Ha
suscitado rechazo, casi indignación el que Rusia y China hayan vetado
la última propuesta relativa a la crisis siria presentada a la
consideración del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. El borrador
de resolución presentado por Marruecos venía a recoger el plan de
pacificación ya expuesto por la Liga Árabe el 22 de enero. Este plan
pasa por la transición del régimen sirio a una democracia, lo que a su
vez implica, aunque no se diga con claridad, el abandono del poder por
parte de Bashar al Assad. Ya es curioso que una Liga integrada
esencialmente por dictaduras llame a la transición hacia un régimen
democrático de uno de sus miembros. El caso es que Rusia y China se han
negado a apoyar esta resolución por considerar que su redacción no
estaba suficientemente equilibrada, en el sentido de que no exigía a la
oposición siria el necesario alejamiento de los elementos más
extremistas y porque la propuesta prejuzgaba el resultado del diálogo
político pacífico que propugnaba, el fin del régimen de Assad. Estos han
sido los núcleos de las justificaciones públicas dadas por los
embajadores en la ONU de los dos países, Viktor Churkin y Lao Baodong
En
este sentido, Rusia y China tienen razón. El texto sometido al Consejo
prejuzga cuál tiene que ser el resultado del diálogo político que
reclama. Cuando habla de transición hacia un régimen democrático donde
los ciudadanos sean realmente iguales ante la Ley, se da por hecho que
tal régimen no es compatible con la presencia en el poder de Bashar al
Assad. Desde luego, es muy deseable que en Siria, como en cualquier otro
país que no disfrute de ella, haya una democracia. La cuestión es que
la caída de Assad no garantiza la llegada de la democracia, aunque
obviamente, su salida del poder es una condición previa necesaria, pero,
como digo, no suficiente. Ya hemos visto lo que ha ocurrido en Libia,
aunque aquí la situación es todavía volátil y todo podría ocurrir, pero a
estas alturas parece improbable que Libia vaya a disfrutar de una
democracia en un futuro próximo.
Rusia
y China pueden no estar interesadas en que la democracia llegue a
Siria, pero lo cierto es que la resolución, de haber sido aprobada,
tampoco lo garantizaría. En la lógica del borrador propuesto está el
que, de no hacer Assad la transición a la democracia que se le exige y
en caso de no apartarse del poder, si siguieran los disturbios y la
represión del régimen, el Consejo estaría obligado, por coherencia con
lo aprobado con anterioridad, a autorizar la intervención militar a fin
de imponer el “diálogo político” que la primera resolución reclamaba.
Por eso, puede afirmarse que el veto sino-ruso es de alguna manera
preventivo. La propuesta parecía inofensiva y aparentaba que podía
fácilmente haber sido aceptada, pero llevaba en sus entrañas la
autorización a la intervención militar para el caso de que Assad no se
apartara del poder voluntariamente. Y esto es lo que China y Rusia no
han querido arriesgar. Las dos potencias pueden llamar al actual régimen
sirio amigo. El que venga puede que lo sea y puede que no y encima no
hay garantía de que sea democrático y puede incluso que sea un títere de
Occidente sin calidad democrática alguna como podría llegar a ser el
libio. ¿Puede extrañar que en estas condiciones vetaran la propuesta de
resolución?
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