Nuestra adicción al Estado omnipresente se tiene que acabar
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Tan pronto como se le dio luz verde al Departamento del Tesoro de Estados Unidos para buscar préstamos otra vez, rápidamente se lanzó a la tarea con un préstamo de $238,000 millones más de endeudamiento y con ello alcanzó un hito. Ahora nuestra deuda nacional es de más de $14.5 billones, lo que significa que ha superado el tamaño de toda nuestra economía anual.
El gobierno federal ahora debe más de lo que está produciendo en conjunto cada persona, cada empresa, cada negocio en todo Estados Unidos.
Los mercados financieros se dieron cuenta de inmediato lo desastroso que es tener ese nivel de deuda, especialmente debido a que sigue creciendo y el plan presupuestario no detendrá ese crecimiento canceroso.
La reacción del mercado de valores es sólo otro síntoma que nos recuerda que el último acuerdo sobre el presupuesto de Washington no resolvió nada. Por el contrario, perpetúa un gobierno omnipresente que gasta demasiado.
Ahora tenemos una clara línea divisoria entre dos filosofías opuestas.
Por un lado están aquellos que dicen el gobierno no está haciendo lo suficiente y que por eso nuestra economía se ha estancado con millones de personas sin trabajo.
Pero el otro lado sabe cuál es el verdadero problema: Es que nos hemos convertido en adictos al Estado omnipresente. Y esa adicción está haciendo que nuestra economía enferme y destruyendo la capacidad de lograr que la gente vuelva a trabajar.
Por ello, para arreglar nuestra economía, tenemos que romper el hábito de recurrir al Estado omnipresente.
Degradaron la calificación crediticia AAA de Estados Unidos
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El viernes, 5 de agosto, Standard & Poor’s (S&P) rebajó la calificación crediticia de Estados Unidos desde AAA –la mejor de su clase—hasta AA+. De un plumazo, S&P envió dos mensajes distintos y de gran alcance. En primer lugar, como la Fundación Heritage y muchos otros advirtieron, las reducciones del gasto en el acuerdo negociado por el presidente Obama para subir el límite de la deuda eran total y infortunadamente inadecuadas. En segundo lugar, la economía global, la economía nacional y las finanzas de los estados, todas a su manera, han recibido un durísimo y aterrador golpe de efecto.
Un perdido estándar de excelencia
Durante décadas, la deuda del gobierno de Estados Unidos había sido considerada el estándar de oro de la calidad crediticia. Los libros de texto se referían a los bonos del Tesoro de Estados Unidos como el “activo libre de riesgo” contra el cual se comparaban todos los demás. Esos días ya se fueron, al menos por ahora, debido a que el gobierno de Estados Unidos ha acumulado rápidamente deuda sobre deuda y, en su actual trayectoria, no da señales de tener inclinación alguna de parar.
Dadas las circunstancias, sin una cambio fundamental de curso en la política pública, se hizo inevitable una rebaja de calificación crediticia con la que habían amenazado en repetidas ocasiones; lo único en entredicho es el momento de hacerlo saber.
El presidente Obama y sus aliados dentro y fuera del Congreso no se merecen toda la culpa de que nos hayan degradado la deuda. Programas de derechos a beneficios imposibles de financiar se fueron diseñando congreso tras congreso y presidente tras presidente, y se iba haciendo caso omiso de sus tremendos peligros fiscales para el futuro. Hay que reconocer que el presidente George W. Bush intentó reformar el problema menor del Seguro Social, gastándose prácticamente todo el capital político adquirido en su sólida re-elección, sin embargo, incluso muchos de sus aliados en el Congreso no querían saber nada de reformas. Y así, los hechos básicos con respecto a las decenas de miles de millones en obligaciones no financiadas del Seguro Social, Medicare y Medicaid siguen allí y nadie lo disputa.
Aunque no es el único culpable, el presidente Obama y sus aliados indudablemente son culpables de forma muy destacada. Con un déficit presupuestario de rápido crecimiento en el año 2009, el presidente Obama impulsó un programa de masivo estímulo fiscal seguido por una sucesión de iniciativas menores. Como demuestra con toda claridad el anémico estado de la economía, estos programas fracasaron miserablemente – excepto que lograron el aumento del gasto federal y de la deuda nacional.
A continuación, el Presidente impulsó su desastrosa y muy impopular reforma del sistema de salud. En el papel, estas reformas dan la apariencia de mejorar modestamente la situación fiscal. Pero como el informe de los administradores de Medicare nos han recordado todos los años después de la aprobación de Obamacare, esta feliz situación es solo una ilusión. Aparte del daño que ya ha hecho y hará a los costos y servicios de la atención médica, desde un punto de vista fiscal, Obamacare en última instancia es solamente otro derecho a beneficios más que no podemos financiar y que se suma a los que ya están en los libros de contabilidad de la nación.
Una oportunidad perdida
En la lucha reciente sobre el límite de la deuda, la opinión primera del presidente era que el Congreso debería aprobar una extensión “limpia” (o sea sin condiciones) del límite de la deuda, permitiéndole así que pudiera pedir aún más préstamos y ver cualquier posible reducción del déficit después. La reacción por parte de S&P demuestra sin lugar a dudas lo equivocado que el presidente estaba. Y la nación lo sabía. Rara vez se ha visto al pueblo americano más comprometido y preocupado por una cuestión de política fiscal federal. Sin embargo, después de ignorar a su propia comisión fiscal, muy destacada aunque fatalmente equivocada, y después de ofrecer un presupuesto en enero que no tocaba en absolutamente para nada estos temas críticos, el presidente le dijo al Congreso: No se preocupen, sean felices.
En el curso de las negociaciones sobre el límite de la deuda, los republicanos del Congreso trataron incansablemente de que el presidente y los demócratas del Senado se tomaran en serio lo de la reducción del gasto. Todo lo que Obama y el líder de la mayoría del Senado, Harry Reid (D-NV), pudieron hacer fue darle a la matraca de los simbólicos aumentos de impuestos a los ricos, a las empresas petroleras y se les dio por atacar los aviones corporativos. Para ser claros, a pesar de la peligrosa situación de las finanzas de la nación, el único objetivo del presidente era ideológico y simbólico: Incluso si los republicanos hubiesen cedido en el asunto del aumento de los impuestos, que sabiamente se negaron a hacer, el aumento de la recaudación habría sido insignificante en comparación con los recortes de gastos que son necesarios. El presidente jugó a politiquear aunque la calificación crediticia del país se fuera al garete – y eso es justamente lo que sucedió.
El que los líderes republicanos del Congreso deberían haber forzado mayores recortes de gastos antes de acceder a subir el límite de la deuda es ya un asunto resuelto. S&P lo resolvió. Que hubieran logrado un recorte de gastos más profundo ante el politiqueo de un presidente y un Senado dominado por despilfarradores no se sabrá nunca. Pero la nación pronto verá las consecuencias.
El fracaso tiene consecuencias
Si lo miramos como un hecho aislado, una rebaja de la calificación crediticia con el tiempo significará un aumento de las tasas de interés sobre la deuda del gobierno de Estados Unidos. Esto puede ser difícil de imaginar, dada la reciente caída en las tasas de los bonos del Tesoro en respuesta a eventos en el extranjero. Pero el aumento de tasas futuras es algo que ciertamente sucederá y eso significa que se necesitará aún más dólares de impuestos federales para pagar los intereses de los pasados excesos del gobierno. Mayores tasas de interés y mayores costos por los interés se traducirán en una mayor presión del déficit, lo que puede significar más deuda que a su vez puede conducir a mayores tasas de interés. Es por eso que eso se denomina una espiral de deuda.
¿Cómo afectará la rebaja de la calificación crediticia de la deuda del gobierno americano a los costos de los intereses que pagan los gobiernos estatales y municipales? Nadie sabe a ciencia cierta pero no puede ser nada bueno. Como cuestión práctica, la deuda del gobierno de Estados Unidos es la base del sistema financiero de Estados Unidos, como punto de referencia, aunque no fuera por otra razón. Las tasas de interés pagadas por gobiernos estatales y locales sólo puede subir como consecuencia de la rebaja de la calificación crediticia, en realidad es una mala noticia para los estados luchando con sus propios déficits masivos debido en parte al fracaso en recuperarse de la economía y de la recaudación del Estado.
No obstante, en la actual economía global, la degradación de la calificación crediticia de Estados Unidos puede ser catastrófica. Antes de la rebaja, Europa ya estaba al borde del precipicio. La semana pasada, las bolsas europeas cayeron un 10%, su peor pérdida semanal desde noviembre de 2008. La crisis de deuda soberana de Europa –engendrada desde hace mucho— que había sido disimulada, sin éxito, solo hace unas pocas semanas atrás por sus líderes, está llegando al punto de ebullición y amenaza llevarse por delante no solamente a los peores actores, como Grecia y Portugal, sino también algunos de los pilares de la Unión Europea, como España e Italia.
Europa tiene este problema de deuda pública europea encima de su problema con la moneda europea encima del problema de crecimiento económico. Pero la crisis financiera de 2007-2009 enseñó una lección importante sobre la intensa interconexión de los mercados financieros globales y que una gran parte de estas conexiones son poco conocidas y muy mal entendidas.
Lo que sucede en Europa no se queda dentro de las fronteras de Europa. ¿Qué puntos débiles revelará esta crisis en las finanzas globales y la supervisión financiera? Nadie lo sabe pero qué momento terrible es para el principal actor del sistema financiero mundial, el gobierno de Estados Unidos, tener que sufrir una rebaja de calificación crediticia totalmente prevenible. Los peligros para la economía mundial, y en concreto para la economía de Estados Unidos, se han incrementado notablemente en el momento en que se degradó la calificación crediticia de Estados Unidos.
Quizá hay una última oportunidad que no debemos perder
El presidente Obama y el Congreso tienen el tiempo y la oportunidad de cambiar el curso de la política fiscal. Estados Unidos puede recuperar su calificación crediticia AAA y comenzar a reparar el daño, pero no debe tardar. El acuerdo del límite de la deuda incluye una provisión para la creación de un Comité Selecto Conjunto para la Reducción del Déficit en el Congreso para recortar por lo menos $1,2 billones en los próximos 10 años.
Es evidente que esta cifra es demasiado baja. El Comité tiene que presentar un informe el 23 de noviembre. Está claro que esa fecha es demasiado lejana. Para muchos, este comité fue diseñado para fracasar. Eso no debe suceder.
El presidente Obama debe ahora hacer las cosas que se ha resistido a hacer hasta ahora. En primer lugar, debe liderar. Nada de discursos grandilocuentes ni más politiquería, nada de empezar a echar culpas y de criticar a los que se le oponen. Por encima de todo, lo que significa ahora liderar es juntar a sus correligionarios y que, unidos, se acerquen al bando republicano para ponerse a trabajar juntos.
En segundo lugar, debe abandonar la lucha ideológica de subir los impuestos. Por un lado, incluso el solo sugerir mayores impuestos cuando el desempleo es tan alto y el crecimiento económico es tan bajo, ya habla de un hombre más comprometido con la política que con el empleo. La Fundación Heritage, como sugirió al presidente Obama desde el inicio de su mandato, debe suspender su deseo de subir los impuestos por lo menos hasta que la economía se haya movido mucho en dirección al pleno empleo. Lo sabio que sea (o no) subir los impuestos se puede discutir una vez que los americanos estén trabajando nuevamente.
Finalmente, el Presidente debería renunciar a su propensión por utilizar las reformas de derechos a beneficios con fines políticos. Debe acabar con eso de asustar a los adultos mayores con sus cheques del Seguro Social y tácticas afines con el seguro médico – elementos básicos del libro de jugadas tácticas del Partido Demócrata. El problema es que ahora tenemos demasiado gasto en el rubro de derechos a beneficios y mucho más aún en un futuro próximo. Los republicanos lo saben. Los demócratas lo saben. Los conservadores lo saben. Los progresistas lo saben. Y ahora también lo sabe la nación.
Una serie de profundas reformas graduales puede recabar el apoyo de ambos partidos y mejorar sustancialmente la sostenibilidad de estos programas y las finanzas de la nación. El presidente debe liderar a su partido para que, unidos con los republicanos en el Comité Selecto Conjunto para la Reducción del Déficit, adopten estas reformas y estar dispuestos a aprobarlas, ahorrando mucho más que los sugeridos $1.2 billones y mucho antes del 23 de noviembre.
Lo podemos lograr
El objetivo de la nación, del presidente y del Comité de Investigación es claro: Reducir el gasto –incluyendo muy en particular los programas de derechos a beneficios— en busca de un presupuesto equilibrado que al mismo tiempo proteja a Estados Unidos y no aumente los impuestos. Hecho correctamente, esto llevaría al crecimiento económico, más empleo, menos gobierno y el recuperación de la calificación crediticia del país. Lo podemos lograr. La Fundación Heritage ya ha detallado cómo se puede lograr en su programa “Para Salvar el Sueño Americano: El Plan de Heritage para arreglar la deuda, reducir el gasto y restaurar la prosperidad”.
Es el gasto
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El viernes por la tarde, Standard & Poor’s (S&P) degradó la calificación crediticia de Estados Unidos y esta pasó de AAA a AA+. Como nosotros y otros conservadores advertimos, las reducciones del gasto en el acuerdo negociado por el presidente Obama para elevar el límite de la deuda eran inadecuadas y S&P reaccionó como se predijo, solo que más rápidamente. Ni Moody’s ni Fitch, otras dos agencias de calificación, han rebajado la deuda federal todavía, pero no están dando perspectivas mucho más alentadoras.
Décadas de excesos del gasto y del sobreendeudamiento por parte del gobierno federal han dañado la imagen de solvencia de Estados Unidos. Congreso tras Congreso y presidente tras presidente, el gobierno federal se gastó cada centavo que entraba —y encima pidió prestado más de $14 billones— para tratar de mantener contentos a los votantes a quienes el gobierno hizo promesas que no podía darse el lujo de pagar. Y el gobierno siguió traspasando la carga de las facturas por pagar a las futuras generaciones.
Bien, el futuro ha llegado y es sombrío. Nuestra economía está debilitada, millones de americanos carecen de trabajo y Estados Unidos está metido tan profundamente en deudas que hemos perdido nuestro buena reputación crediticia. Nuestra nación necesita reducir el gasto federal –incluyendo nuestros siempre crecientes programas de derechos a beneficios— hacia un presupuesto balanceado mientras se mantiene nuestra capacidad para proteger a Estados Unidos sin subir los impuestos. Ese es el sólido camino hacia una economía más fuerte con un gobierno más pequeño y más empleos reales.
La primera reacción de la Casa Blanca a estas noticias fue echarle la culpa a la propia S&P, alegando que sus cálculos eran erróneos mientras los voceros señalaban los anteriores fallos de calificación de S&P. Sin embargo, corregir los cálculos no corrigió el problema y S&P siguió adelante con su rebaja. El debate sobre la credibilidad de S&P no acierta en el punto más importante y que está ahí a la vista y paciencia de todos: El proyectado gasto deficitario justificadamente despierta dudas sobre la calidad del crédito de Estados Unidos.
No podemos perder tiempo matando al mensajero, es imposible hacer caso omiso del mensaje en sí: Es el gasto.
Múltiples congresos y presidentes han creado programas insostenibles de derechos a beneficios. Autoridades de ambos partidos y elegidas por el pueblo, durante muchas décadas han ayudado a empujarnos más y más hacia este punto. Pero la última oportunidad de empezar a corregir el problema antes de que ocurriera el perjuicio al crédito de Estados Unidos fue durante el reciente debate sobre el límite de la deuda.
Lamentablemente, el presidente Obama y los progres del Senado se rehusaron a permitir reformas en programa alguno de derechos a beneficios y se negaron a hacer recortes sustanciales en otros gastos federales a no ser que pudiesen subir los impuestos a Estados Unidos. Los conservadores acertadamente se resistieron a aumentar los impuestos, que es una receta para el desastre durante una ralentización económica. El acuerdo resultante de la Ley de Control Presupuestario aportó poco en la parte de reducción de gasto y mucho en la parte del aumento del endeudamiento siendo esto fue la última gota que costó a Estados Unidos su alta calificación crediticia. El presidente Obama y sus aliados progres del Capitolio derrumbaron el crédito de América.
La Casa Blanca dice que su “gran oferta de acuerdo” centrada en aumentos de impuestos habría impedido la rebaja, pero todavía no nos han dicho qué había en tal “oferta”. Incluso tras casi tres años que llevan ya los demócratas del Senado sin presentar un presupuesto, el presidente Obama ofreció al pueblo americano retórica y lucha de clases en vez de soluciones y liderazgo responsable.
Otros progresistas se destacaron este fin de semana por culpar al movimiento Tea Party por lo de S&P, con el senador John Kerry (D–MA) yendo tan lejos como para llamarlo “la rebaja del Tea Party” en el programa Meet the Press, de la cadena NBC. Un ex asesor de Obama, David Axelrod, se hizo eco de este coordinado libreto en el programa Face the Nation. Además de proclamar delante de todos que los progres no tienen soluciones, este argumento pasa por alto los hechos.
La principal preocupación del Tea Party es la salud fiscal de nuestra nación. Si no fuera por la positiva influencia del Tea Party, el Congreso todavía estaría gastando, poniendo más impuestos y pidiendo más dinero prestado con poca consideración por la carga que está haciendo recaer en las futuras generaciones. Hace solo unos meses, el presidente Obama estaba exigiendo una extensión del límite de la deuda que denominó “limpia”, o sea sin condiciones, que le permitiera seguir endeudándose sin hacer recortes del gasto.
Como señala nuestro colega, el Dr. J. D. Foster en su experto análisis de la rebaja del viernes, el debate sobre el límite de la deuda fue de substantivas ideas presentadas por los conservadores contra la vacía retórica política de los progres:
En el curso de las negociaciones sobre el límite de la deuda, los republicanos del Congreso trataron incansablemente de que el presidente y los demócratas del Senado se tomaran en serio lo de la reducción del gasto. Todo lo que Obama y el líder de la mayoría del Senado, Harry Reid (D-NV), pudieron hacer fue darle a la matraca de los simbólicos aumentos de impuestos a los ricos, a las empresas petroleras y se les dio por atacar los aviones corporativos. Para ser claros, a pesar de la peligrosa situación de las finanzas de la nación, el único objetivo del presidente era ideológico y simbólico: Incluso si los republicanos hubiesen cedido en el asunto del aumento de los impuestos, que sabiamente se negaron a hacer, el aumento de la recaudación habría sido insignificante en comparación con los recortes de gastos que son necesarios. El presidente jugó a politiquear aunque la calificación crediticia del país se fuera al garete – y eso es justamente lo que sucedió.
El presidente Obama, los progres del Congreso y sus aliados creen que si seguimos en silencio sobre nuestro futuro fiscal, entonces los mercados y las agencias crediticias no se darán cuenta de cuán peligroso es nuestro futuro. Y así, hemos tenido que oír a los comentaristas y políticos progres decir que el debate es una “crisis fabricada” — como si todo estuviera perfecto si extendemos más cheques en blanco. El problema del sobreendeudamiento y del exceso del gasto federales era y es real, como reflejan la degradación del crédito y las reacciones del mercado. El Congreso y el presidente deben arreglar el problema y arreglarlo ya.
Los progres esta semana tratarán de igualar aumentos de la recaudación con subidas de impuestos. Pero simplemente esos no son los hechos. Los ingresos del gobierno aumentan cuando hay mayor crecimiento económico y más contribuyentes en la fuerza laboral. Ese crecimiento económico es imposible con aumentos de impuestos que matan el empleo y con mayor regulación. Elevar los impuestos de los contribuyentes que ingresan $250,000 o más es un golpe para emprendedores, propietarios de pequeños negocios e inversionistas, retrasando así el crecimiento económico todavía más.
En los próximos 10 años, una vez que la economía se recupere, la recaudación se aproximará rápidamente y superará, su promedio histórico del 18.5% del PIB, mientras se proyecta que el gasto saltará de su promedio histórico del 20.3% hasta el 26.4% del PIB. El gasto gubernamental se incrementará un 22% con el presidente Obama en el cargo.
Sin embargo, este fin de semana algunos progres hicieron llamamientos a favor de más deuda y más déficit en el nombre de más “estímulo”. El viernes por la tarde, Christina Romer, ex asesora económica de Obama, dijo que el primer y fracasado estímulo que ella ayudó a diseñar debería haber sido mucho mayor y defendió otro nuevo y mayor estímulo diciendo: “Lo que quiero ahora es más”.
Esto es, más de lo que el presidente Obama nos dio en el pasado: infructíferos programas de nuevo gasto. Esto nos daría un problema más grande, no una solución. Con Estados Unidos y el mundo atenazados por la ralentización económica, necesitamos iniciativas que creen crecimiento económico y restauren el crédito de Estados Unidos. No necesitamos más gobierno.
Tan mal como está la situación en el país, comenta Foster, las consecuencias para la crisis global financiera pueden ser aún peores.
No obstante, en la actual economía global, la degradación de la calificación crediticia de Estados Unidos puede ser catastrófica. Antes de la rebaja, Europa ya estaba al borde del precipicio. La semana pasada, las bolsas europeas cayeron un 10%, su peor pérdida semanal desde noviembre de 2008. La crisis de deuda soberana de Europa —engendrada desde hace mucho— que había sido disimulada, sin éxito, solo hace unas pocas semanas atrás por sus líderes, está llegando al punto de ebullición y amenaza llevarse por delante no solamente a los peores actores, como Grecia y Portugal, sino también algunos de los pilares de la Unión Europea, como España e Italia.
No podemos mejorar las condiciones económicas nacionales o globales haciéndonos más parecidos a Europa. Estados Unidos haría mejor adoptando mejores ideas.
La Fundación Heritage ha presentado su plan fiscal, “Para Salvar el Sueño Americano”, que balancearía el presupuesto en diez años bajaría nuestro ratio deuda-PIB al 30% (del 100% que alcanzó la semana pasada). Lo lograría mediante una reforma responsable del Seguro Social, Medicare, Medicaid y del código tributario.
Como concluye su argumentación Foster:
Una serie de profundas reformas graduales puede recabar el apoyo de ambos partidos y mejorar sustancialmente la sostenibilidad de estos programas y las finanzas de la nación. El presidente debe liderar a su partido para que, unidos con los republicanos en el Comité Selecto Conjunto para la Reducción del Déficit, adopten estas reformas y estar dispuestos a aprobarlas, ahorrando mucho más que los sugeridos $1.2 billones y mucho antes del 23 de noviembre. El objetivo de la nación, del presidente y del Comité de Investigación es claro: Reducir el gasto –incluyendo muy en particular los programas de derechos a beneficios— en busca de un presupuesto equilibrado que al mismo tiempo proteja a Estados Unidos y no aumente los impuestos. Hecho correctamente, esto llevaría al crecimiento económico, más empleo, menos gobierno y el recuperación de la calificación crediticia del país. Lo podemos lograr.
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