domingo, marzo 27, 2011

Análisis & Opinión

Mensaje de Obama a Latinoamérica: yo no soy Bush

Robert Funk

Subdirector del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile y profesor de Ciencia Política de la misma casa de estudios. Es PhD en Ciencia Política de la London School of Economics. Consultor de gobiernos y empresas internacionales y comentarista en los medios británicos, chilenos y canadienses. Fue Presidente de la Asociación Chilena de Ciencia Política, entre 2006 y 2008.

Es demasiado temprano como para declarar que lo ocurrido en el Medio Oriente es una revolución democrática, aunque ciertamente existe un fuerte impulso democrático desde los pueblos en varios países.

Este carácter democrático ha dejado en evidencia la difícil posición de Estados Unidos, que en esa región como en la nuestra, históricamente ha preferido la estabilidad a la democracia, política que muchas veces se ha traducido en apoyo a gobiernos y líderes autocráticos y corruptos.

Por eso, Barack Obama trató de redefinir la postura de EE.UU. en el Medio Oriente en un discurso que dio en El Cairo en 2009. El mensaje principal: "soy Barack Hussein Obama, hijo de padre keniano, criado por madre soltera en Indonesia y Hawaii. No soy George W. Bush, hijo cowboy de un millonario ex presidente".

Esta semana, el presidente Obama viaja a Brasil, Chile y El Salvador. Algunos ven la elección de países como premios a sus gobiernos, otros como una punición simbólica a los 'niños malos' del barrio. Pero el mensaje principal del viaje, y especialmente del discurso que dio en Santiago, es el mismo que el de El Cairo: No soy Bush.

Si Obama realmente desea demostrar que no es George W. Bush, tendrá que hacer más que ofrecer discursos como el de Santiago. Bush, con todos sus defectos, tuvo una idea muy clara sobre la posibilidad de construir democracia en el Medio Oriente -objetivo que muchos habitantes de esa región hoy día reclaman-. Es tan fuerte el impulso de Obama de no querer imponer, que ni siquiera logra imponer una visión para la región.

El discurso de El Cairo, más que detallar una nueva estrategia geopolítica, logró dejar en claro cómo quiere Obama que el mundo lo vea, y cómo él ve al mundo. Es una visión forjada no solamente por su biografía, sino también por su currículum.

Además de ser el heredero de los sueños de su padre, Obama es un abogado demócrata, ex alumno de Harvard. Es el fiel representante del ala progresista de la clase media acomodada norteamericana, y el mejor ejemplo de los beneficios de una política bien administrada de discriminación positiva. Si bien es demasiado joven como para haber sido directamente afectado por la guerra en Vietnam, su visión está marcada por el anticolonialismo, el antiimperialismo, y los abusos de poder de Watergate.

Da la impresión que Obama quiso ser presidente para continuar su trabajo comunitario en una escala más grande, no para liderar un imperio. Pero la crisis económica impidió la primera ambición, y Obama, el trabajador comunitario, se convirtió en el salvador de la industria financiera, mientras que la herencia de Bush lo convirtió en el Comandante en Jefe de unas agotadas y sobre extendidas fuerzas armadas.

Es útil mantener estos antecedentes en mente al analizar las palabras de Obama durante su visita a Santiago de Chile. Reconociendo que EE.UU. no siempre ha sabido valorar su relación con América Latina, el presidente Obama le pegó un leve palo a George W. Bush, que cuando miraba hacia el sur desde la Casa Blanca, no veía mucho más allá que Texas. Al mencionar la Alianza por el Progreso, Obama también ofrece un eco de John F. Kennedy, que implementó la primera Alianza por el Progreso, para intentar detener la influencia soviética y cubana en la década de los 60.

Hoy la principal competencia geopolítica no se enmarca dentro de una Guerra Fría, sino que surge de la relación comercial entre EE.UU. y China, país cuya demanda por recursos naturales latinoamericanos parece ser insaciable. Durante la década que EE.UU. estaba distraído en Afganistán e Irak, el comercio entre China y América Latina se multiplicó por 15. Se ha repetido hasta el cansancio que China ha superado a EE.UU. como el principal socio comercial de Chile. Sin embargo, existen razones -más allá de las geográficas- para que EE.UU. se ponga las pilas. Primero, la estabilidad política y económica de la región sigue siendo una prioridad estratégica para el país norteamericano. EE.UU. no querrá, por ejemplo, que México, y especialmente su región norteña, se transforme en un verdadero narco-estado, o peor aún, en un estado fallido. Tampoco es de interés norteamericano que los países de la región se acerquen aún más a Irán o Al Qaeda, ofreciendo bases de operación o recaudación de recursos.

En el plano económico, el PIB per cápita de América Latina es casi el doble que el de China. Es decir, mientras muchas empresas se preparan para conquistar el leviatán que será el mercado chino en 50 años más, no han aprovechado todas las oportunidades que les ofrecen hoy sus propios vecinos. En términos concretos, a diferencia de lo planteado por la retórica proteccionista norteamericana, los tratados de libre comercio ofrecen oportunidades no solamente para producir en la región, sino para vender también.

El espíritu de crear una región estable, democrática, y económicamente exitosa estuvo muy presente en la década de los 90, pero quedó enterrada en las cenizas de las Torres Gemelas. Se puede retomar ese camino, pero bajo otras condiciones. Barack Obama visita la región como presidente de un país golpeado por la guerra, el desgaste político y la crisis económica. En Brasil, Obama podrá observar cómo combatir la pobreza. En Chile, podrá ver los beneficios de dos décadas de prudencia fiscal. Y, en El Salvador, Obama se dará cuenta que la región sigue buscando el liderazgo de Estados Unidos, para resolver profundos problemas sociales.

A pesar de estas buenas razones para replantear una relación entre EE.UU. y América Latina, el discurso que dio Obama en el Centro Cultural de La Moneda no ofreció ninguna hoja de ruta, y ni siquiera reprodujo la famosa retórica elevada obamística. ¿"No hay nada que no podamos lograr juntos”? ¿Ese es el mensaje que trajo de tan lejos? Para eso leo a Paulo Coelho, el “gran autor” que Obama citó en Brasil.

Si Obama realmente desea demostrar que no es George W. Bush, tendrá que hacer más que ofrecer discursos como el de Santiago. Bush, con todos sus defectos, tuvo una idea muy clara sobre la posibilidad de construir democracia en el Medio Oriente -objetivo que muchos habitantes de esa región hoy día reclaman-. Es tan fuerte el impulso de Obama de no querer imponer, que ni siquiera logra imponer una visión para la región.

*Esta columna fue publicada con anterioridad en el Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile.

México: liberalización comercial

Análisis & Opinión

México: liberalización comercial y privilegios para el consumidor

Luis Rubio

Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México. Fue miembro del Consejo de The Mexico Equity and Income Fund y del The Central European Value Fund, Inc., de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la Comisión Trilateral. Escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times. En 1993, recibió el Premio Dag Hammarksjold, y en 1998 el Premio Nacional de Periodismo.

"Ustedes han estado sentados demasiado tiempo ahí como para que algo distinto pudiera resultar", les dijo a los nobles Oliver Cromwell, el republicano inglés que derrotó a la corona. Lo mismo se podría decir de muchos de los empresarios y sus cámaras que no pueden ver más que a su interés particular e inmediato, aunque eso sea lógico. La racionalidad de nuestros funcionarios y legisladores tiene que ser la contraria: abrirle espacios a la ciudadanía y a los consumidores.

México se encuentra ante una tesitura compleja en materia económica. Si queremos ver el vaso medio vacío, se pueden encontrar toda clase de problemas, dificultades y entuertos que impiden que funcionen las cosas de manera óptima. Sin embargo, también existe la visión alternativa: si estamos dispuestos a ver las oportunidades, todo lo que tenemos que hacer es comenzar a hacerlas posibles.

Una parte del sector industrial se ha especializado en obstaculizar el camino con la excusa de que mientras no todo esté perfecto es imposible liberalizar. Pero esa es una forma en la que no se puede avanzar. Si queremos la predictibilidad de un reloj suizo, tenemos que aceptar las reglas del juego y las disciplinas de Suiza. Mientras no seamos Suiza, debemos ir mejorando las cosas poco a poco, pagando el costo necesario.

El tema del día son las negociaciones comerciales con otros países. Hay negociaciones de profundización comercial con Colombia, de libre comercio con Perú y, en ciernes, ambiciosos tratados con Brasil y Corea. Muchos se preguntan, algunos con insistencia, cuál es la razón de negociar más tratados si no se resuelven los problemas internos primero. Quienes así piensan tienen un punto por demás válido, pero no justificable. Si vamos a esperar a que todo se resuelva, pasaría el sueño de los justos y nunca llegaríamos al desarrollo. La liberalización comercial es un medio necesario.

La verdad, simple y llana, es que no nos hemos atrevido a llevar la lógica de la apertura a otros ámbitos indispensables, como son el burocrático, el político, los monopolios y los privilegios.

Lamentablemente, la discusión sobre la negociación de tratados de libre comercio ha estado muy mal enfocada. Desde que se inició la liberalización a mediados de los 80, ha habido una permanente confusión sobre los objetivos que se persiguen y el papel y función que le corresponde a los agentes económicos y al gobierno, respectivamente. Es absolutamente lógico y legítimo que los empresarios defiendan su interés y presionen a las autoridades y legisladores para que sus posturas sean escuchadas. Pero la función del gobierno no es velar por esos intereses, sino por los de la colectividad, es decir, por los de los consumidores y ciudadanos en general. Aún así, en la negociación con Colombia -que aguarda la ratificación del Senado- es evidente que los intereses de los productores fueron atendidos.

La liberalización comercial que se inició en 1985 con la eliminación de permisos de importación y substitución por aranceles, y que prosiguió con los tratados de libre comercio, representó un viraje fundamental en la lógica del desarrollo económico. Hasta los 80, todo el énfasis se había centrado en la protección, promoción y subsidio de los productores. Ese esquema funcionó bien entre el final de los 30 y mediados de los 70, pero acabó en el estancamiento. La apertura se dio por una razón muy simple: porque la inversión interna ya no era suficiente para generar tasas elevadas de crecimiento económico y los beneficios en términos de riqueza y empleo que de ahí se derivan.

La lógica de la apertura comercial gira en torno al consumidor, sea éste persona o empresa. El objetivo es forzar a la planta productiva a volverse competitiva, elevar los niveles de productividad y ofrecerle al consumidor la mejor calidad y precio del mercado, todo ello por medio de la competencia que representan las importaciones. Desde luego, este viraje ha implicado la afectación de muchas empresas, pero, por ejemplo, el porcentaje de su ingreso que las familias mexicanas hoy dedican a vestido o calzado es una fracción de lo que representaba hace 30 años y la calidad es muy superior gracias a la apertura. ¿Qué es mejor: millones de familias con un mejor nivel de vida o una empresa privilegiada que goza del monopolio de altos precios para esas mismas familias? La apertura ha transformado la vida de millones de mexicanos y ha permitido que crezca la clase media. Ese debe ser el objetivo por el que velen nuestros senadores.

No se requiere ser genio para argumentar que la apertura ha sido desigual, que no ha incluido a todos los sectores, que los servicios siguen siendo caros e ineficientes y que, inevitablemente, algunos productores se verán afectados por la competencia. La verdad, simple y llana, es que no nos hemos atrevido a llevar la lógica de la apertura a otros ámbitos indispensables, como son el burocrático, el político, los monopolios y los privilegios. Pero estos son argumentos para abrir más, no para preservar los absurdos que nos caracterizan.

La alternativa para el futuro es muy simple: profundizamos y avanzamos para tener productores competitivos y consumidores satisfechos, o nos enconchamos y pretendemos que las cosas se resuelven por sí mismas. Si entramos en la lógica de proteger un poquito aquí y allá, acabaremos con mil excepciones y una economía colapsada. Tenemos que seguir adelante o nos iremos hacia atrás.

Si uno observa los patrones de importaciones y exportaciones, es evidente la concentración que tenemos con EE.UU., lo que lleva a muchos a concluir que no debemos proseguir con la liberalización. Hay dos razones para pensar distinto: primero, cada tratado que se firma implica mayores beneficios para el consumidor, productores más competitivos y más de lo que los economistas llaman "disciplinas", es decir, reglas del juego predecibles y confiables para todos, que son clave para el desarrollo en el largo plazo.

La otra razón para pensar distinto es que la concentración del comercio, aunque explicable en términos geográficos, no tiene nada de lógica. La concentración existe esencialmente porque tenemos reglas de origen en el TLC norteamericano que nos hacen sumamente competitivos en esa región, pero nos restan competitividad fuera de ella. La solución a esto no reside en cerrar otras puertas sino en atraer la producción de insumos para competir exitosamente con todos. Es decir, nos urge una industria de proveedores de clase mundial. Más tratados y mayor liberalización son condiciones necesarias para que ésta se desarrolle.

Los problemas del país tienen solución, pero sólo si estamos dispuestos a dar los pasos necesarios. En materia de liberalización comercial lo imperativo es privilegiar el interés del consumidor, porque la alternativa es seguir estancados. Así de simple.

Brasil: ¿socio, patrón o rival?

Análisis & Opinión

Brasil: ¿socio, patrón o rival?

Raúl Rivera

Chileno, emprendedor social y autor del libro Nuestra Hora.

En años recientes se ha instalado con fuerza la idea de que Brasil está llamado a convertirse en la potencia hegemónica en América del Sur. Con casi 200 millones de habitantes, un territorio similar en tamaño al estadounidense y el chino y una economía de 2 trillones de dólares (PPP), este miembro del BRIC, candidato a representar a nuestra región en el Consejo de Seguridad de la ONU, sede del Mundial de Fútbol en 2014 y de los Juegos Olímpicos de 2016, claramente se perfila como una nueva potencia mundial.

Aunque esta visión de Brasil es novedosa para muchos en América Latina, no lo es para los historiadores, los expertos en geopolítica ni menos para sus propios líderes. Brasil ya era una potencia imperial en la época en que el resto de la región luchaba por dejar de ser colonia europea. Entre 1808 y 1821 se rigieron desde Brasil los destinos de un imperio global que abarcaba a Portugal, a varios territorios africanos (Angola y Mozambique) y asiáticos (Macao), incluyendo algunos trozos de la India. Cuando el rey portugués João VI abandonó el país, Brasil ratificó su vocación imperial nombrando emperador a su hijo Pedro I y luego al hijo de éste, Pedro II, quien ocupó el trono hasta que los militares lo derrocaron hace poco más de un siglo, proclamando la república.

El fuerte aumento del poderío militar brasileño durante la última década es consistente con esta vocación hegemónica: tan sólo en 2008 Lula aumentó el gasto militar en un 60% y el país espera contar con (al menos) tres submarinos nucleares a mediados de esta década. Pronto Brasil contará con la capacidad de derrotar al primer golpe –o al menos intimidar decisivamente– a cualquier posible rival regional. Su principal rival histórico, la Argentina, hoy económicamente aislada bajo el abrazo sofocante del Mercosur, no representa una amenaza, ya que está muy debilitada en el plano militar. Paraguay y Uruguay, dos países pequeños, también están insertos en la órbita brasileña. Asociada a Brasil para explotar sus reservas de gas, Bolivia comparte con su nuevo socio estratégico un interés en una salida al Pacífico.

Brasil debe estar siguiendo con mucho interés la integración comercial entre Chile, Perú y Colombia.

Esta vocación hegemónica de Brasil, enteramente comprensible y respetable desde su propia óptica y tradición histórica, resulta sin embargo algo problemática para el resto de los países sudamericanos, ya que requiere de ellos un alto grado de sometimiento a la voluntad de Brasília.

¿Entonces? Los presidentes de Chile, Perú y Colombia manifestaron recientemente en Mar del Plata su voluntad de avanzar hacia una mayor integración de sus tres países. Éstos ya representan un mercado subregional de más de 100 millones de consumidores y casi un trillón de dólares de PIB (PPP), unidos por Tratados de Libre Comercio entre ellos y con la Unión Europea y EE.UU. Éste parece ser el camino más pragmático y prometedor hacia una integración regional más amplia, con estos tres países como “núcleo duro”, análogo al rol que Alemania y Francia cumplieron en el proceso de construcción europea. Un proceso así, firmemente anclado en los principios de una economía de mercado abierta al mundo, hace posible que los restantes países latinoamericanos puedan irse sumando gradualmente, a medida que asumen este modelo como propio.

México, integrado comercialmente con estos tres países mediante tratados bilaterales de libre comercio, ya está dando claras señales de querer sumarse al grupo. Y no es el único país en hacerlo. De una plumada, ello duplicaría el tamaño de este nuevo mercado subregional, volviéndolo más grande y más abierto al mundo que el brasileño, cuyas tendencias proteccionistas son hace rato conocidas.

Brasil debe estar siguiendo estos movimientos con gran interés. Tiene al menos tres opciones: la primera es perseverar en su proyecto hegemónico al margen de lo que hagan los otros. La segunda es perseverar y oponerse al proceso; resignarse y tolerar lo inevitable. Por último, está sumarse al grupo. ¿Mi apuesta? La justificada confianza de Brasil en sus habilidades diplomáticas lo llevará a optar por la tercera opción, en la esperanza de controlar desde dentro la evolución del proceso integracionista.

De ocurrir, una nueva era de creciente prosperidad se abrirá en la región. Recuerde: lo leyó aquí primero.

MERECE LA PENA LUCHAR POR LA DEMOCRACIA

TODAVÍA MERECE LA PENA LUCHAR POR LA DEMOCRACIA

Mientras Estados Unidos lucha por poner fin a dos guerras y por recobrarse de una crisis financiera que ha supuesto una llamada a la humildad, el realismo está disfrutando de un renacimiento. Afganistán e Irak guardan un escaso parecido con las democracias que se nos prometieron.



Y Estados Unidos tiene un presidente, Barack Obama, que una vez comparó su filosofía en materia de política exterior al realismo del teólogo Reinhold Niebuhr: “Hay un gran mal en el mundo, y penurias y dolor”, dijo Obama durante su campaña de 2008. “Y nosotros deberíamos ser humildes y modestos en nuestra creencia de que podemos eliminar esas cosas”.

Pero uno puede llevar estas palabras de sabiduría hasta el extremo, como a veces hacen realistas como el ex secretario de Estado Henry Kissinger y el escritor Robert Kaplan, afirmando que Estados Unidos no puede permitirse los riesgos inherentes a apoyar la democracia y los derechos humanos alrededor del mundo. Otros, como el historiador cultural Jacques Barzun, van incluso más allá, diciendo que EE UU no puede de ninguna manera exportar democracia “porque no se trata de una ideología sino de un incontrolable desarrollo histórico”. Si se lleva demasiado lejos, este absolutismo realista puede ser igual de peligroso, y erróneo, que la arrogancia neoconservadora.

Porque sí hay algo en lo que los neocons tienen razón: Como sostengo en The Democracy Advantage [La ventaja democrática], hay más probabilidades de que los gobiernos democráticos se embarquen en conductas que fomenten los intereses estadounidenses y eviten situaciones que supongan una amenaza para la paz y la seguridad que los regímenes autocráticos. Es más probable que los países democráticos se desarrollen y eviten hambrunas y el hundimiento económico. También es menos probable que se conviertan en Estados fallidos o sufran una guerra civil. Tienen además más probabilidades de cooperar para tratar temas de seguridad, como el terrorismo y la proliferación de armas de destrucción masiva.

Como dolorosamente muestran las consecuencias de la invasión de Irak, la democracia no puede ser impuesta desde fuera por la fuerza o la coacción. Debe venir del pueblo de una nación que trabaje para situarse en la senda de la democracia y adopte después las políticas necesarias para seguir en ese camino. Pero deberíamos tener cuidado con no extraer demasiadas lecciones de Irak. De hecho, el mundo exterior puede marcar una enorme diferencia a la hora de hacer triunfar esos esfuerzos. Existen numerosos ejemplos —comenzando por España y Portugal y siguiendo por Europa del Este, América Latina, y Asia— en los que la lucha por establecer la democracia y fomentar los derechos humanos recibió un apoyo crucial de los organismos multilaterales, incluyendo Naciones Unidas, así como de organizaciones regionales, gobiernos democráticos y grupos privados. Va absolutamente en interés de Estados Unidos proporcionar ahora ese tipo de asistencia a nuevas democracias, como Indonesia, Liberia y Nepal, y situarse al lado de quienes defienden la democracia en países como Bielorrusia, Birmania y China.

Todavía seguirá siendo cierto que en ocasiones Estados Unidos necesitará trabajar con regímenes no democráticos para garantizar un objetivo inmediato, como el uso de una base militar para apoyar la misión estadounidense en Afganistán, o, en el caso de Rusia, la firma de un tratado de control de armas. Nada de esto, sin embargo, debería producirse a costa de poder hablar claro en apoyo de aquellos que luchan por sus derechos.

¿LA IGLESIA CHAVISTA BOLIVARIANA?

REFLEXIONES LIBERTARIAS
¿LA IGLESIA CHAVISTA BOLIVARIANA?
Ricardo Valenzuela

Hace unos días navegando por la red, me paralizo ante una carta publicada por el Cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval Iñiguez, denunciando una conspiración mundial en contra de la iglesia católica. Describe lo diabólico del liberalismo económico que ha empobrecido a los pueblos, invita luego a sufrir la pobreza con resignación como una prueba del Señor para los “buenos”. Cierra etiquetado de bienaventurados a quienes son perseguidos por la justicia—el Chapo Guzmán y el Mayo Zambada se deben de sentir muy bienaventurados.

EL EVANGELIO DE ACUERDO AL CARDENAL: “Al término de la guerra fría, con la caída del muro de Berlín se pensó que al haber desaparecido el comunismo la humanidad entraba en un periodo de paz y prosperidad, pero no fue así. Pero luego hizo su aparición el capitalismo liberal desalmado que trajo consigo el empobrecimiento sucesivo de los pueblos, y las guerras tribales que han ensangrentado gran parte del mundo.”

Tercer milenio

“Ahora, a principios del tercer milenio, tenemos la globalización que hasta la fecha ha sido un movimiento sumamente negativo; por eso digo que hay un misterio de inequidad que obra en el mundo permitido por Dios para probar a los buenos.”

“Por eso Cristo Nuestro Señor alertó a sus discípulos. En el evangelio de San Mateo hay toda una serie de advertencias de Jesús: «los llevarán a los tribunales por mi causa, los perseguirán y podrá pensarse que los persecutores estén haciendo un servicio a Dios, pero ustedes no tengan miedo».”

No me hubiera extrañado leer tal texto si la autoría fuera del recién fallecido Obispo Samuel Ruiz, el verdadero Comandante del ejército Zapatista de Liberación Nacional. Pero me ha sido difícil aceptar que el autor sea un príncipe de la iglesia, y no cualquier príncipe puesto que don Juan no es precisamente de los que sufre la ruina aceptándola como una prueba del Señor para los buenos. Es un poderoso líder espiritual con una gran relación e influencia entre las elites empresariales de Jalisco.

La noche anterior un noticiero presenta un evento realmente extraño: El Presidente de la Republica Dominicana asiste a misa dominical sólo para recibir, en lugar del evangelio de Cristo, una regañada de parte del párroco del templo el cual, armado con la sotana y el micrófono, le reclama el manejo del país, procede a darle cátedra de economía, política, asuntos internacionales, cerrando con el clásico broche de los perfectos idiotas latinoamericanos: “el liberalismo y los gringos son los culpables de nuestra pobreza”.

Al día siguiente me reúno con mi hija mayor y me recibe con un halo de tristeza. Al preguntarle el motivo de su manifiesto malestar, pasa a informarme que después años como fiel de su parroquia católica Pío X en Tucson, Arizona, ha decidido cambiarse a otra y ello la entristece. Prosigue explicándome que debido a la escasez de sacerdotes en EU, se ha activado un plan para importarlos de México y en su parroquia los han bendecido con una de esas maravillosas importaciones.

Y ¿cual es el problema? le pregunto. Me responde: “Mira papá, he asistido a cinco misas de este nuevo sacerdote y el total de su evangelio ha sido alabar la causa zapatista de México; denunciar cómo los ricos han explotado a los pobres durante siglos; el promover odio de clases; ha llegado a definir al Che Guevara como un mártir casi a la imagen de Jesucristo. Salgo de la iglesia sintiendo tristeza, culpa, malestar, en lugar de la paz que antes me daba la santa misa.”

Empujo mi silla hacia atrás y pienso en una cita del capítulo “El Fusil y la Sotana” del excelente libro; El Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano: “La teología de la liberación subraya el aspecto conflictual del proceso económico, social y político que enfrenta a los pueblos oprimidos contra los opresores. Cuando la iglesia rechaza la lucha de clases, al no tomar parte se sitúa como pieza del sistema dominante y explotador.”

Esta declaración cuasi bélica es tan abierta que desarma. La iglesia como soldado en la lucha de clases. Los representantes del Dios en la tierra toman partido por unos en contra de otros. Estos herederos del Concilio Vaticano II, decidieron que había llegado la hora de dedicarse al socialismo con el fusil y la sotana. La nueva observación de la iglesia era el que en la tierra el asunto dominante era la lucha de clases, un grupo mayoritario es explotado por privilegiados, microcosmos de otra injusticia más grande, la de los países ricos explotando a los pobres—pero ¿que eso no era en los años 70? No señor, es lo que de forma subliminal expresan muchos de nuestros líderes religiosos hoy día.

Es doloroso el tener que incluir a la iglesia, al lado de los políticos, entre los responsables de la miseria de las masas. Es penoso porque no es la iglesia en general, sino aquellos miembros de la llamada Teología de la Liberación en lucha encarnizada contra la libertad económica. Es penoso porque algunos lo hacen bien intencionados y eso es lo que le da vida a la sabia expresión; “el camino al infierno está sembrado de buenas intenciones”.

Cuando truenan en contra del liberalismo lo hacen en contra de las medidas tendientes a aliviar el caos de los pueblos: mercados libres, estado de derecho, reducción de los gastos del gobierno, balance de sus presupuestos, reducción de la burocracia, control de las emisiones monetarias para domar las inflaciones—sentido común en contraste a las medidas intervencionistas que nos arruinaron.

Desenfundan luego su término favorito; “capitalismo salvaje”, siendo que ese tipo de capitalismo no existe. El capitalismo que ellos identifican con Slim, Televisa, TV Azteca etc. no es capitalismo, es lo que Mises bautizara como intervencionismo que en México mutara a Neoliberalismo, el club privado para el reparto. Comulgan con Chávez cuando afirma los marcianos perecieron por culpa del capitalismo.

Lamentan la miseria de los pobres condenando lo pecaminoso de la propiedad privada, la producción de utilidades, la competencia, la creatividad, el ahorro. En pocas palabras, se rebelan contra todo lo que representa la psicología del éxito. Es penoso observar que, aun cuando la iglesia a nivel mundial ha modificado su actitud ante la libertad económica, en México permanece suspendida en la época de la inquisición cuando, ante la publicación de La Riqueza de las Naciones de Adam Smith, la santa orden prohibiera su introducción a España so pena de muerte. Es penoso que se hayan olvidado de Juan Pablo II y su encíclica Centésimos Annus.

Regreso el respaldo de mi silla a su posición original y le digo a mi hija: Cámbiate a la iglesia del Padre Mitch, él es discípulo del Padre Robert Sirico, uno de los grandes liberales católicos. Porque de que los liberales católicos existimos, existimos. Pocos, pero existimos.

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