viernes, marzo 25, 2011

¿Qué significa ser masón?

Por Luján Palacios

FENIX

Entrevista a Víctor Guerra (Gijón, 1955), el máximo experto en masonería en Asturias, autor de numerosas publicaciones sobre el tema. Hoy hablará en el Club LA NUEVA ESPAÑA sobre la masonería en Gijón en los siglos XIX y XX.

-¿Qué significa ser masón?
-Ponerse unos guantes blancos y un mandil y seguir un ritual de entrada a un local, en el que se desarrolla una sesión pautada por un rito. Aparte de esto no significa nada más que tu propia búsqueda, intentar ser mejor a través de la reflexión en grupo. Nadie te va a imponer que hagas algo, es sólo un foro de reflexión interno.
-¿Y sobre qué debaten?
-Sobre todo, desde temas sociales hasta políticos, entendidos no desde una perspectiva partidista, sino desde un ámbito generalista, sobre la guerra, temas simbólicos... a los más jóvenes se les imponen temas de debate, los maestros tienen mayor libertad de planteamiento. Luego se abre un debate, que sirve para tu propia formación interna.
-¿Qué hay que hacer para ser masón?
-Lo primero, llamar a la puerta. Sólo se pide que seas una persona normal, mayor de edad, inquieta, de buenas costumbres, y que puedas asistir dos veces al mes a las reuniones. Bien es cierto que luego se sigue un proceso rígido de selección.
-¿En qué consiste?
-Después de que un aspirante pida entrar, se celebra una reunión con él para explicarle cómo funciona la logia. Debe formular una solicitud en la que explique por qué quiere entrar, quién es, qué estudios tiene... La ficha se lee en la tenida de la logia, que es el nombre que se da a las reuniones, y allí se hace una primera votación para iniciar el proceso de admisión. Al aspirante se le comunica que se sigue con el proceso, y tres miembros diferentes mantienen tres reuniones con él sobre diversos aspectos, para redactar un informe que se debatirá en la logia. Se vuelve a votar, y y si se da el sí, se celebra una reunión «bajo venda», con el candidato con los ojos vendados. Se le hacen unas preguntas y se vuelve a votar. Si se admite, se le llama a la iniciación, con una serie de pruebas simbólicas con fuego, aire y agua. Luego vendría la promesa masónica, y el aspirante siempre se podría echarse atrás.
-Les persigue un aura de secretismo.
-El secretismo, que para nosotros sólo es discreción, es una buena excusa para la persecución. Que haya una serie de gente de diferentes religiones y creencias políticas que se une para debatir y reflexionar se percibe como un peligro. El único secreto que mantenemos es el de no declarar que otro es masón si él no lo dice antes. Eso se respeta por encima de todo.
-¿Les importa a los miembros de las logias que se sepa que son masones?
-La verdad es que sí, pero nunca supe muy bien por qué. Sí lo entiendo desde un punto de vista de persecución, porque siempre dicen que los masones somos los culpables de los males de medio mundo. Hay muchos prejuicios.
-¿Usted ha tenido algún problema por ser masón?
-Nunca, ni dentro ni fuera de la logia. Muchas veces soy más fruto de chungas que de marginación.
-¿Cuántos son en Asturias?
-En Gijón rondamos los cien, agrupados en tres logias: la Logia Jovellanos, de la Gran Logia de España; la Logia Estrella del Norte, de la Gran Logia Femenina de España, y la Logia Rosario Acuña, a la que pertenezco, de la Logia Gran Oriente de Francia. En Oviedo está la Logia Derecho Humano.

Portugal: Una década (mal)viviendo del crédito barato

Portugal: Una década (mal)viviendo del crédito barato

Portugal-bailout Por Juan Ramón Rallo

Libertad Digital, Madrid

Portugal no tuvo una burbuja inmobiliaria. Cierto es. Ni falta que le hizo. La expansión crediticia alimentada desde 2002 por el Banco Central Europeo le permitió (mal)vivir muy por encima de sus posibilidades. Fue un festín para el Estado y para la sociedad, que gastaron y gastaron –se endeudaron y se endeudaron– sin demasiada preocupación acerca de cómo iban a devolver el dinero.

Fíjense: ni siquiera en los años mozos del boom económico internacional, cuando en la vecina España acumulábamos un superávit presupuestario tras otro gracias a los ingresos tributarios del ladrillo, fue capaz Portugal de amasar un saldo positivo en sus cuentas públicas. Pero eso no impidió ni mucho menos que su sector público fuera creciendo hasta copar casi el 50% del PIB en 2009.

Lo mismo con el déficit exterior: tanto deseaban gastar los lusos, que su estancada producción interna –su PIB se ha mantenido plano durante toda la década– no les era suficiente, así que sus excesos tenían que comprarlos fuera... a crédito. No otra cosa indica ese desbocado déficit exterior cercano o incluso superior al 10% (ni que estuviéramos hablando de España o Estados Unidos). Los portugueses se endeudaban con el resto del mundo para gastar de más en el presente. Mas, ¿cómo esperaban algún día devolver esa deuda? Con una economía muerta y cada vez más copada por el sector público, ¿había alguna esperanza de que las exportaciones reflotaran y permitieran amortizar la deuda exterior?

No, sólo ese endeudamiento artificialmente abaratado que promovió en Europa el BCE les permitió gastar sin preocuparse por pagar. Cuando el crédito parece infinito, ¿qué sentido tiene devolver las deudas si simplemente podemos refinanciarlas? Ninguno, salvo cuando aterrizamos a la realidad y la burbuja pincha.

Y así, cuando el generoso chorreo del BCE desapareció, los problemas de Portugal seguían ahí, pero inconvenientemente incrementados por miles de millones de deuda, machacón reflejo de los exuberancias pasadas. A diferencia de en España, la crisis internacional no abocó a Portugal a la quiebra de un insostenible modelo productivo, sino que sólo certificó lo que ya había. Ninguna ilustración mejor de la dispar tragedia de ambas economías que la evolución de sus respectivas presiones fiscales. La de España, artificialmente inflada por la burbuja inmobiliaria, se desploma cuando ésta desaparece; la de Portugal, asfixiantemente elevada para ni siquiera saciar el voraz apetito despilfarrador del Estado, se mantuvo inalterada.

Claro, su problema nunca fue el nuestro –confundir un superávit ficticio con un déficit estructural–, sino ser capaces de continuar sufragando, merced al crédito barato, un déficit que ya sabían estructural.

Quiebra tarde Portugal. Porque sólo merced a la quiebra, a la amarga pero saludable medicina de cerrarles el grifo para que dejen de vivir de prestado, podrán empezar a cambiar. Sus demagogos políticos, a izquierda y derecha (sic), parecen más interesados –como en España– en rapiñar lo que quede de ese jugoso cadáver que es el sector público portugués, más que en facilitar la indispensable reestructuración de la economía Hace, pues, bien Trichet en dejar de monetizarles la deuda; ha hecho mal –fatal– en comprársela hasta ahora.

Llegados aquí, sólo falta repartir la factura. El sector público y los bancos portugueses (que tanto montan) deben 21.500 millones de euros a los bancos alemanes y 20.000 a los franceses. ¿Y a nosotros, los españoles? Apenas 13.000, peccata minuta, ¿no? Pues no, porque las empresas lusas –que en una economía donde el Estado copa el 50% de la actividad, algo dependientes del sector público deben de ser– nos adeudan 50.000 millones. En total, nuestra vecina economía les debe a nuestras entidades de crédito alrededor de 80.000 millones de euros, más de un tercio de toda su deuda. Ya saben, por tanto, para quiénes serán los dineros de ese ampliado fondo de rescate europeo: esencialmente para nuestros bancos y cajas, que es tanto como decir para los bancos franceses y alemanes.

Es lo que tiene haber generado una montaña de deuda basura: que todos nos hemos intercambiado promesas que no podemos cumplir. Pero lo peor no es eso, sino que, llegado el momento de purgar la basura, hemos seguido acumulándola. Tal ha sido el pecado luso: renuencia a dejar de gastar y oposición a flexibilizar una economía que desde hace una década clama por un urgentísimo reajuste. Y tal está siendo el pecado español. Ahora, a aguardar la penitencia.

Juan Ramón Rallo es jefe de opinión de Libertad Digital, director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana, doctor en Economía y profesor en la Universidad Rey Juan Carlos y de ISEAD. Ha escrito, junto con Carlos Rodríguez Braun, el libro Una crisis y cinco errores, galardonado con el Premio Libre Empresa 2010. Puede seguirlo en Twitter o en su página web personal.

Tertulia económica con Alberto Castillo y Manuel Llamas - 25/03/11

Hay más de 25.000 'niños del narco' en México

El ciclo populista

El ciclo populista

"la inflación está enloqueciendo al Gobierno del Movimiento Al Socialismo"
Oscar Ortiz Antelo

El ministro de Comunicación boliviano, Iván Canelas, anunció recientemente que el presidente Evo Morales guardaría reposo médico debido a una ‘inflación’ en la rodilla.

Más allá de las burlas que provocó la confusión de inflación por inflamación, este hecho refleja cómo la inflación está enloqueciendo al Gobierno del Movimiento Al Socialismo, cuya popularidad se diluye por los problemas económicos que sufre la población.

Este no es un proceso nuevo. Lo vivimos una y otra vez los países que hemos sido gobernados por gobiernos populistas. Es lo que acertadamente Sebastián Edwards, en su libro Populismo o mercado, el dilema de América Latina, define como el ciclo populista, el cual, según este destacado economista chileno, tiene cuatro etapas predecibles. Algunos extractos de su descripción:

En la primera fase el crecimiento, los salarios reales y el empleo se elevan, y sus políticas parecen ser muy exitosas. Los controles generalizados de los precios aseguran que la inflación no sea un problema, y las importaciones alivian los productos que escasean.

En la segunda fase, la economía enfrenta cuellos de botella, en parte como consecuencia de la expansión de la demanda y en parte por la creciente falta de divisas para importar. La inflación aumenta de forma significativa, pero los salarios reales se mantienen gracias a los mecanismos de ajuste o los incrementos salariales por mandato del Gobierno. El déficit presupuestario aumenta como resultado de subsidios generalizados a los productos básicos y al comercio exterior.

La tercera etapa es el preludio del colapso. Se caracteriza por una escasez generalizada de múltiples bienes, una extrema aceleración de la inflación y la fuga de capitales. El déficit presupuestario se deteriora gracias a descensos significativos en la recolección de impuestos y a un incremento en los costos de los subsidios. El Gobierno intenta dominar la inflación y estabilizar la economía recortando los subsidios y devaluando la moneda. Los salarios ajustados a la inflación caen de forma estruendosa y las políticas se vuelven inestables.

La cuarta y última etapa es el proceso de poner la casa en orden después de ocurrido el desastre, normalmente bajo un nuevo Gobierno. Generalmente cuando se llega a este punto los salarios ajustados a la inflación han disminuido sustancialmente, lo que ocasiona un incontenible malestar social que termina provocando la caída del gobierno, con la aprobación de la inmensa mayoría de la ciudadanía que, desilusionada del populismo, no quiere seguir soportando los costos y las consecuencias de sus políticas.

La descripción de Edwards nos recuerda a los bolivianos el periodo 1982-1985, durante el Gobierno de la Unidad Democrática y Popular, que se inició con grandes expectativas y terminó acortando su mandato en medio de la hiperinflación.

Dos décadas después, con otras circunstancias y otros actores, el ciclo populista comienza a manifestarse. Quizás estemos por la segunda etapa, aunque ya hayamos adelantado partes de la tercera.

Ex presidente del Senado

¿Por qué usamos el dinero?

Economía paso a paso

¿Por qué usamos el dinero?

Juan Ramón Rallo

Es el dinero, al final, lo que fuerza a los empresarios a competir para ponerse al servicio de los consumidores: si éstos no enajenan sus mercancías a cambio de dinero, se quedan atascados con ellas.

Los economistas clásicos creyeron que el dinero sólo era un velo que ocultaba la realidad de los intercambios: en última instancia, las mercancías se intercambian por otras mercancías. ¿Qué papel fundamental desempeña entonces el dinero? Nada, apenas un convidado de piedra que sí, engrasa y facilita los intercambios frente al trueque, pero poco más.

Lo cierto, sin embargo, es que el dinero es un elemento esencial dentro de nuestro sistema económico. No sólo porque actúe como medio generalizado de intercambio –que también– sino porque desempeña otras dos funciones de tanta o mayor importancia: ser un depósito de valor y una unidad de cuenta.

Empecemos por lo básico: los seres humanos tenemos problemas para coordinarnos en órdenes sociales muy extensos. Por un lado, somos productores especializados y consumidores generalistas, lo que implica que, en ausencia de dinero, sólo podríamos realizar intercambios mutuamente beneficios con aquellas personas que tuvieran lo que nosotros queremos y, al mismo tiempo, quisieran lo que nosotros queremos. Viviríamos merced al trueque y como nuestra área de conocimiento estaría muy limitada, apenas intercambiaríamos nada. ¿Acaso conozco yo las necesidades del chino que ha fabricado el ordenador con el que estoy escribiendo este artículo? Ni siquiera sé quién es; difícil, pues, que hubiésemos podido llegar a realizar algún intercambio que nos beneficiara a ambos.

Por otro, los seres humanos también deseamos trasladar parte del valor de nuestra producción presente al futuro. Nos gusta acaparar lo que no necesitamos ahora para poderlo emplear después. El problema es que, salvo algunos bienes muy básicos, no sabemos qué vamos a necesitar o desear en el futuro (y aparte, muchas de las cosas que podamos desear se estropean o pasan de moda con el tiempo). Tampoco, ni mucho menos, sabemos qué va a necesitar o desear en el futuro la persona que pueda proporcionarnos esos ignotos bienes que nosotros necesitaremos o desearemos con el paso de los meses. Entonces, entre tanto barullo y confusión, ¿cómo preparar hoy, a partir de nuestra producción actual, la satisfacción de nuestras necesidades futuras?

Una forma es utilizando el dinero como depósito de valor, es decir, atesorándolo. Yo vendo mi producción en el presente, obtengo dinero y me lo guardo debajo del colchón consciente de que en cualquier momento futuro podré echar mano de él para comprar lo que quiera... sea esto lo que sea. La otra forma sería tratando de anticipar las necesidades futuras de los consumidores: vendo mi mercancía presente a cambio de dinero e invierto ese dinero en producir bienes futuros que les venderé a los consumidores por más dinero (el famoso D-M-D’ de Marx) y con el cual ya podré comprar cualesquiera bienes que demande en ese momento.

Mucha gente considera que atesorar dinero es una estupidez individual (renunciamos a la rentabilidad de las inversiones) y un suicidio social (si la gente atesora dinero, no se gasta y la actividad económica se contrae). Es una excusa como cualquier otra para justificar que los Gobiernos generen inflación, "incentivando" el desatesoramiento de dinero. Otro día les hablaré sobre las diferencias entre atesorar el dinero e invertirlo y sobre por qué no podemos decir que una de las dos alternativas sea siempre superior a la otra. No es un tema baladí: los errores fundamentales de keynesianos y monetaristas nacen de no entender este punto básico.

Por último, en una economía de intercambio, donde cada persona produce para satisfacer las necesidades ajenas como paso previo a satisfacer las propias, debe de existir algún método para averiguar qué producciones son las más valiosas. Al cabo, las materias primas y trabajadores que yo utilizo para producir, por ejemplo, corbatas son materias primas y trabajadores que otro no podrá utilizar otra persona para producir, por ejemplo, maletines. ¿Qué les es más valioso a los consumidores? ¿Cómo comparar las manzanas-corbatas con las peras-trabajadores o con los melocotones-maletines? De nuevo, el dinero entra en acción: si reducimos todos los bienes y factores a un precio monetario que se haya determinado a través de intercambios voluntarios en el mercado, podremos calcular si los consumidores valoran más, en dinero, las corbatas que los maletines o que el resto de usos alternativos que se les podría haber dado a los trabajadores y a las materias primas. El dinero, pues, también sirve como común denominador y herramienta de cálculo para tomar decisiones empresariales.

Lejos de lo que parece transmitir la expresión clásica del "velo monetario", el dinero presta un servicio (o triple servicio) esencial e insustituible dentro de nuestras sociedades. Es el dinero, al final, lo que fuerza a los empresarios a competir para ponerse al servicio de los consumidores, lo que valida la soberanía del consumidor: si éstos no enajenan sus mercancías a cambio de dinero, se quedan atascados con ellas, lo que significa que no podrán acceder ni hoy ni mañana a las mercancías que hubiesen deseado adquirir. Por eso, Gobiernos y empresarios ineficientes llevan siglos atacando al dinero desde todos los frentes. Viva la inflación es muera el dinero y muera la división del trabajo.

Juan Ramón Rallo es jefe de opinión de Libertad Digital, director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana, doctor en Economía y profesor en la Universidad Rey Juan Carlos y de ISEAD. Ha escrito, junto con Carlos Rodríguez Braun, el libro Una crisis y cinco errores, galardonado con el Premio Libre Empresa 2010. Puede seguirlo en Twitter o en su página web personal.

La increíble historia de la informática

'CEROS Y UNOS'

La increíble historia de la informática, Internet y los videojuegos

Por Daniel Rodríguez Herrera

Un ingeniero colombiano pasaba las fiestas de año nuevo de 2008 con su familia en su ciudad natal de Barranquilla. Como tantos otros, estaba especialmente cabreado después de que las FARC hubiesen prometido liberar a Clara Rojas y su hijo Emmanuel y entregárselos a Hugo Chávez en diciembre y aún no hubieran cumplido su promesa.

En ese momento, Álvaro Uribe anunció que los terroristas ni siquiera tenían al niño de cuatro años en su poder; había enfermado y lo habían dejado con una familia de campesinos y ahora el Gobierno lo había recuperado. ¡Las FARC habían negociado con la vida de un niño que ni siquiera tenían en su poder! Como les sucediera a tantos otros colombianos, la ira de Óscar Morales contra las FARC alcanzó nuevas alturas.

En otro momento, la ira se hubiera quedado ahí, inútil, improductiva. Pero Morales tenía a su disposición una herramienta nueva, las redes sociales. Herederas de una tradición tecnológica que se remonta a los primeros ordenadores construidos durante la Segunda Guerra Mundial, estas redes permiten encauzar todo tipo de ideas y coordinar las más variadas cruzadas, ya sean políticas o de cualquier naturaleza. Así, en la madrugada del 4 de enero fundó un grupo en Facebook llamado "Un millón de voces contra las FARC". Corría un riesgo, pues lo hacía con su propio nombre y apellidos. A la mañana siguiente, el grupo ya tenía 1.500 miembros. Dos días después, ya con 8.000 personas, decidió organizar una manifestación. El 4 de febrero, un mes después de que un ingeniero cualquiera diera un primer paso en una red social, se calcula que alrededor de diez millones de personas caminaron por las calles de ciudades de todo el mundo clamando por el fin del terrorismo en Colombia, por el fin de las FARC, sus asesinatos y sus secuestros.

Los pioneros de la informática no tenían algo así en mente cuando empezaron a dar aquellos primeros pasos. Los ordenadores fueron creados como solución a dos problemas: resolver cálculos complejos de forma automática y ordenar, almacenar y procesar grandes volúmenes de información. Por suerte, su denominación en la lengua española refleja esa doble vertiente: en casi toda Hispanoamérica se les llama computadoras, del inglés computer, y en España los llamamos ordenadores, vocablo procedente del francés ordinateur.

No obstante, una vez introducidos en la vida cotidiana, se les fueron encontrando usos para los que no se pensó en un principio: desde convertirse en las estrellas del ocio y el entretenimiento hasta formar la primera red de comunicación global. La propia tecnología fue abriendo nuevos campos en los que sólo había entrado antes la imaginación de algunos escritores de ciencia ficción.

(...)

Los videojuegos son un buen ejemplo de una aplicación de la informática que a nadie se le habría ocurrido a priori. Es normal: cuando las computadoras eran carísimos artefactos disponibles sólo en las mayores empresas y los laboratorios más avanzados, ¿cómo podríamos pensar que su potencial se desperdiciaría –póngase en la siguiente palabra todo el desprecio posible– jugando? Sin embargo, actualmente los videojuegos se han convertido en una industria que rivaliza en facturación, cuando no supera, a las más clásicas formas de entretenimiento como el cine o la música.

Pero la principal revolución que han traído consigo los ordenadores han sido las comunicaciones y las redes. Al fin y al cabo, si vivimos –como se dice frecuentemente– una era de la información es gracias a internet y las posibilidades que nos ofrece. La red de redes ha transformado la comunicación, cambiándola de una vía unidireccional, en la que el mensaje iba de un emisor a miles o millones de telespectadores, oyentes o lectores, hasta una conversación en la que potencialmente cualquiera puede ser escuchado, sin que haga falta ser famoso o estar contratado en una empresa con posibles. Eso fue lo que descubrió el ingeniero colombiano Óscar Morales.

Pero hasta llegar ahí hubo que recorrer un largo camino. Empezamos.

Por qué a la izquierda le saldrá gratis

CÓMO ESTÁ EL PATIO

Por qué a la izquierda le saldrá gratis lo de Libia

Por Pablo Molina

La izquierda es muy bocazas diciendo una cosa y la contraria según le conviene porque puede permitírselo, visto que su rival político no tiene el menor interés en airear las contradicciones y la tremenda hipocresía de que suelen hacen gala los voceros del progresismo.

Con la matraca de la guerra de Libia, que ni es guerra ni es nada, sólo un espectáculo lamentable para que Napoleonet se crezca en la intimidad con la Bruni, la fiel infantería del PSOE anda un poco desnortada. No porque en el PP le pidan explicaciones sobre esa tendencia belicista recién adquirida, sino porque a veces hasta los izquierdistas necesitan tener alguna certeza de que no son unos botarates sin principios a los que sólo les interesa que lleguen al poder sus líderes, aunque sean tan prescindibles como el propio ZP.

La guerra es mala y la izquierda es pacifista. Se trata de dos mentiras no por repetidas menos falsas, pues no hay otro proceso humano que haya salvado más vidas que la guerra, ni ideología que haya promovido más conflictos y asesinado a más seres humanos que el socialismo en sus distintas versiones: rojo, pardo o negro.

Pero en España se da la curiosa circunstancia de que la derecha política es la primera que sostiene la matraca histórica del socialismo como promotor y garante de la paz y los derechos humanos, de forma que no es extraño que nos luzca el pelo nacional de la forma en que lo hizo el martes pasado en el congreso de los diputados.

¿Qué hacemos en Libia? Pues no lo sabemos, porque de hecho ni siquiera el gobierno tiene claro qué hemos ido a hacer allí. La ministra soldados-digan-conmigo-viva-España afirma que hemos acudido para intentar acabar con Gadafi, Zapatero dice que eso ni pensarlo, y la sucesora de Moratinos rinde homenaje a su antecesor informando a la opinión pública de que eso no es una guerra; de hecho, no es ni un ataque aéreo, sino tan sólo una resolución de la ONU.

O sea, que le hemos declarado una resolución de la ONU a los libios, a unos cuantos centenares de los cuales nos vamos a cargar... no con las bombas de los aviones y los misiles de los barcos, sino por culpa de un golpe mal dado con el reglamento del procedimiento administrativo en el ámbito internacional. Un consuelo para los caídos en esta resolución de la ONU, que al menos se van al otro barrio no como víctimas de una ofensiva armada, sino por un leñazo democrático, asestado con el destilado doctrinal del derecho de gentes que recoge el documento aprobado por el consejo onusino de seguridad.

Por su parte, los actores, cineastas, escritores, columnistas, payasos televisivos y demás gentes de la cultura (sic) siguen sin dar un mugido más alto que otro. Son tan buenos actores, que aguantan perfectamente la risa mientras dicen que la "operación" de Libia es legal, legítima, justa y necesaria, a diferencia de la guerra de Irak II, porque ahora hay un documento de la ONU que dice que el que quiera ir a pegar petardazos a los libios puede hacerlo con la bula de Su Laicidad Ban Ki-Moon.

¿Por qué le va a salir gratis la fantochada bélica de Libia a los sociatas? Pues porque la derecha es más izquierdista que ZP y porque todavía hay dinero mantener callada a la gente de la cultura con abundante forraje presupuestario. El dinero acabará acabándose –con perdón–, por la propia dinámica del derroche público. Pero lo del izquierdismo de la derecha, por desgracia, no cambiará jamás.

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