martes, febrero 14, 2012

Desigualdad económica e injusticia. Ryan Messmore



En su Discurso sobre el Estado de la Unión, el presidente Obama puso la desigualdad económica en el centro de su alocución. Enmarcó este tema en términos de justicia para los pobres. Si nuestro objetivo es ayudar a la gente a escapar de la pobreza tenemos, no obstante, que preguntar algunas cuestiones más urgentes y personales.


Un debate sobre la “brecha” entre ricos y pobres no es directamente un debate sobre personas, sino, pues, sobre una brecha. Fijar la atención en la brecha entre personas nos distrae a la hora de centrar nuestra atención en los propios pobres. En lugar de pretender que la desigualdad económica es el principal problema, necesitamos mejorar y poner nuestro enfoque en la verdadera injusticia así como en ayudar a todo ciudadano a poder escalar económicamente.
Como arguyo en la reciente edición de National Affairs, replantear este debate requerirá cuestionar algunos supuestos básicos sobre pobreza, igualdad y justicia. Por ejemplo, esto significa poner en tela de juicio la idea generalizada de que “la desigualdad, de por sí, es inherentemente injusta y, por tanto, la brecha entre ricos y pobres también lo es. Esta percibida injusticia a su vez desencadena el respaldo a políticas redistributivas que tienen por objeto nivelar la prosperidad más equitativamente en toda la sociedad”.
La desigualdad como tal, no es evidencia de la injusticia. Es demasiado simplista reducir el concepto de justicia a la mera igualdad sin preguntar “¿iguales respecto a qué?”
Los Fundadores de Estados Unidos sabían que, aunque los seres humanos son iguales en algunos aspectos clave, no son iguales en todos los aspectos. Toda vida humana, en virtud de su condición de ser humano, es igual en dignidad y valor. Por lo tanto, cuando se trata de nuestra posición ante Dios y la ley así como el valor de la vida individual, la justicia exige la igualdad de trato para todos.
En otros muchos contextos, sin embargo, la justicia exige tratar a las personas de manera diferente”. James Wilson, uno de los firmantes de la Declaración de la Independencia y magistrado fundador de la Corte Suprema escribió: “Los derechos naturales y los deberes del hombre pertenecen a todos por igual”. Pero Wilson señaló: “Cuando decimos que todos los hombres son iguales, nos referimos no a aplicar esta igualdad a sus virtudes, sus talentos, sus disposiciones o sus adquisiciones. En todos estos aspectos, hay… una gran desigualdad entre los hombres”.

Dado que todos tenemos la misma dignidad y el mismo derecho a la vida, cada persona debería tener acceso al menos a los recursos básicos necesarios para sustentar su vida en su sociedad. La responsabilidad de establecer un escenario base de dignidad radica en una variedad de instituciones sociales que incluye familias, iglesias y negocios, así como al gobierno. Por encima de este umbral, un gobierno justo además tiene la obligación de proteger la libertad de las personas para que desarrollen sus diferentes capacidades y facultades y también de proteger los bienes que acumulan como producto de estas, inclusive si estos bienes varían ampliamente.
Un principio simple, pero pasado por alto resume todo esto: Donde las personas son iguales, es justo tratarlos por igual, donde son diferentes, es injusto tratarlos por igual. El intento de garantizar la igualdad material para todos los ciudadanos a través de la redistribución a manos del gobierno, no presta atención a este principio. La ética redistribucionista en cuestión en realidad corre el riesgo de caer en la injusticia al no tomar en cuenta las diferencias fundamentales entre los individuos y privándolos de la recompensa de sus éxitos.
Este artículo tendrá una segunda parte y allí demostraré por qué este enfoque redistribucionista también asume erróneamente que el problema clave es la brecha económica en sí misma, es decir, que la riqueza desigual como tal causa penurias a los pobres.
Para ayudar a los pobres deberíamos poner la atención en ellos directamente, centrándonos no en la brecha que hay entre ricos y pobres sino en las verdaderas causas de su pobreza y en los caminos eficaces que los lleven a la prosperidad personal.

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