Tristes paradojas
Por Adolfo Rivero Cano
El Nuevo Herald
El comunismo en Cuba ha vivido en una crisis económica permanente. No es de extrañar. La productividad del trabajo esclavo siempre ha sido baja. Por cierto, aunque los cubanos de hoy viven mejor que los de la colonia, sin duda envidiarían el funche, la comida diaria de aquellos: harina de maíz, plátanos o boniatos junto con casi media libra de tasajo o bacalao. Lamentablemente, sin embargo, la dictadura cubana ha conseguido sobrevivir. La razón ha estado en políticas inefectivas, la popularidad del antiamericanismo y porque siempre ha conseguido quien la mantenga. Primero fue la URSS, ahora es Chávez. Las raíces ideológicas de la revolución no parecen estar tanto en Marx o en Lenin como en Alberto Yarini, el famoso proxeneta habanero de principios del siglo XX.
La miseria y desesperanza del pueblo cubano entrañan terribles consecuencias para el futuro de la nación. Desde hace muchos años, Cuba tiene un crecimiento demográfico cero. En el 2006, el índice de natalidad fue el más bajo en 60 años. Si a eso le sumamos que los jóvenes cubanos están verdaderamente obsedidos por irse del país, no puede sorprender que la población en edad laboral se esté contrayendo. No es por gusto que Raúl Castro esté llamando a los maestros jubilados a reincorporarse a sus trabajos. Pronto también va a tener que llamar a los obreros de la construcción y a los macheteros jubilados. Cuba se está convirtiendo, aceleradamente, en un país de viejos. Las tierras cultivadas de la isla han disminuido en un 33%. Es como si un par de provincias se hubieran convertido en desiertos. ¿Quién va a cultivarlas?
En los últimos meses, esta crisis endémica se ha visto agravada por el súbito aumento del precio del petróleo y los alimentos. Raúl Castro quisiera salir de esta situación porque está afectando los ingresos de la dictadura y dificultando el trabajo de administrar su finca, es decir, la isla. Y piensa hacerlo apretando económicamente a la población. El centro de su último discurso estuvo en anunciar el fin de los subsidios y los servicios gratuitos, y el inicio de los impuestos, particularmente a los pequeños agricultores. Su diatriba contra el igualitarismo y el anuncio de la eliminación de ciertos topes salariales va a tener resultados sumamente limitados. La miseria, el endeudamiento y la ínfima productividad laboral hacen imposible cualquier elevación de los ingresos reales de la población. Por consiguiente, la falta de estímulo para trabajar, el robo y los desvíos de recursos van a seguir más o menos iguales. No hay llamamientos a la burocracia ni incrementos de la represión que puedan cambiar esa realidad.
Es una situación desesperada para el pueblo. ¿Lo será también para la nomenklatura? Seguramente, pensarán algunos, porque le tienen miedo a una explosión social. ¿Lo tendrán realmente? Yo no veo los síntomas de una explosión social por ninguna parte. Hasta ahora, la desesperación de la gente y particularmente de los jóvenes no se ha convertido en un estímulo para luchar contra el régimen sino para irse del país. La ley de Ajuste Cubano y las 20,000 visas anuales para Estados Unidos le garantizan una válvula de escape a los cubanos, y a la dictadura. Es natural que las grandes mayorías no arriesguen la vida o la cárcel si tiene otras alternativas. Mientras no cambie la política de EEUU, lo único que va a cambiar en Cuba es el número de emigrantes. Los disidentes necesitan el respaldo activo de las masas para conseguir cambios significativos. De otra forma, sólo pueden aspirar a sobrevivir.
Protestas sociales forzarían al régimen a hacer cambios políticos, como los que se hicieron en China en la década de los 80. Además de un profundo cambio en su política agraria, el gobierno chino devolvió depósitos bancarios que habían sido confiscados así como oro, bonos y casas de antiguos ''capitalistas'' perseguidos. Esos beneficiados no fueron muchos, apenas unos 700,000, pero las medidas tuvieron una enorme repercusión social. El Partido Comunista estableció el retiro obligatorio de todos los funcionarios, relajó los controles sobre la sociedad civil y facilitó el acceso al capital de las empresas privadas. Por otra parte, cedió poder aumentando el papel del Congreso Nacional del Pueblo. Por aquella época, un desastre en una plataforma petrolera provocó que el Congreso celebrara audiencias en las que testimoniaron funcionarios del Ministerio del Petróleo y que culminaron con el despido del ministro negligente.
Todo esto cambió en 1990, cuando el partido dio marcha atrás y, entre otras cosas, le prohibió al Congreso evaluar a funcionarios del gobierno. Desde entonces se han producido cientos de desastres laborales pero ningún dirigente a nivel de ministro o gobernador de provincia ha sido hecho responsable. El crecimiento económico de China pasó a caracterizarse por el papel de las inversiones extranjeras, fuertemente atraídas por la liberalización de los 80, así como por el despilfarro, la corrupción y un gran desequilibrio interno. Pero China sacó más gente de la pobreza entre 1980 y 1984 que entre 1990 y el 2005.
La gran lección de China ha sido el efecto extraordinariamente dinamizante que puede tener cualquier liberalización política sobre la vida económica. Hasta ahora, sin embargo, Raúl Castro no ha dado ninguna señal de estarla contemplando. ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Dónde está la amenaza contra el régimen? El aumento del descontento social no ha significado un aumento de las protestas populares sino un aumento de la lucha por emigrar. Y, en ese contexto, la culpa de los problemas no la tiene la dictadura castrista sino... los Estados Unidos, por no recibir a toda la población de la isla. Tristes paradojas de la situación cubana, producto de una política inconsecuente.
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