Un gol no cambia a México
El triunfo de los casi niños futbolistas es apenas un bálsamo para calmar los dolores sociales provocados por una clase política fracasada.
Ricardo AlemánSin duda que no existe mayor alegría colectiva y fervor patrio que los producidos por la victoria en un deporte espectáculo, como el futbol.
Sin duda que un triunfo deportivo, como el de los jóvenes futbolistas menores de 17 años, alegra a los millones de mexicanos que gustan del juego de las patadas, y que pocas veces son testigos de una victoria de esa magnitud.
Sin duda que es gratificante para un pueblo, para toda una sociedad y un país, que su representación juvenil de futbolistas, casi niños, se convierta en campeón mundial en el deporte-espectáculo más popular de México y el mundo; deporte que practican millones y que deja millones en ganancias.
Sin duda que un segundo campeonato mundial de futbol de menores de 17 años coloca al negocio y al espectáculo del futbol mexicano como una potencia en el llamado “balón-pie” juvenil.
Sin duda que es ejemplar la forma en que esos jóvenes futbolistas jugaron al futbol; la manera en que dominan y ofrecen el juego y el espectáculo futbolísticos y, sin duda, es ejemplar la forma en que ganaron siete juegos al hilo.
Sin duda que ese desempeño es todo un ejemplo para millones de muchachos, de ciudadanos en general —jóvenes, adultos y viejos—, igual que la forma en que sin complejos, con irreverencia y alejados de la fatalidad del “¡ya merito!”, esos jóvenes hicieron historia en el futbol espectáculo.
Sin duda se merecen todo el reconocimiento de la multitud, de la fanaticada; sin duda que nadie regatea el aplauso del “respetable” a los hombres y las mujeres que —detrás del reflector y fuera de la cancha— hicieron posible conjugar a un grupo de jóvenes ganadores.
Y sin duda que es ejemplar y estimulante, para millones de jóvenes y ciudadanos en general, el triunfo deportivo y la victoria del espectáculo del futbol… y sin duda se agradece y aplaude la alegría incomparable de la victoria que esos muchachos regalaron a todo un pueblo en las horas pasadas.
Pero también es cierto que un campeonato mundial de futbol, que un juego maravilloso, un triunfo espectacular, un resultado impensable e inusitado, un partido de futbol, un gol histórico, no cambian a un país: a México. Sin duda que en las horas recientes los mexicanos fueron —fuimos— más felices y creímos ser los campeones del mundo. Pero eso no cambió la violencia, no influyó para terminar con la criminalidad, la corrupción, la transa, la inseguridad, el desempleo...
Y es que para maldita la cosa, a pesar de que México es campeón mundial de futbol, potencia en ese deporte espectáculo y, a pesar de que sus jóvenes futbolistas son ejemplo para el mundo, los políticos mexicanos siguen siendo los mismos de siempre: nada eficaces, poco honestos; ciegos, sordos, miopes, oportunistas, trepadores, convenencieros y tan ocurrentes que hasta creen que conmueven a los ciudadanos cuando —gracias a las redes sociales— saltan con agilidad asombrosa al ferrocarril del triunfo de la Selección Mexicana de Futbol, en espera de la ganancia en imagen y popularidad.
Y como verdaderos oráculos pontificaron sobre el valor de los jóvenes y sus virtudes colectivas, en juegos como el “balón-pie”, sin percatarse de que ya no convencen a nadie en su búsqueda oportunista de renta, de imagen y —claro— de los votos que creen que les podría reportar trepar de manera veloz al tren de la alegría por la victoria futbolera.
Contra lo que algunos suponen y otros ya hicieron suyo, lo cierto es que el triunfo de los casi niños futbolistas es apenas un bálsamo momentáneo para calmar los dolores sociales provocados por una clase política fracasada, timorata, chiquita, incapaz de lograr acuerdos, miope para ver más allá de sus intereses mezquinos, y que está lejos de la grandeza de esos jóvenes que, sin pedir nada a cambio, regalaron a los mexicanos una de las más grandes alegrías en años.
Y es que más que subirse en forma oportunista al fervor futbolero, la clase política mexicana debía estar entrenando para el campeonato mundial de democracia, eficacia y capacidad en el arte de gobernar; practicar para meter goles olímpicos contra la corrupción, el crimen y la simulación; para anotar tantos goles como acuerdos y tantas reformas urgentes y necesarias como triunfos lograron los jóvenes de la Sub 17.
Pero no, desde Felipe Calderón hasta el más pequeño de los políticos, parecen haber visto, en el triunfo de los futbolistas casi niños, sólo la oportunidad de conseguir imagen, popularidad y votos. Y luego se quejan por las golizas 40 a cero. Al tiempo.
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