2012: la clase media y el futuro
El electorado mexicano no es monolítico. En menos de la tercera parte de los distritos electorales ha ganado siempre el mismo partido político desde 2000.
Pascal Beltrán del RíoEstá claro que para ganar una votación presidencial en el México electoralmente competitivo que comenzó a aparecer desde finales de los años 80, hay que conquistar la mente y el corazón de la clase media.
Por clase media no me refiero tanto a quienes tienen un cierto nivel de ingresos, ubicado en los deciles intermedios de la escala del INEGI, sino más bien a aquellos que independientemente de sus percepciones tienen una expectativa de futuro: progresar en el trabajo, adquirir una vivienda, darle a sus hijos una educación mejor a la que ellos mismos tuvieron.
Ese grupo de ciudadanos —que ha logrado zafarse de la garra de la desesperanza y que dejó de hacer las paces con el mexicanísimo “aquí nos tocó vivir”, pero aún no ha llegado a las alturas dominadas por el hedonismo y la autocomplacencia— ha sido decisivo en determinar el rumbo electoral del país durante las dos últimas décadas.
En México han perdido representatividad y fuerza las organizaciones intermedias, llámense sindicatos o iglesias. El voto corporativo está en retirada aunque todavía siga pesando el de los maestros, quizá porque se trata precisamente de un sindicato de clase media. Y el Estado ya no es aquel repositorio de recursos para el crecimiento económico y el bienestar social, ni la autoridad política por antonomasia.
A mi juicio, el PRI ha entendido mejor que los demás partidos esta naturaleza cambiante de la sociedad. El PAN, que construyó su ascenso al poder mediante el apoyo de la clase media, una vez allí quiso reproducir los estilos de la política que habían caracterizado al PRI, mientras éste adoptó en alguna medida los del PAN. No es necesario decir a quién ha beneficiado más en las urnas esta transmutación.
El electorado mexicano no es monolítico. En menos de la tercera parte de los distritos electorales en México ha ganado siempre el mismo partido político desde 2000. El voto duro está restringido a algunos enclaves. El sufragio se ha vuelto cambiante y diferenciado.
En casi la mitad de los estados del país (14), el electorado le da el triunfo al partido que gana la Presidencia. Esos 14 estados votaron mayoritariamente por Ernesto Zedillo en 1994, por Vicente Fox en 2000 y por Felipe Calderón en 2006.
Sólo dos de esos estados que no profesan una inquebrantable lealtad partidista están en el sur: Puebla y Yucatán. El resto está del centro hacia el norte: Aguascalientes, Baja California, Coahuila, Colima, Chihuahua, Guanajuato, Jalisco, Nuevo León, Querétaro, San Luis Potosí, Sonora y Tamaulipas. Ninguno es de los tres más poblados del país, pero juntos representan casi 42% de la población.
En 1994, el PRI gobernaba 11 de esas 14 entidades. Con el tiempo, el PAN emparejaría los cartones, en sintonía con sus triunfos en las elecciones presidenciales de 2000 y 2006. Hoy el PRI ha vuelto a tener la delantera: gobierna nueve de ellas.
Por si aún tuviera dudas de cómo el PAN ha dejado escapar el corazón y la mente de la clase media mexicana, vea lo que sucedió en la reciente encerrona de la nomenklatura panista, el pasado fin de semana:
Se discutía por qué ninguno de los siete (hoy cinco) aspirantes presidenciales del blanquiazul ha logrado despuntar en el entusiasmo de quienes votarán el año entrante. Uno de los asistentes opinó que el problema es que el candidato ideal para el PAN en 2012 milita en otro partido político: el clasemediero y católico Enrique Peña Nieto.
Tiene suerte el PAN que la división en la izquierda quizá vaya a impedir que otro candidato atractivo para las clases medias aparezca en las boletas: Marcelo Ebrard. No en vano el nombre del jefe de Gobierno del Distrito Federal apareció varias veces en la discusión del cónclave panista, igual que los de Juan Ramón de la Fuente y José Woldenberg.
Sin embargo, el problema más serio para Acción Nacional no es que aún no encuentre un candidato competitivo para 2012 sino que haya dejado de ser atractivo para millones de mexicanos que no viven anclados en los tabúes del pasado y que buscan señales de esperanza en el futuro.
He escuchado cuentas alegres, en pasillos de oficinas gubernamentales y del PAN, de que el PRI no está tan fuerte hoy como hace seis años porque entonces gobernaba a 54.5% de los mexicanos, mediante sus gobiernos estatales y hoy sólo a 51.2 por ciento. Sin embargo, el comentario no toma en cuenta que eso se debe a la pérdida de Oaxaca, Puebla y Sinaloa, donde el electorado rechazó la imagen del PRI caciquil, no la cara renovada con la que se ha presentado últimamente.
Decirlo no implica un juicio de valor. Por las razones que sean —y es un error señalar que esto es un mero efecto de la mercadotecnia—, el PRI se ha vuelto la primera opción electoral para los mexicanos que desean salir adelante y no quedarse en el reclamo estéril sobre la pobreza y la falta de oportunidades, y mucho menos en la glorificación de la supuesta dignidad que representa la miseria.
Por supuesto que el PRI tiene un pasado tenebroso, de peculado y represión. Desde luego que muchos gobernadores del PRI son los capitanes de una maquinaria de hacer votos cuyo combustible son las prácticas corporativas. Sin embargo, bien harían el PAN y la izquierda en entender que millones de mexicanos están votando por el PRI a pesar de esas cosas.
Yo no creo que esté definido el resultado de la elección de 2012, pero sí pienso que tiene mayores posibilidades de ganarla la fuerza política que logre instalar una más clara y mejor visión de futuro en la cabeza de los votantes. El electorado es más aspiracional que reivindicativo.
Lo he escrito aquí en otras ocasiones: si el PAN quiere que el debate sobre el pasado sea el eje de la próxima campaña electoral, perderá el tiempo: el PRI no se subirá en ese ring y hay una parte importante del electorado que o bien recuerda con nostalgia los tiempos del Estado benefactor y todopoderoso o bien, por edad, no le tocó vivirlo. Y porque en el contraste entre el pasado y el presente, al menos en el imaginario colectivo, todavía gana aquél.
También se equivocará la izquierda si quiere hacer girar la contienda en torno de la condena a la enorme desigualdad que caracteriza a este país. Porque el PRI, con sus 19 gobiernos estatales, tendrá el suficiente punch para satisfacer algunas necesidades inmediatas de los votantes más desfavorecidos económicamente y, además, parece contar crecientemente con el apoyo de quienes luchan por salir de la pobreza, un grupo social al que la izquierda mexicana no ha tenido la visión de apoyar.
Por otro lado, un regreso del PRI a la Presidencia no será, para uno de cada seis mexicanos, enfrentarse a algo totalmente nuevo. Nueve de los 19 estados que gobierna actualmente el tricolor, ya experimentaron ese retorno en su propio contexto. Le recomiendo el reportaje que Excélsior le presenta en esta misma edición sobre lo que ha significado ese regreso para los queretanos, potosinos, aguascalentenses, tlaxcaltecas, chihuahuenses, yucatecos, neoleoneses, nayaritas y zacatecanos.
Vale la pena conocer las razones por las que, fuera de cuatro entidades —Baja California, Guanajuato, Jalisco y el Distrito Federal—, el PRI tarda uno o máximo dos períodos en retomar el gobierno. Sólo dos períodos, los mismos que lleva el PAN en la Presidencia de la República.
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