Ciegos y sordos
¿Cuántos empresarios de antros y centros de reunión juvenil saben que sus lugares son el reino de la venta y el consumo de drogas?
Ricardo AlemánDurante años, fue un lugar común comentar que México sólo era un país de paso para la droga. Es decir, sólo vimos pasar la droga y los fabulosos negocios de industria más rentables en la historia de la humanidad.
Luego se dijo que México “evolucionó”, de país de paso, a país de consumidores. Más tarde, amanecimos con la noticia de que las bandas criminales no sólo peleaban por las rutas de tránsito al vecino del norte —convertido en el mayor consumidor de droga del mundo—, sino que se extendieron a todo el país, para disputar “las plazas” de la droga.
Por eso, según se dijo, al inicio del gobierno de Calderón comenzó una guerra de las instituciones del Estado contra las bandas criminales y los barones de las drogas. Más tarde, escandalizó a todos el río de muertos que provocó esa guerra y empezó el reparto de culpas. Los vividores de la política culparon al gobierno federal, como si los militares, marinos y policías federales fueran responsables de matar a 40 o 50 mil personas.
Otros “abusadillos” vendieron la especie de que la culpa era del gobierno porque —según su chabacana versión— “agarró a palos contra el avispero”, como si el problema no fuera la existencia misma del avispero del crimen y el narcotráfico, sino los palos lanzados. Aun así, los más sensatos dijeron que el problema creció a niveles de alarma por una combinación de factores que incluyen corrupción de las instituciones del Estado, complicidad política y valemadrismo social.
Lo curioso es que, durante años, la sociedad toda parece ciega y sorda a un factor fundamental de la ecuación que hace posibles el crimen, el narcotráfico y su estela de violencia. ¿Y cuál es ese factor? Precisamente la ceguera y la sordera de cada uno de los ciudadanos —y de la sociedad en general—, frente a un problema que está en la casa de todos —o de casi todos—, en la escuela de todos, en la empresa de todos, en la fábrica de todos, la colonia de todos, en el municipio y el estado donde cada uno hace su vida cotidiana.
¿Cuántos no conocen a un hijo, hermano, primo, padre… que consume algún tipo de droga prohibida? ¿Cuántos no conocen a un amigo de la infancia, compañero de escuela, cuate de parrandas, compañero de oficina que consume algún tipo de droga prohibida? ¿Cuántos no saben de un pariente o amigo que completa sus ingresos con la venta o distribución de drogas prohibidas, de piratería o productos robados? ¿Y qué hacemos frente a esa realidad que lastima a todos? Por vergonzoso que resulte, preferimos la ceguera y la sordera, al tiempo que mentamos madres contra el gobierno, la policía, los militares. Peor aún, ¿cuántos queman un churro, se meten una tacha, una raya, y luego a gritar rabiosos “No más sangre”, al tiempo que piden juicio político contra Calderón?
¿Cuántos dueños de escuelas particulares, directivos de esas mismas escuelas, profesores, vigilantes… saben que en sus escuelas se vende y consume de manera libre todo tipo de drogas? ¿Cuántos directores de escuelas públicas, coordinadores, maestros, conserjes… saben quién vende y consume todo tipo de drogas en sus escuelas? ¿Cuántos padres de familia saben que sus hijos son consumidores habituales? ¿Cuántos empresarios de antros y centros de reunión juvenil saben que sus lugares son el reino de la venta y el consumo de drogas? ¿Y qué hacen ante esa realidad? Cierran ojos y oídos, voltean a otro lado, y prefieren culpar de la violencia y del crimen al gobierno de su antipatía.
Sin duda es una tragedia la incapacidad de los gobiernos estatales, municipales y el federal en la lucha contra el crimen, la violencia y el narco; sin duda es una tragedia la muerte de 40 o 50 mil personas, sean o no producto de las disputas entre bandas criminales. Pero la tragedia es mayor cuando se descubre que hoy la droga está al alcance de todos: niños, jóvenes y adultos —de todos los estratos sociales y todos los oficios y profesiones—, y que nadie quiera ver que, con cada churro, tacha o línea se puede comprar una bala igual a las que mataron a 40 o 50 mil personas.
La tragedia está en la ceguera y la sordera de muchos ciudadanos frente a un problema que se metió a casas, escuelas, universidades, oficinas, empresas; que ha convertido a gremios completos en centros de venta y consumo de drogas.
¿Qué hace cada ciudadano para romper las redes de tráfico, venta y consumo de drogas, que está en su entorno inmediato? Poco o nada, prefiere permanecer ciego y sordo. Eso sí, “que chingue a su madre el gobierno”.
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