por Juan Carlos Hidalgo
Juan Carlos Hidalgo es Coordinador para Proyectos de América Latina del Cato Institute.
La inflación nuevamente está causando dolores de cabeza en América Latina. En el 2007, el Índice de Precios al Consumidor (IPC) aumentó en todas menos dos economías latinoamericanas, alcanzando un promedio regional de 8,43 por ciento—casi 2 puntos porcentuales más alto que el año anterior. La inflación no es un fenómeno nuevo en la región, pero a diferencia de otros episodios muy conocidos del pasado, gran parte de los gobiernos latinoamericanos cuentan ahora con una buena disciplina fiscal y altos ingresos tributarios. Entonces, ¿de dónde viene esta vez la inflación?
Muchos analistas y gran parte de los gobiernos de la región afirman que el alto precio del petróleo y de ciertos granos son los responsables de esta alza inflacionaria. Pero si bien los shocks externos repentinos pueden causar un aumento de corto plazo en algunos precios, un aumento general y continuo en el IPC (la definición clásica de la inflación) solamente se da cuando el crecimiento de la oferta de dinero sobrepasa al crecimiento de la producción. Como lo afirmara el Premio Nóbel Milton Friedman, “La inflación siempre es en todas partes un fenómeno monetario”.
En la década de los ochenta y principios de los noventa, la inflación en América Latina era alentada por los severos desequilibrios fiscales de los gobiernos. Cuando el gasto público creció de manera exponencial y los ingresos gubernamentales se estancaron o redujeron, los políticos latinoamericanos recurrieron a los bancos centrales para financiar sus excesos. El resultado fue catastrófico: la hiperinflación devastó economías como las de Argentina, Bolivia, Perú y Nicaragua.
Hoy la situación es muy distinta. Los gobiernos latinoamericanos están disfrutando de una rara bonanza fiscal. Gran parte de los países tienen pequeños déficits presupuestarios o incluso superávits. La deuda externa está bajo control, y las reservas están en constante aumento.
Sin embargo, la bonanza exportadora, y el flujo de los dólares que ésta propicia—junto con la entrada de inversión extranjera directa y de remesas—han tenido una desdichada consecuencia, al menos desde la visión mercantilista que prevalece en la región: Toda moneda latinoamericana con la excepción del peso argentino se apreció en relación al dólar en el 2007, en algunos casos por hasta un cuarto. El peso uruguayo se apreció en un 23,5 por ciento, el real brasileño en un 23 por ciento y el peso colombiano en un 22,1 por ciento. El sol peruano, el guaraní paraguayo y el peso chileno también se apreciaron por más de 10 por ciento el año pasado.
La apreciación de las monedas ha generado descontento entre los exportadores locales quienes se quejan de que sus productos se están volviendo menos competitivos en los mercados internacionales. Los manufactureros latinoamericanos ya están enfrentándose a la fuerte competencia china, y muchos afirman que sus economías están sufriendo de la “enfermedad holandesa”—es decir, los precios altos de las materias primas perjudican al sector manufacturero al aumentar el tipo de cambio, haciendo que las exportaciones se vuelvan más caras.
Esto ha provocado que las autoridades monetarias de la región intervengan continuamente en los mercados de divisas para mantener sus tipos de cambio “competitivos”—es decir, artificialmente bajos. Los bancos centrales de Argentina, Colombia, Perú, Bolivia, Costa Rica y Guatemala, entre otros, han comprado miles de millones de dólares en un esfuerzo por prevenir que sus monedas nacionales se aprecien más. Estos bancos centrales han inflado sus economías con dinero extra, lo que está a su vez ejerciendo presión hacia arriba en los precios.
Las autoridades monetarias de estos países argumentan que han tomado medidas para evitar un alza en la inflación, tales como la esterilización (vender bonos a bancos para absorber el exceso de liquidez) y aumentar las reservas bancarias obligatorias. Sin embargo, las pequeñas economías latinoamericanas pueden utilizar estas herramientas hasta cierto punto. Como lo muestran las cifras, mientras más dólares continuan entrando a la región, más problema tienen los bancos centrales esterilizando y controlando la inflación.
La inflación puede acarrear serios problemas para América Latina. En los países que han perdido la disciplina monetaria, la fiesta inflacionaria puede descarriarse fácilmente, especialmente una vez que el alza en los precios es incorporada en las expectactivas de la gente. Peor aún, los gobiernos en la región están castigando a sus consumidores de dos maneras: erosionando tanto el poder de compra doméstico como el valor externo de sus monedas.
Los gobiernos de América Latina están siguiendo el credo mercantilista que sostiene que las exportaciones son buenas y las importaciones son malas. La inflación resultante es esencialmente un impuesto oculto altamente regresivo que castiga a aquellos que menos tienen.
Por supuesto, no todos los países en la región siguen el mismo modelo. En Chile, el alza en la inflación tiene más que ver con un aumento en el gasto público que con la manipulación de los tipos de cambio. Pero gran parte de los gobiernos latinoamericanos están cayendo en la tentación de intervenir el valor de sus monedas, y por lo tanto exacerban la inflación.Estos gobiernos deberían terminar de disminuir el valor del tipo de cambio de sus monedas y restaurar la estabilidad de precios mediante la estabilidad monetaria. Conforme las monedas locales se aprecian, las importaciones aumentarán la demanda de dólares, lo cual a su vez ejercerá una presión hacia la baja sobre los tipos de cambio. Los gobiernos pueden acelerar este proceso al reducir unilateralmente sus barreras arancelarias a los bienes extranjeros—un escenario en el que nadie pierde.
Los gobiernos de la región deben entender que el libre comercio significa mucho más que solo exportaciones. Los consumidores también se benefician de las importaciones. Y aún todavía más importante, deberían acordarse de las lecciones que aprendieron del mal manejo monetario en el pasado no tan distante.
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