PRI: los 90 días de peligro
En el Revolucionario Institucional saben que estos meses serán duros y nuevamente se están enfrentando a sus propios fantasmas.
Jorge Fernández MenéndezLos meses entre la elección del Estado de México y la designación de su candidato presidencial han sido algo más que conflictivos para el PRI en los cuatro últimos sexenios: en 1987, la candidatura de Carlos Salinas salió adelante entre enfrentamientos y contradicciones, de ese proceso surgió la llamada corriente democrática, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, que meses después casi le arrebata la elección presidencial y de la cual nació el PRD. En 1993, fueron los meses del desencuentro entre Carlos Salinas y Manuel Camacho, que nunca aceptó la candidatura de Luis Donaldo Colosio. Entonces el salinismo estaba en su apogeo: alto nivel de popularidad del Presidente, se habían aprobado junto con el PAN toda la serie de reformas estructurales, se había firmado el Tratado de Libre Comercio, el PRI había arrasado en la elección de 1991. Pero la sucesión lo desbarrancó: la tensión hizo crisis semanas después de la designación de Colosio con el levantamiento zapatista y con el asesinato del propio Luis Donaldo. Nada volvió a ser igual.
Seis años después, la candidatura de Francisco Labastida parecía no tener nada enfrente. Es verdad que el PRI venía de la terrible crisis de 1995 y que en 1997 había perdido la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y el DF, pero el proceso interno parecía más que controlado. Sin embargo, Labastida se tuvo que enfrentar en un proceso interno durísimo a Roberto Madrazo. Esa elección interna la ganó con amplitud Labastida, pero fue tan dura, pegaron tanto las consignas antiLabastida, que dejaron a la oposición con un discurso armado para derrotar al sinaloense en los comicios del año 2000.
Hace seis años la historia se repetía. El PRI acababa de ganar con amplitud los comicios federales intermedios de 2003, en 2005 Enrique Peña Nieto había ganado el Estado de México y el escenario era más que favorable para el regreso del priismo, con López Obrador en medio del desafuero y los videoescándalos y el PAN sin candidato definido. Pero el PRI fue presa de sus divisiones y de las ambiciones personales: primero se dio la ruptura entre Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo. Al mismo tiempo se conformó el llamado Tucom, para impedir (con bastante sensatez) la candidatura presidencial de Madrazo, previendo que no tendría posibilidad alguna de competir. Pero en el Tucom dejaron entrar a Arturo Montiel. Con los recursos del Estado de México Montiel barrió a los demás, sobre todo a un Enrique Jackson que hubiera sido un candidato realmente competitivo, y se aprestó a enfrentarse con Madrazo. Pero ese enfrentamiento nunca se dio porque un par de filtraciones surgidas del propio priismo y una entrevista muy fallida bajaron a Montiel de la competencia, dejaron a Madrazo como candidato único y al PRI con la peor elección de toda su historia.
Todo esto viene a cuento porque en el PRI saben que estos meses serán duros y porque nuevamente se están enfrentando a sus propios fantasmas. Hoy el debate soterrado en el priismo es si Peña debe ser desde ya el candidato único o no. En el entorno del gobernador mexiquense están seguros de que su jefe será candidato, pero no quieren correr riesgos: por eso han frenado todo, desde los actos de proselitismo que pudieran estar fuera de control hasta la agenda de reformas, algunas porque no están del todo de acuerdo con ellas, pero sobre todo para que haya los menores atisbos posibles de división. El tema será especialmente álgido a partir del 15 de septiembre, cuando Peña Nieto le deje la gubernatura a Eruviel Ávila.
En ese contexto, las presiones para que exista un virtual candidato de unidad desde septiembre han crecido en forma sostenida. El problema es que hay priistas que, por diversas razones, sí quieren ir a una competencia interna, desde los que quieren medir fuerzas hasta los que no quieren dar un cheque en blanco a un candidato que saben mayoritario, pero que por eso mismo podría excluirlos. En última instancia el priismo lleva doce años sin un liderazgo presidencial y ya muchos factores y grupos de poder dentro del propio partido no quieren regresar a un sistema de control vertical.
En todo ese contexto el tema pasa por definir si Manlio Fabio Beltrones seguirá o no en la contienda. Beltrones ha dicho que quiere conocer primero el programa y después definir el candidato. Hasta ahora, todo indica que Manlio no se bajará y querrá ir hasta el final de la competencia interna. Si el ambiente se polariza más con el paso de los días, los costos pueden ser, como sucedió en el 87, en el 99 y en 2005, altos para quien gane el proceso interno.
Para el PRI y sobre todo para su dirigente, Humberto Moreira, el desafío está en pasar este proceso mostrando pluralidad (y respetándola) al mismo tiempo que se evita que la división interna vulnere sus capacidades electorales. No será fácil.
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