viernes, julio 29, 2011

La inviabilidad del socialismo

Por Ludwig von Mises

CEDICE

Se piensa con frecuencia que si el socialismo actualmente no funciona, ello se debe a que nuestros contemporáneos no poseen aún las necesarias virtudes cívicas, y que los hombres, tal como son actualmente, son incapaces de poner en el desempeño de las tareas que el estado socialista les asigne el mismo celo con que realizan su diario trabajo bajo el signo de la propiedad privada de los medios de producción, pues, en régimen capitalista, saben que es suyo el fruto de su trabajo personal y que sus ingresos aumentan cuanto uno más produce, reduciéndose en caso contrario.

Por el contrario, en un sistema socialista el que personalmente se gane más o menos no depende ya casi de la excelencia del propio trabajo; en efecto, cada miembro de la sociedad tiene teóricamente asignada una determinada cuota de la renta nacional, sin que varíe de forma apreciable por el hecho de que se trabaje con desgana o con ahínco. La gente piensa que la productividad socialista ha de ser por fuerza inferior a la de la comunidad capitalista.

Así es, en efecto. pero no es éste el fondo de la cuestión. Si fuera posible en la sociedad socialista cifrar la productividad del trabajo de cada camarada con la misma precisión con que se puede conocer, mediante el cálculo económico, la del trabajador en el mercado, podría hacerse funcionar el socialismo sin que la buena o mala fe del individuo en su actividad productiva tuviera que preocupar a nadie. Podría entonces la comunidad socialista determinar qué cuota de la producción total corresponde a cada trabajador y, consiguientemente, cifrar la cuantía en que cada uno ha contribuido a ella. El que en una sociedad colectivista no sea posible efectuar semejante cálculo es lo único que, al final, hace que el socialismo sea inviable.

La cuenta de pérdidas y ganancias, instrumento típico del régimen capitalista, es un claro indicativo de si, dadas las circunstancias del momento, se debe o no seguir adelante con todas y cada una de las operaciones en curso; en otras palabras, si se está administrando, empresa por empresa, del modo más económico posible, es decir, si se está consumiendo la menor cantidad posible de factores de producción. Si un negocio arroja pérdidas, ello significa que las materias primas, los productos semielaborados y los distintos tipos de trabajo en él empleados deberían dedicarse a otros cometidos, en los que se produzcan o bien mercancías distintas, que los consumidores valoran en más y estiman más urgentes, o bien idénticos productos, pero con arreglo a un método más económico, o sea, con menor inversión de capital y trabajo. por ejemplo, cuando el tejer manualmente dejó de ser rentable, ello no indicaba sino que el capital y el trabajo invertido en las instalaciones de tejido mecánico eran más productivos, por lo que era antieconómico mantener instalaciones en las que una misma inversión de capital y trabajo producía menos.

En el mismo sentido, bajo el régimen capitalista, si se trata de montar una nueva empresa, fácilmente se puede calcular de antemano su rentabilidad. Supongamos que se proyecta un nuevo ferrocarril; cifrado el tráfico previsto y las tarifas que aquél puede soportar, no es difícil averiguar si resultará o no beneficiosa la necesaria inversión de capital y trabajo. Cuando ese cálculo nos dice que el proyectado ferrocarril no va a producir beneficios, hay que concluir que existen otras actividades sociales que reclaman con mayor urgencia el capital y el trabajo en cuestión; en otras palabras, que todavía no somos lo suficientemente ricos como para efectuar tal inversión ferroviaria. El cálculo de valor y rentabilidad no sólo sirve para averiguar si una determinada operación futura será o no conveniente; ilustra además acerca de cómo funcionan, en cada instante, todas y cada una de las divisiones de las diferentes empresas.

El cálculo económico capitalista, sin el cual resulta imposible ordenar racionalmente la producción, se basa en cifras monetarias. El que los precios de los bienes y servicios se expresen en términos dinerarios permite que, pese a la heterogeneidad de aquéllos, puedan todos, al amparo del mercado, ser manejados como unidades homogéneas. En una sociedad socialista, donde los medios de producción son propiedad de la colectividad y donde, consecuentemente, no existe el mercado ni hay intercambio alguno de bienes y servicios productivos, resulta imposible que aparezcan precios para los aludidos factores denominados de orden superior. El sistema no puede, por tanto, planificar racionalmente, al serle imposible recurrir a un cálculo que sólo puede practicarse recurriendo a un cierto denominador común al que pueda reducirse la inaprehensible heterogeneidad de los innumerables bienes y servicios productivos disponibles.

Contemplemos un sencillo supuesto. Para construir un ferrocarril que una el punto A con el punto B, cabe seguir diversas rutas, pues existe una montaña que separa A de B. La línea ferroviaria podría ascender por encima del accidente orográfico, contornear el mismo o atravesarlo mediante un túnel. Es fácil decidir, en una sociedad capitalista, cuál de las tres soluciones sea la procedente.

Se cifra el costo de las diferentes líneas y el importe del tráfico previsible. Conocidas tales sumas, no es difícil deducir qué proyecto es el más rentable. Una sociedad socialista, en cambio, no puede efectuar un calculo tan sencillo, pues es incapaz de reducir a unidad de medida uniforme las heterogéneas cantidades de bienes y servicios que es preciso tomar en consideración para resolver el problema. La sociedad socialista está desarmada ante esos problemas corrientes, de todos los días, que cualquier administración económica suscita. Al final, no podría ni siquiera llevar sus propias cuentas.

El capitalismo ha aumentado la producción de forma tan impresionante que ha conseguido dotar de medios de vida a una población como nunca se había conocido; pero, nótese bien, ello se consiguió a base de implantar sistemas productivos de una dilación temporal cada vez mayor, lo cual sólo es posible al amparo del calculo económico. Y el cálculo económico es, precisamente, lo que no puede practicar el orden socialista. Los teóricos del socialismo han querido, infructuosamente, hallar fórmulas para regular económicamente su sistema, prescindiendo del cálculo monetario y de los precios. Pero en tal intento han fracasado lamentablemente.

Los dirigentes de la ideal sociedad socialista tendrían que enfrentarse a un problema imposible de resolver, pues no podrían decidir, entre los innumerables procedimientos admisibles, cuál sería el más racional. El consiguiente caos económico acabaría, de modo rápido e inevitable, en un universal empobrecimiento, volviéndose a aquellas primitivas situaciones que, por desgracia, ya conocieron nuestros antepasados.

El ideal socialista, llevado a su conclusión lógica, desemboca en un orden social bajo el cual el pueblo, en su conjunto, sería propietario de la totalidad de los factores productivos existentes. La producción estaría, pues, enteramente en manos del gobierno, único centro de poder social. La administración, por sí y ante sí, habría de determinar qué y cómo debe producirse y de qué modo conviene distribuir los distintos artículos de consumo. Poco importa que este imaginario estado socialista del futuro nos lo representemos bajo forma política democrática o cualquier otra. Porque aun una imaginaria democracia socialista tendría que ser forzosamente un estado burocrático centralizado en el que todos (aparte de los máximos cargos políticos) habrían de aceptar dócilmente los mandatos de la autoridad suprema, independientemente de que, como votantes, hubieran, en cierto modo, designado al gobernante.

Las empresas estatales, por grandes que sean, es decir, las que a lo largo de las últimas décadas hemos visto aparecer en Europa, particularmente en Alemania y Rusia, no tropiezan con el problema socialista al que aludimos, pues todavía operan en un entorno de propiedad privada. En efecto, comercian con sociedades creadas y administradas por capitalistas, recibiendo de estas indicaciones y estímulos que su propia actuación ordenan. Los ferrocarriles públicos, por ejemplo, tienen suministradores que les procuran locomotoras, coches, instalaciones de señalización y equipos, mecanismos todos ellos que han demostrado su utilidad en empresas de propiedad privada. Los ferrocarriles públicos, por tanto, procuran estar siempre al día tanto en la tecnología como en los métodos de administración.

Es bien sabido que las empresas nacionalizadas y municipalizadas suelen fracasar; son caras e ineficientes y, para que no quiebren, es preciso financiarlas mediante subsidios que paga el contribuyente.

Desde luego, cuando una empresa pública ocupa una posición monopolista —como normalmente es el caso de los transportes urbanos y las plantas de energía eléctrica— su pobre eficiencia puede enmascararse, resultando entonces menos visible el fallo financiero que suponen. En tales casos, es posible que dichas entidades, haciendo uso de la posibilidad monopolista, amparada por la administración, eleven los precios y resulten aparentemente rentables, no obstante su desafortunada gerencia. En tales supuestos, aparece de modo distinto la baja productividad del socialismo, por lo que resulta un poco más difícil advertirla. Pero, en el fondo, todo es lo mismo.

Ninguna de las mencionadas experiencias socializantes sirve para advertir cuáles serían las consecuencias de la real plasmación del ideal socialista, o sea, la efectiva propiedad colectiva de todos los medios de producción. En la futura sociedad socialista omnicomprensiva, donde no habrá entidades privadas operando libremente al lado de las estatales, el correspondiente consejo planificador carecerá de esa guía que, para la economía entera, procuran el mercado y los precios mercantiles. En el mercado, donde todos los bienes y servicios son objeto de transacción, cabe establecer, en términos monetarios, razones de intercambio para todo cuando es objeto de compraventa. Resulta así posible, bajo un orden social basado en la propiedad privada, recurrir al cálculo económico para averiguar el resultado positivo o negativo de la actividad económica de que se trate. En tales supuestos, se puede enjuiciar la utilidad social de cualquier transacción a través del correspondiente sistema contable y de imputación de costos. Más adelante veremos por qué las empresas públicas no pueden servirse de la contabilización en el mismo grado en que la aprovechan las empresas privadas. El cálculo monetario, no obstante, mientras subsista, ilustra incluso a las empresas estatales y municipales, permitiéndoles conocer el éxito o el fracaso de su gestión. Esto, en cambio, sería impensable en una economía enteramente socialista no podrían jamás reducir a común denominador los costos de producción de la heterogénea multitud de mercancías cuya fabricación programaran.

Esta dificultad no puede resolverse a base de contabilizar ingresos en especie contra gastos en especie, pues no es posible calcular más que reduciendo a común denominador horas de trabajo de diversas clases, hierro, carbón, materiales de construcción de todo tipo, máquinas y restantes bienes empleados en la producción. Sólo es posible el cálculo cuando se puede expresar en términos monetarios los múltiples factores productivos empleados. Naturalmente, el cálculo monetario tiene sus fallos y deficiencias; lo que sucede es que no sabemos con qué sustituirlo. En la práctica, el sistema funciona siempre y cuando el gobierno no manipule el valor del signo monetario; y, sin cálculo, no es posible la computación económica.

He aquí por qué el orden socialista resulta inviable; en efecto, tiene que renunciar a esa intelectual división del trabajo que mediante la cooperación de empresarios, capitalistas y trabajadores, tanto en su calidad de productores como de consumidores, permite la aparición de precios para cuantos bienes son objeto de contratación. Sin tal mecanismo, es decir, sin cálculo, la racionalidad económica se evapora y desaparece.

Las grandes crisis fiscales

Banca_rota Por José Raúl González Merlo

Prensa Libre

Luego de un año de entretener el problema de la deuda griega, la Unión Europea vuelve a intentar ponerle fin a la especulación respecto del final de esa tragedia. Del otro lado del Atlántico, los políticos estadounidenses negocian aumentar la deuda pública para evitar una crisis financiera. El común denominador: solamente la acción pública irresponsable puede conducir a las naciones a crisis de esta magnitud. Ahora sólo falta que también culpen al sector privado.

El pasado jueves, los países de la eurozona aportaron casi 160 mil millones de dólares para evitar la crisis griega. Ese monto es adicional a otros 160 mil millones de dólares aportados el año pasado. A pesar de ello, las calificadoras de riesgo han colocado a Grecia como un país que entrará en impago de sus obligaciones, ya que forzará a un intercambio de bonos que vencen a corto plazo por otros de largo plazo a menores tasas de interés. No se podía esperar más de un país que irresponsablemente acumuló una deuda equivalente a 130 por ciento su PIB. Se ha logrado postergar la crisis griega, pero los otros países siguen en riesgo: Portugal, Irlanda, España y, ahora, Italia.

Estados Unidos está en las mismas, pero desde otro ángulo. Si para el 2 de octubre el Congreso no aprueba un aumento en la deuda pública, es posible que no puedan hacerle frente a sus obligaciones. Actualmente, tienen un techo de endeudamiento de 14 mil millardos de dólares y necesitan aumentarlo porque, literalmente, el Gobierno funciona gracias a que endeuda a sus ciudadanos todos los días. En este caso, las agencias calificadoras de riesgo también amenazan con rebajar la célebre calificación AAA de la deuda estadounidense.

Europa y Estados Unidos luchan por evitar una crisis que se ha venido acumulando a lo largo de décadas gracias a los diversos ofrecimientos políticos para el financiamiento de un estado de bienestar y diferentes guerras.

Era cuestión de tiempo para que ocurriera un evento que precipitara la crisis. Los europeos tienen la suerte de contar con ciudadanos franceses y alemanes cuya productividad servirá ahora para rescatar a otros que se han dedicado a consumir lo que nunca produjeron. En el caso de EE. UU. son las generaciones presentes las que se han consumido la riqueza que generaciones futuras deberán producir para pagar semejante deuda.

Ambos casos son experiencias sobre las que debemos reflexionar. La gran lección: es indispensable que políticos y gobernantes tengan límites legales a su actuación. Topes al gasto público, al déficit fiscal y al endeudamiento son indispensables para prevenir semejantes irresponsabilidades. Ojo, porque en época electoral siempre se ofrece mucho, y nuestra tendencia de endeudamiento público va en la misma dirección que la de esos “países desarrollados”.

Alvaro Vargas Llosa sobre el discurso de Humala

El Comercio, Lima

“Si Humala es el Markarián del Gabinete, los conpagina bien, hace que sean compatibles unos con otros, que la inevitable tensión que habrá se resuelva de una manera inteligente y no excesivamente expuesta a los medios de comunicación, la cosa puede funcionar bien”, declaró el escritor Álvaro Vargas Llosa.


En diálogo con la emisora Radio Programas, Vargas Llosa dijo que este Gabinete debe mantener el crecimiento de la economía, pero con inclusión social.

De otro lado, indicó que su padre, Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010, envió una carta personal al flamante presidente de la República, Ollanta Humala, y que probablemente “tendrá la oportunidad de visitarlo” cuando vega al país, pero que mientras tanto sigue muy de cerca lo que está pasando.

SOBRE EL DISCURSO DE HUMALA

Respecto al juramento del jefe de Estado, quien dijo “honrar” la Carta Magna del 79, sostuvo que esta fue “una invocación más lírica que un programa de gobierno, porque no había mucha relación entre dicha Constitución y el discurso que pronunció el presidente Humala”.

“Yo interpreto esta invocación a la Constitución del 79 como una expresión de ideales. Recuerden que desde el inicio de la vida política de Humala hubo esta denuncia constante del origen oscuro de la Constitucióm del 93, por se producto de un golpe de Estado, por tanto lo que quiso hacer es simbolizar y ratificar ese ideal, de tener una Consitución que sea de origen impecable, pero eso no significa que va a cambiar a la del 93 para reemplazarla por la del 79 porque es un imposible”, declaró a elcomercio.pe.

Estatismo: Su otra hipoteca

Debt burden Por Jorge Valín

Libre Mercado, Madrid

Cada andaluz debe a sus políticos locales unos 1.500 euros; los madrileños unos 2.400; los manchegos alrededor de 3.200; los valencianos 4.000; y los catalanes unos 5.000 euros.

Entre todos, debemos al Gobierno más de 14.000 euros por su deuda. Y muy probablemente estas cantidades sean bajas comparadas con la realidad. Parece que los políticos piden transparencia a la sociedad civil pero mienten sin pudor sobre sus números rojos.

Claro que siempre hay casos peores. Cada estadounidense debe 46.000 dólares al Gobierno Federal (unos 32.000 euros) y la cifra aumentará si llegan a algún acuerdo sobre el techo de gasto. Marcar techos para luego incumplirlos o renegociarlos no tiene ningún sentido. Es la ficción de Gobierno pequeño actuando como uno omnipotente. Esto mismo es lo que pretende hacer ahora también el Gobierno de Zapatero. Sin embargo, otros países como Italia y Francia estudian incorporar en la constitución tener un déficit cero. Probablemente no lo acaben cumpliendo pero al menos significa un cambio de mentalidad.

Se nos ha dicho desde siempre que los Gobiernos deben ahorrar en épocas de bonanza para gastar en épocas de crisis. Se ha visto que esto es imposible en cualquier país del mundo. La premisa inicial proviene de un fundamento keynesiano que nos dice que el Gobierno –siempre inteligente– puede suavizar los ciclos. Pocas teorías han hecho tanto daño a tanta gente.

El Gobierno tiene unos incentivos individuales y corporativos que no coinciden con el de los ciudadanos. Gastan lo que quieren, mienten y cuando van mal de dinero recortan privilegios a la sociedad y suben impuestos. Ellos mismos se quieren poner leyes de control de gasto y de reducción. ¿Alguien en su sano juicio cree que lo van a cumplir? ¿Quién controla a los que controlan? Nadie. Si Cataluña, por poner un ejemplo, se pasa de gasto y no quiere devolver el dinero al Gobierno central, ¿qué hará? ¿Demandará al presidente de la Generalitat? ¿Enviará los tanques a Barcelona? El Gobierno de Castilla-La Mancha ha mentido descaradamente sobre sus cuentas. ¿Cree que irá a la cárcel por ello o que responderá el antiguo Gobierno por el dinero que falta? Si hubiese sido una entidad privada sí que ocurriría, pero la ley no funciona igual para los políticos.

España, Italia, Francia y EEUU van errados en sus políticas de gasto. El Gobierno no es el salvador del Pueblo. Solo este último se puede ayudar a sí mismo. Ningún Gobierno ha de controlar la felicidad y el bienestar de nadie porque tal empresa acabará en fracaso. Los Gobiernos solo se han de financiar mediante impuestos y privatizaciones como mucho. El impuesto, que no deja de ser un robo al trabajo del ciudadano, es un herramienta clara y transparente para el Pueblo. Si un Gobierno no puede pagar sus promesas con lo que recauda para su compra de votos o su habitual clientelismo, simplemente ha de abstenerse de hacerlo. Porque, además, el Gobierno siempre incumple sus ofertas.

No necesitamos más hipotecas opacas que no hemos pedido y que no nos benefician. El Gobierno no es ninguna empresa privada. No ha de poder endeudarse jamás. De lo contrario aceptaremos que nuestras vidas dependan de sus ocultas y opacas acciones. El resultado de esto ha sido que dos millones de personas en este país no pueden comer cada día por ejemplo. El problema no es la deuda del Estado siquiera, sino un Gobierno omnipotente que pretende que dependamos de él para tener más poder, cuando tendría que ser él quien dependiese de nosotros.

Jorge Valín es miembro del Instituto Juan de Mariana

La belleza perdida de Europa

Plaza de España, en Roma, 1955.

Plaza de España, en Roma, 1955.

De las ruinas de la posguerra a la crisis actual, ¿se halla nuestro continente ante el final de un ciclo? El escritor mexicano Carlos Fuentes, europeo de corazón desde hace 60 años, comparte sus preocupaciones, repletas de nostalgia.

"Las muchachas solares pasan rubias, poco vestidas pero muy elegantes. Los jóvenes hombres afilan sus seducciones. La gente vieja mantiene una elegancia para la eternidad...". La observación que el escritor mexicano Carlos Fuentes hace de la Italia actual no carece de nostalgia: las mismas plazas transalpinas visitadas por el literato en 1950 -reflejo de una Europa de posguerra, deprimida, pobre, abonada a los radicalismos de derecha e izquierda- las recorre ahora. "¿En quién se han reconocido los italianos?", se pregunta. "La izquierda no ha podido crear alianzas políticas duraderas", señala, "y la derecha ha encontrado un silvestre personaje, bufo y calculador".

De Italia a la UE, de la mano del nuevo gobernador del Banco Cental, Mario Draghi. "El ritmo del desarrollo europeo es la mitad del de los Estados Unidos y una cuarta parte del desarrollo chino. Europa solo representa el 19% de la producción mundial. Estos problemas no se resuelven de manera aislada." Entre tanta dilación, Fuentes recuerda un lúcido artículo del ex presidente británico Gordon Brown en el que "aboga por una estrategia paneuropea" que sustituya la respuesta del pánico por una política de reconstrucción a largo plazo".

"De no hacerlo", concluye el escritor, "Europa entrará a una etapa de descontento social, fobia al inmigrante y movimientos de secesión política". Como la de aquellos años que Fuentes rememora con nostalgia pero sin ganas de verlos de nuevo. Lea aquí el artículo completo de Carlos Fuentes.

El modelo noruego pierde su inocencia

Noruega

150.000 personas se congregan en Oslo el 25 de julio de 2011 durante la vigilia floral en solidaridad con las víctimas de los recientes atentados en Noruega.

150.000 personas se congregan en Oslo el 25 de julio de 2011 durante la vigilia floral en solidaridad con las víctimas de los recientes atentados en Noruega.

Los ataques homicidas que Anders Behring Breivik perpetró el pasado 22 de julio han horrorizado a una nación que se enorgullecía de su modelo colectivista basado en la tolerancia y el igualitarismo, recoge el New York Times.

Prácticamente todos los noruegos de una cierta edad saben dónde estaban cuando a Oddvar Bra se le rompió repentinamente un bastón en el sprint final de los campeonatos de esquí de 1982 y Noruega tuvo que conformarse con un empate con la Unión Soviética. Pero la recurrente pregunta de “¿Dónde estabas cuando a Bra se le rompió el bastón?” ha sido rápidamente sustituida por una más macabra — ¿Dónde estabas cuando Anders Behring Breivik estaba matando a jóvenes noruegos?

El 22 de julio, el día en que Breivik asesinó al menos a 76 personas, temblaron los cimientos de una nación pacífica. Aunque para muchos noruegos también es una muestra imborrable de un país que ha evolucionado desde la etnia única de una cultura igualitaria, para quienes una tragedia era un revés en una competición deportiva nórdica.

Hoy, sobre una población de 4,9 millones, más del 11% ha nacido en otro Estado — Pakistán, Suecia, Polonia, Somalia, Eritrea, Irak. Y el choque cultural de la diversidad, especialmente para incorporar a un número creciente de musulmanes que no son blancos, ya ha provocado que el partido moderado anti-inmigración, el Partido del Progreso, haya aumentado su peso en Noruega hasta ostentar el segundo puesto.

El consenso también promueve la estrechez de miras

Todos los jóvenes que Breivik disparó en el campamento de verano de la isla de Utoya eran noruegos, pero algunos eran hijos de inmigrantes, que quedan inmortalizados en el mayor desastre de la historia reciente del país. “Cuando te enfrentas a la inmigración multicultural, a veces ocurre”, comenta Grete Brochmann, una socióloga de la Universidad de Oslo. “Ése es el quid de la cuestión en estos momentos, y es el gran reto que afronta el modelo noruego”.

Los líderes noruegos, desde la familia real pasando por los rangos inferiores, han hecho un llamamiento a la solidaridad del país, a la democracia, la igualdad y la tolerancia, y todos abogan por que estos valores no cambien. Virtuosos, pacíficos, generosos, por consenso — está es la imagen que los noruegos tienen de sí mismos, con la ayuda de la riqueza del petróleo que sostiene uno de los sistemas de bienestar social más completos del mundo.

Con todas sus virtudes, en este caso, el énfasis sobre el consenso puede también promover la estrechez de miras, la complacencia y la corrección política. Y esto puede ser cierto en los casos en los que los recién llegados tienen diferentes nociones respecto a ciertos valores, incluyendo entre ellos el de igualdad de género y sociedad secular, incluso en un país oficialmente cristiano, a lo que los noruegos dan especial importancia.

Un país muy patriótico

“Somos una sociedad afortunada por muchos motivos, no únicamente por el petróleo”, afirma Brochmann. “Pero muchos de estos aspectos de la sociedad del consenso también tienen otra cara. También es una sociedad de conformismo”, explica ella citando al “Janteloven”, o la ley de Jante, basada en las normas de comportamiento grupal que rigen en localidades pequeñas y promueven el colectivismo y desalientan la iniciativa individual y la ambición, en un mundo en que nadie es anónimo. Además, Noruega es un país muy patriótico, no se independizó de Suecia hasta 1905, y estuvo ocupado por los nazis entre 1940 y 1945. Así que existe un fuerte sentimiento de orgullo y nacionalismo, y el modelo desarrollado a partir de la Segunda Guerra Mundial lo ha defendido férreamente.

En una entrevista, la antigua primera ministra de Noruega Gro Harlem Brundtland apuntaba que Noruega tuvo un sistema asentado en el consenso y en un programa multilateral durante casi toda la década posterior a la Segunda Guerra Mundial, antes de regresar a un sistema político más normal. Aún así, insistía, “afirmar que tenemos una democracia de consenso en la que no existen debates importantes o partidos políticos no es cierto”.

Esos debates se han vuelto más intensos en temas de inmigración e integración, admitía Brundtland, especialmente con el aumento de popularidad del Partido del Progreso, ahora un grupo dentro de los partidos mayoritarios que se centra en un enfoque anti-inmigración. El Partido del Progreso, añadió con cierto desagrado, ha estado tentando los límites de lo aceptable. “Lanzar preguntas sin tener respuestas constructivas no siempre resulta útil”, aclara Brundtland.

La islamofobia ha llegado a Noruega

En 2009, el líder del Partido del Progreso, Siv Jensen, consiguió cierta notoriedad al usar en un discurso la expresión “islamización sigilosa”. Ese mismo año, el partido se convirtió en el segundo con mayor peso en el Parlamento. En mayo, Christian Tybring-Gjedde, el líder del partido en Oslo, despertó una oleada de críticas cuando sugirió que los musulmanes eran por naturaleza más agresivos que los noruegos.

El partido plantea el reto de la inmigración respecto a la uniformidad religiosa y cultural. Algunos inmigrantes musulmanes con escasa formación restringen las actividades de las mujeres, tratan de concertar matrimonios, puede que apoyen la mutilación genital y tienen un cierto grado de homofobia, y todo ello se lo atribuyen a su confesión religiosa o a los valores culturales. No obstante, dichos valores representan un claro desafío para la cultura del consenso general. En este aspecto, la islamofobia ha llegado a Noruega, junto con un resentimiento más universal hacia los inmigrantes criminales y hacia los “parásitos” de todas las religiones y colores.

Thomas Hylland Eriksen, un antropólogo cultural de la Universidad de Oslo, ha escrito ampliamente sobre el desafío que plantea la inmigración ante la cultura dominante, caracterizada por un nacionalismo silencioso. “Pero quedan por analizar otros aspectos negativos del nacionalismo noruego relacionados con el nacionalismo étnico, un sentimiento de distinción, un elemento de racismo”, manifiesta Eriksen. “A los noruegos que étnica y visualmente no lo son todavía se les considera fuera de lugar”.

Las minorías creen que “si aprenden noruego, llevan a sus hijos al colegio y paran en los semáforos son 100% noruegos”, explica. Aunque, en su opinión, esto no es totalmente cierto. Para explicarlo cita a una perfecta noruega, Dilek Ayhan, nacida allí de padres turcos, quien a pesar de dominar perfectamente la lengua a menudo le preguntan: “Verdaderamente, ¿de dónde es usted?”.

Petróleo

400.000 millones para el futuro

Creado en 1990, el 'Statens pensjonsfond utland' (SPU, Fondo del Estado) es el fondo de riqueza soberana que administra los ingresos que Noruega recibe del petróleo. Con más de 400.000 milones de euros en activos, el SPU controla el 1% de las acciones que se venden en los parqués globales y funciona como un "gigantesco seguro social" destinado a todos los noruegos, explica El País.

Citando al antropólogo Thomas Eriksen, el diario español señala que, aunque el SPU contribuye a aplacar los miedos sobre los vaivenes económicos y las injusticias del mercado laboral, "la opulencia pública y la sensatez con la que el Estado invierte y gasta su dinero" no han sido suficientes para prevenir la irrupción "de una amenaza cultural" en el modelo nórdico.

Las bolsas de EE.UU. sufren la mayor caída semanal en un año

STEVEN RUSSOLILLO

NUEVA YORK (Dow Jones)--Las acciones en Estados Unidos cerraron a la baja el viernes y sufrieron su mayor descenso semanal en un año, mientras una serie de acontecimientos relacionados con el límite de deuda del país dejaron al mercado rodeado de incertidumbre sobre el curso de las estancadas negociaciones en Washington.

El Promedio Industrial Dow Jones cerró con una baja de 96,87 puntos, o 0,79%, a 12.143,24 en una sesión volátil. El índice, que llegó a caer 157 puntos durante el día, ha sufrido seis descensos consecutivos desde el viernes pasado.

El viernes, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, incrementó la presión sobre el Congreso para que eleve el límite de endeudamiento de la nación. Pese a ello, el mercado se debilitó durante una gran parte de la tarde, antes de cerrar a la baja.

El Standard & Poor's 500 cayó 8,39 puntos, o 0,65%, a 1.292,28, presionado por las acciones de los sectores de la energía y las materias primas. El Índice Compuesto Nasdaq retrocedió 9,87 puntos, o 0,36%, a 2.756,38.

El llamado de Obama se produjo luego que la cámara baja pospusiera el jueves un votación sobre una propuesta de su presidente, John Boehner, republicano por Ohio, para elevar el límite de deuda del país.

El aplazamiento pone en duda la calificación crediticia del gobierno a solo días de que Estados Unidos se quede sin dinero para pagar sus compromisos. Los líderes republicanos de la cámara planean enmendar y poner a votación su plan el viernes por la tarde.

"Aún hay muchas piezas en movimiento", dijo Phil Orlando de Federated Investors. "El mercado a oscilado todo el día y seguirá haciéndolo hasta que Washington confirme que tenemos un acuerdo", señaló.

La ansiedad entre los inversionistas aumentó luego que el Departamento de Comercio de Estados Unidos informara que el producto interno bruto del país creció a una tasa anualizada ajustada por factores estacionales de 1,3% en el período de abril a junio, mientras que el crecimiento del primer trimestre fue revisado a la baja a una tasa de 0,4%, en lugar de la estimación anterior de una expansión de 1,9%.

Los economistas encuestados por Dow Jones Newswires esperaban que el PIB del segundo trimestre registrara un crecimiento de 1,8%. Los datos confirman la debilidad de la economía en el primer semestre de 2011, a medida que esta no logra ganar tracción dos años después del final de la profunda recesión.

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