por Angel Soto
Angel Soto es Profesor dela Facultad de Comunicación de la Universidad de los Andes (Chile).
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) son una de las guerrillas militarmente más poderosas de Latinoamérica. Se alzó con las armas en 1949, en el contexto de violencia que provocó el asesinato el año anterior del líder del Partido Liberal y candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán.
Fue entonces que Manuel “Tirofijo” Marulanda y sus seguidores crearon el grupo de autodefensa, mayoritariamente de composición campesina, que más tarde, en 1964 —tras su vinculación con el Partido Comunista Colombiano— pasó a ser una guerrilla organizada.
Si bien en el último tiempo, se le han dado golpes certeros, como el recibido la semana pasada con la muerte de Raúl Reyes, segundo hombre después de Marulanda, aún tiene cerca de 8.900 combatientes y una presencia en 20 frentes. En 2000 tenía 16.900 combatientes y llegó a estar en 67 frentes. El año pasado fueron abatidos 2.717 subversivos y desde el 2002 se han desmovilizado cerca de 8.221.
¿Qué nos dicen estas cifras? Que aunque han sido debilitadas, las FARC aún tienen una capacidad militar efectiva para sembrar el terror y que Álvaro Uribe ha actuado correctamente al enfrentarlas con dureza.
En efecto, los intentos de diálogo siempre han fracasado. Ahí está la ocasión en que Marulanda no se presentó a conversar con Andrés Pastrana, al entonces mandatario custodiado por sus enemigos junto a una silla vacía. Las Farc nunca han cumplido sus acuerdos y fue la ingenua creencia que se podía negociar, la que llevó al propio Pastrana a entregarles una zona de distensión en San Vicente del Caguán.
Esa verdadera cesión de soberanía del Estado terminó en fracaso tras el secuestro del senador Jorge Eduardo Gechem Turbay. El fin del estatus político que se le había otorgado y el bombardeo de la zona dejó en evidencia que lo anterior sólo sirvió para que el grupo subversivo creara un “narco-santuario” encontrando ahí un lugar para desarrollar en forma impune el negocio de la droga a través del cultivo de la coca, la construcción de pistas de aterrizaje ilegales y el tráfico de armas. Además, servía tanto de refugio para terroristas internacionales como para mantener a los secuestrados que tenía —y aún tiene— en su poder.
Se aprendió del error, y sería Pastrana quien firmara el Plan Colombia con el Presidente norteamericano Bill Clinton, al tiempo que dio paso a la modernización del Ejército, antecedentes fundamentales para el éxito del Plan de Seguridad Democrática de Uribe.
Hay que ser firmes y consecuentes. La comunidad internacional no puede impactarse con las imágenes de una Colombia que por años a sufrido la violencia, el narcotráfico, la acción de grupos paramilitares y el éxodo de profesionales, y al mismo tiempo darle la espalda por una incursión en territorio ecuatoriano que tuvo por objetivo terroristas buscados por la justicia internacional.
Lo señaló el propio Uribe en su exposición en el Grupo de Río el viernes pasado: ¿cuántos ataques de las FARC se han planeado desde territorio ecuatoriano en contra de Colombia? Es sabido que Reyes, cada vez que se sentía acorralado por el Ejército colombiano, corría a refugiarse a territorio ecuatoriano, porque sabía que ahí estaba tranquilo y podría dormir, incluso, con pijama.
Ya lo dijo Carlos Malamud en La Tercera del pasado miércoles: Si los gobiernos vecinos a Colombia hicieran su labor, impidieran que los delincuentes se pasearan libremente y extraditaran a los terroristas, acciones como la autorizada por Uribe no serían necesarias.
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