importancia crítica para el futuro de Estados Unidos, como también para él del Occidente.
El tsunami monetario está llegando
Por Frank Shostak.
En su discurso en Jackson Hole, Wyoming, el 26 de agosto de 2011, el presidente de la Fed decepcionó a la mayoría de los expertos. No prometió otra infusión masiva de dinero falso, es decir, la QE3. Sospecho que un fortalecimiento en los préstamos bancarios es un factor importante tras la decisión de la Fed de posponer el impulso de de más dinero en la economía.
La tasa anualizada de crecimiento de nuestra medición del crédito inflacionista de los bancos saltó al 8,2% hasta ahora en agosto, desde un 4,3% en julio. Un fortalecimiento visible en el crédito inflacionista de la banca comercial, es decir, crédito “creado de la nada”, ofrecería el “necesario” estímulo monetario. Esto significa que la masiva cantidad de dinero inyectado por la Fed desde 2008 (más de 2 billones de dólares) está empezando a introducirse en la economía por medio de los bancos.
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Esto era lo que esperaba la Fed desde hace tiempo y el objetivo de los enormes aumentos en las reservas bancarias que se han credo durante la crisis. Hasta hace poco, estas reservas estaban atascadas en el sistema, incapaces de encontrar prestamistas y prestatarios deseosos de llegar a un acuerdo. Ha sido algo bueno porque los precios se han mantenido de alguna forma bajo control.
Eso está cambiando. A medida que aumenta el ritmo de los préstamos y actúa el sistema de reserva fraccionaria de pirámides de préstamos, podremos ver nuevos flujos de dinero desparramándose por nuestra vida económica y causando un daño incalculable.
Por el momento, el ritmo de inyección por la Fed sigue boyante. La tasa anual de crecimiento del balance del banco central se mantuvo en el 23,6% hasta ahora en agosto frente al 23,1% en julio. La inercia creciente de nuestra medición monetaria para Estados unidos (AMS) saltó a 13,1% este mes desde el 11,8% de julio.
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Ahora, según la mayoría de los expertos, la inyección monetaria masiva va a disparar las expectativas inflacionistas, que a su vez dará el impulso necesario a los desembolsos de los consumidores.
Una vez que los consumidores empiecen a gastar más, a través del famoso multiplicador keynesiano, esto revigorizará la actividad económica general y pondrá a la economía en camino hacia un crecimiento económico autosostenido. La clave en esta forma de pensar es que actualmente hay un problema con los gastos de los consumidores que, por diversas razones, no son suficientemente fuertes como para reavivar la economía.
Por ejemplo, el aumento en el desempleo hace que la gente sea cauta en sus gastos, lo que, de acuerdo con el pensamiento popular, son malas noticias. De ahí que deban introducirse políticas dirigidas a aumentar el empleo con el fin de hacer que marche la economía. Cavar zanjas o presentar diversos proyectos públicos, como construir carreteras, es algo que se recomienda especialmente.
De acuerdo con esta forma de pensar, si el sector privado es reacio a potenciar el gasto, entonces es tarea del gobierno y el banco central hacerlo con el fin de poner a la economía en un camino de crecimiento económico autosostenido.
Esto significa que el gobierno y las políticas del banco central yerran siendo débiles, lo que implica que la Fed debería inyectar dinero agresivamente, lo que, junto con los muy bajos tipos de interés y las políticas fiscales laxas, se espera que reavive la confianza del consumidor e impulse la actividad económica.
Es un buen resumen de las opiniones de Bernanke, que cree que la causa clave tras la Gran Depresión de la década de 1930 fue una inyección inadecuada de la Fed de entonces. Esta vez Bernanke está decidido a no repetir el mismo error.
Adviertan nuevamente que, de acuerdo con el pensamiento popular, potenciar la demanda general de bienes y servicios es la clave para el fortalecimiento del crecimiento económico de EEUU.
Es verdad que hace falta un fortalecimiento en la demanda de bienes y servicios para un reavivamiento económico. Sin embargo, un aumento de la demanda de estar respaldado completamente por un aumento en la producción previa de bienes y servicios finales. Este aumento en la demanda debe estar apoyado por el aumento previo en el ahorro y no por políticas fiscales y monetarias laxas.
Ni la inyección monetaria no ninguna forma de política estimuladora pueden generar más financiación real: más bien llevan al desvío de fondos de actividades generadoras de riqueza a actividades no generadoras de riqueza. Estos tipos de políticas reducen la cantidad de financiación real disponible para generadores de riqueza: el crecimiento económico se produce bajo presión por estas políticas. (Lleva al consumo de capital. En lugar de plantar las semillas para obtener una cosecha en el futuro, estas políticas hacen que la gente consuma las semillas. Evidentemente no debería sorprendernos que en consecuencia no haya cosechas futuras. Aún así, los políticos tratan de convencernos de que podemos comernos las semillas y tener asimismo la cosecha).
Contrariamente a la mayoría de los expertos (incluyendo a Bernanke) cuanto más agresivas sean las políticas del Fed, peor va a ir la economía. Si todo lo que hace falta para reavivar la economía es inyectar más dinero, entonces ahora mismo todas las economías del tercer mundo serían muy ricas.
Las últimas tendencias en banca anuncian la posibilidad de tiempos muy peligrosos a la vista, en los que las economías desarrolladas sigan el camino de dichas economías subdesarrolladas y destruyan la riqueza mediante la inflación un nombre de estimular la producción. Como podremos descubrir pronto de nuevo, imprimir dinero no es un sustitutivo de la creación real de riqueza.
El auge del capitalismo
Por Ludwig von Mises
El sistema precapitalista de producción era restrictivo. Su base histórica era la conquista militar. Los reyes victoriosos habían dado el territorio a sus paladines. Estos aristócratas eran señores en el sentido literal del término, ya que no dependían del apoyo de consumidores comprando o absteniéndose de comprar en un mercado.
Por otro lado, ellos mismos eran los principales clientes de las industrias de procesado, que, bajo el sistema de gremios, se organizaban bajo un esquema corporativo. Este esquema era opuesto a la innovación. Prohibía desviarse de los métodos tradicionales de producción. El número de personas para las que había trabajo incluso en la agricultura o en las artes y artesanías estaba limitado. Bajo estas condiciones, muchos hombres, por usar las palabras de Malthus, tenían que descubrir que “en la asombrosa fiesta de la naturaleza no había plaza vacante para ellos” y que “ésta les decía que se fueran”.[1] Pero algunos de estos marginados se las arreglaban para sobrevivir, tener hijos y hacer que el número de indigentes creciera sin esperanzas cada vez más.
Pero luego llegó el capitalismo. Es habitual ver las innovaciones radicales que trajo el capitalismo en la sustitución de los métodos más primitivos y menos eficientes de las tiendas artesanas por las fábricas mecánicas. Es una visión superficial. La característica propia del capitalismo que le distingue de los métodos precapitalistas de producción fue su nuevo principio de marketing.
El capitalismo no meramente producción en masa, sino producción en masa para satisfacer las necesidades de las masas. Las artesanías de los buenos viejos tiempos habían atendido casi exclusivamente los deseos de la gente acomodada. Pero las fábricas producían bienes baratos para la mayoría. Todas las primeras fábricas creadas se diseñaron para servir a las masas, los mismos estratos sociales que trabajaban en las fábricas. Les servían o bien suministrándoles directamente o bien indirectamente exportando y ofreciéndoles alimentos y material extranjeros. Este principio de marketing fue la señal del capitalismo temprano, como lo es del capitalismo actual.
Los propios empleados son los clientes que consumen la mayor parte de todos los bienes producidos. Son consumidores soberanos que “tienen siempre la razón”. Su compra o abstención de compra determina qué ha de producirse, en qué cantidad y de qué calidad. Al comprar lo que les va mejor hacen que algunas empresas obtengan beneficios y se expandan y otras pierdan dinero y se encojan. Por tanto están continuamente cambiando el control de los factores de producción a las manos de aquellos hombres de negocio que tengan más éxito en atender sus deseos.
Bajo el capitalismo, la propiedad privada de los factores de producción es una función social. Empresarios, capitalistas y terratenientes son los mandatarios, por decirlo así, de los consumidores y su mandato es revocable. Para ser rico, no basta haber ahorrado y acumulado capital una vez. Es necesario invertirlo una y otra vez en aquellas líneas que mejor atiendan los deseos de los consumidores. El proceso de mercado es un plebiscito repetido diariamente y expulsa inevitable de las filas de la gente rentable a quienes no empleen su propiedad de acuerdo con las órdenes dadas por el público. Pero las empresas, objeto de odios fanáticos por parte de todos los gobiernos contemporáneos y los autocalificados como intelectuales, adquieren y mantienen su grandeza solo porque trabajan para las masas. Las fábricas que atienden a los lujos de unos pocos nunca alcanzan a tener un gran tamaño.
El defecto de historiadores y políticos del siglo XIX fue que no se dieron cuenta de que los trabajadores eran los principales consumidores de los productos de la industria. En su opinión, el asalariado era un hombre que trabajaba duramente para el único beneficio de una clase ociosa parásita. Trabajaban bajo el engaño de que las fábricas habían dañado al bloque de los trabajadores manuales. Si hubieran prestado alguna atención a las estadísticas habrían descubierto fácilmente las mentiras de sus opiniones. La mortalidad infantil cayó, la esperanza media de vida se prolongó, la población se multiplicó y el hombre medio común disfrutó de comodidades que ni siquiera los ricos de épocas anteriores habían soñado.
Sin embargo, este enriquecimiento sin precedentes de las masas era meramente un derivado de la Revolución Industrial. Su principal logro fue la transferencia de la supremacía económica de los propietarios de tierras a la totalidad de la población. El hombre común ya no sería un esclavo que tuviera que contentarse con las migajas que caen de las mesas de los ricos. Desparecieron las tres castas de parias que eran características de las eras precapitalistas (los esclavos, los siervos y esa gente a la que se referían como los pobres los autores patriotas y escolásticos, así como la legislación británica de los siglos que van del XVI al XIX). Sus vástagos se convirtieron, en esta nueva disposición de los negocios, no solo en trabajadores libres, sino también en consumidores.
El cambio radical se reflejó en el énfasis puesto en los mercados por parte de los negocios. Lo que necesitan en primer lugar los negocios son mercados y más mercados. Era la palabra clave de la empresa capitalista. Mercados, lo que significa clientes, compradores, consumidores. Bajo el capitalismo hay una vía para la riqueza: servir a los consumidores mejor y más barato que otra gente.
Dentro de la tienda y la fábrica el propietario (en las corporaciones, el representante de los accionistas, el presidente) es el jefe. Pero esta jefatura es meramente aparente y condicional. Está sujeta a la supremacía de los consumidores. El consumidor es el rey, el jefe real y el fabricante esta listo si no supera a sus competidores en servir mejor a los consumidores.
Fue esta gran transformación económica la que cambió la faz del mundo. Muy pronto transfirió el poder político de las manos de una minoría privilegiada a la del pueblo. El voto adulto se siguió al voto industrial. El hombre común, a quien el proceso de mercado había dado el poder de elegir el empresario y los capitalistas, adquirió el poder análogo en el campo del gobierno. Se convirtió en votante.
Muchos eminentes economistas, creo que el primero fue el último Frank A. Fetter, han observado que el mercado es una democracia en la que cada penique da un derecho de voto. Sería más correcto decir que el gobierno representativo por el pueblo es un intento de disponer los asuntos constitucionales de acuerdo con el modelo del mercado, pero este diseño no puede conseguirse nunca completamente. En el campo político siempre prevalece la voluntad de la mayoría y las minorías deben someterse a él. Sirve asimismo a las minorías, siempre que no sean tan insignificantes en número como para ser insignificantes. La industria del vestido produce ropa no solo para gente normal, sino también para la gente corpulenta y los editores no publican solo novelas del oeste y de detectives para las masas, sino asimismo libros para lectores refinados.
Hay una segunda diferencia importante. En la esfera política, no hay medio para que un individuo o un pequeño grupo de individuos desobedezcan la voluntad de la mayoría. Pero en el campo intelectual la propiedad privada hace posible la rebelión. El rebelde tiene que pagar un precio por su independencia: no hay en este universo premios que puedan obtenerse sin sacrificios. Pero si un hombre está dispuesto a pagar el precio, es libre de desviarse de la ortodoxia o neo-ortodoxia gobernante.
¿Cuáles habrían sido las condiciones en la sociedad socialista para herejes como Kierkegaard, Schopenauer, Veblen o Freud? ¿O para Monet, Courbet, Walt Whitman, Rilke o Kafka? En todas las épocas, los pioneros de nuevas formas de pensar y actuar solo podían actuar porque la propiedad privada hacía posible el desprecio de las formas de la mayoría. Solo unos pocos de estos separatistas eran económicamente suficientemente independientes como para desafiar al gobierno en las opiniones de la mayoría. Pero encontraron en el clima de la economía libre a gente pública lista para ayudarles y apoyarles. ¿Qué habría hecho Marx sin su patrocinador, el fabricante Friedrich Engels?
Los reguladores de la comida están fuera de control
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La obsesión de la primera dama Michelle Obama con la “obesidad infantil” ha molestado a muchos desde que comenzó hace dos años, especialmente a los que piensan que sermonear a los padres desde la Casa Blanca debe reservarse para asuntos más urgentes. Ahora se está volviendo algo más serio ya que los reguladores de alimentos están comenzando a violar la libertad de expresión de los anunciantes.
En la molestia más reciente, cuatro agencias federales conocidas como el Grupo de Trabajo Interagencias (IWG) han publicado un plan para censurar drásticamente a los anunciantes de alimentos cuyos productos se consideren “demasiado altos” en sodio, azúcar o grasas y que se dirijan a una audiencia que comprenda entre las edades de dos a once años. Estos anunciantes perderían secciones clave de la programación en algunos de los programas más populares de Estados Unidos, como American Idol, America’s Got Talent y Glee — simplemente porque al estado niñera ”no le gusta” lo que venden.
El IWG, creado a través de la Ley Ómnibus de Asignaciones Presupuestarias de 2009 para estudiar la obesidad infantil y ofrecer posibles soluciones, ha ido más allá de su alcance definido. Ahora se podrá multar duramente a compañías perfectamente cabales.
Los reguladores piensan salirse con la suya enmascarando sus normas como “directrices voluntarias”. En realidad, las directrices son cualquier cosa menos opcionales, según los fabricantes alimentarios afectados.
Como nos explica Diane Katz, de Heritage:
Las restricciones son voluntarias solo de nombre. Los fabricantes de alimentos difícilmente pueden hacer caso omiso de las “recomendaciones” provenientes de las mismas agencias federales que ejercen autoridad sobre cada uno de sus movimientos. Es como cuando un policía nos pide los papeles o revisarnos el auto: Aunque la ley trata tal cooperación ciudadana como voluntaria, la mayor parte de las personas no la ven así, ni la policía contemplaría con beneplácito que se niegue a sus peticiones.
Tampoco es que se vayan a ver afectados únicamente los Twinkies y las galletas. Cualquier producto que se considere que tiene mucho sodio o grasa será analizado según las nuevas reglas, incluyendo alimentos cuya producción exige un alto contenido de sodio (como los pepinillos) y los que son grasos por naturaleza (como el maní).
Como escribió Katz, “Productos nutricionales básicos como Cheerios, la mantequilla de maní y el yogur están prohibidos según los estándares propuestos, algo que en efecto constitutye una lista de las compras regulada por el gobierno”.
Las regulaciones propuestas afectan a alimentos muy populares justo allí donde más les perjudica. A su vez, el libre mercado y la elección del consumidor se manipulan solo para que encajen en una inapropiada agenda gubernamental que no soluciona el problema.
Incluso si el gobierno federal lo hiciera con buenas intenciones, su plan de actuación no se basa en investigaciones confiables. El objetivo final de esta regulación es ponerle freno a la creciente epidemia de obesidad infantil — pero el Instituto de Medicina no encontró vínculo alguno entre los comerciales y las opciones alimentarias de los niños.
Según Katz, los niños han visto un 50% menos de comerciales de comida en los últimos seis años que anteriormente — no obstante, los índices de obesidad han seguido aumentando. El ex comisionado de la Agencia de Medicamentos y Alimentos (FDA), Dr. Mark McClellan, atribuye el problema de la obesidad a la “inactividad física” — no a las calorías. De hecho, McClellan enfatizó que la cantidad de calorías que ingieren los niños ha sido la misma en los últimos veinte años.
Pero, las regulaciones no solo pone barreras al mercado y censuran la libertad de expresión sino que perjudican a las empresas detrás de la etiqueta. El director ejecutivo de la compañía Sara Lee, Christopher J. Fraleigh, habló recientemente de las extralimitadas regulaciones que perjudicarán especialmente a su empresa:
No se podrá hacer publicidad de un pan con pavo hecho con carne de pavo sin grasa de Sara Lee, ya sea durante el Superbowl o en cualquier programa que pueda tener una gran audiencia infantil porque el producto tiene un nivel poquito alto en sodio…. La actual regulación de publicidad dirigida a niños es el perfecto ejemplo de regulación que va demasiado lejos.
Los reguladores alimentarios de la administración Obama creen que si se les da la mano, pueden subirse hasta el brazo. Pero cuando la libertad de expresión está en peligro, tengan por seguro que el pueblo levantará la voz y no se lo tolerará.
El horror en el casino, el escándalo de Rápido y Furioso y nadie se responsabiliza
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El último horror acaecido el 25 de agosto ha sacudido a México. En un asalto desvergonzado y sin sentido, al parecer parte de un plan de extorsión, los miembros de la organización criminal Los Zetas prendieron fuego con bombas incendiarias a un casino en Monterrey, México. En el resultante infierno, murieron 52 mexicanos, principalmente mujeres de clase media y sin conexión con el narcotráfico.
El presidente mexicano Felipe Calderón denunció el atentado del casino como un “acto abominable de terrorismo y barbarie” sin precedentes. El mandatario hizo un firme llamamiento a Estados Unidos y la administración Obama para que hagan algo sobre el consumo de drogas y el flujo de armas hacia el sur de México.
El 26 de agosto, la Casa Blanca emitió un mensaje de condena y condolencia, alabando al pueblo mexicano y a su gobierno por su “valiente lucha para desbaratar violentas organizaciones criminales transnacionales” y se comprometió a “seguir adelante con nuestra cooperación sin precedentes para hacer frente a estas organizaciones criminales”.
Sin embargo, el tono de su convicción y determinación suena menos convincente a la luz del anuncio del 30 de agosto del Departamento de Justicia acerca de una reorganización en la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF) a raíz del escándalo de la Operación Rápido y Furioso.
El Departamento de Justicia anunció que se estaba cambiando al director interino de la ATF, Kenneth E. Melson, a una posición como asesor y que aceptaba la dimisión del procurador general de Arizona Dennis Burke.
Está claro que la administración Obama desea evitar el escrutinio del Congreso, del pueblo americano y mexicano por su mal concebida y nefasta estrategia de vender armas a mortíferas organizaciones criminales para después seguirles la pista – sin informar a oficiales en la embajada de Estados Unidos en la Ciudad de México o al gobierno mexicano. La administración quiere minimizar el hecho de que armas de esta operación fuesen encontradas en la escena del crimen del agente de la Patrulla Fronteriza, Brian Terry, asesinado en diciembre de 2010. O que armas hayan aparecido en diversos crímenes en México. O que la ATF ha perdido la pista de 1,400 armas.
Lamentablemente, la gestión del Departamento de Justicia respecto a las investigaciones en curso sobre la Operación Rápido y Furioso está llena de detalles para lavarse las manos de su responsabilidad, de echarle la culpa a otros, de control de daños y evasivas burocráticas, todo demasiado común en la administración Obama.
Observaba el congresista Darrell Issa (R-CA), que ha sido fundamental en la conducción de la investigación del Congreso: “Sabemos que [la administración] está burlando el sistema y pensamos que ya es hora que pare con ello”.
En pocas palabras, Issa está exigiendo el tipo de cooperación que la Casa Blanca prometió al gobierno de México a raíz de la horrible tragedia del casino de Monterrey.
Mientras que representantes políticos y cargos públicos de carrera en Estados Unidos [y también en México] se preocupan por su reputación y sus empleos, hace falta que se den cuenta de que a ambos lados de la frontera, hay una continua lucha –mejor dicho, una guerra— contra sofisticadas y mortíferas organizaciones criminales. Con frecuencia hay vidas en juego y los que se llevan la peor parte de los riesgos exigen buen juicio y rendición de cuentas, no maniobras burocráticas o encubrimiento cuando los funcionarios del gobierno meten la pata.
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